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Un baile y una cena en Corrientes

domingo 05 de julio de 2020 | 2:30hs.
Un baile y una cena en Corrientes

ROBERTSON fue un viajero que anduvo por Sud América entre 1816 y 1820. Dejó sus impresiones en una serie de cartas realmente valiosas.

Estando en Corrientes, fue invitado a una cena que, por ser el día de su santo, ofreció Mr. Postlehwaite. A ella concurrieron las familias distinguidas de la ciudad y así describe la escena que le tocó vivir:

“Ahora quiero dar algunos pormenores observados en una cena y debo decir que nunca vi producirse esas cosas en la capital. La señora de Postlethwaite, ayudada por sus hijas y por una o dos correntinas de buen gusto, había arreglado las mesas cumplidamente, a punto de que nada faltaba de cuanto puede exigirse en aquellas latitudes. (…) como en Corrientes se hace todo más temprano que en Belgrave-square, la concurrencia fue admitida a la cena siendo las doce. (…) Las señoras y sus esclavas y sirvientas se apretujaban a la puerta más o menos como los inquietos asistentes a un estreno del teatro de Covent-Garden se apiñaban en la puerta esperando el momento de que se abra. Una vez adentro y en cuanto podían, las damas se aseguraban una silla y las sirvientas  sentábanse tras ellas en el suelo. La demolición que se produjo en pocos momentos, de todo cuanto había de bueno sobre la mesa, fue asombrosa y verdaderamente risible. No se conformaban las invitadas con el lento avance que hacían seis personas de la casa trinchando las aves. Algunas señoras agarraban literalmente las gallinas, los pollos, las perdices, y los despedazaban tomándolos por las patas. Entonces pudimos advertir que las sirvientas se habían colocado en posición conveniente para recibir todo aquello que a sus amas les pareciera bien arrojarles.

-¡Coina! (en guaraní toma) gritaba una dama, y allá iba una pata de ganso a la falda (abierta como una toalla) de la mulata que estaba detrás, sentada en cuclillas. -¡Coina!  decía otra, y volaba en dirección contraria la pierna de un pavo. -¡Coina! se oía en el lado opuesto, y se veía pasar un trozo de cordero a medio comer por sobre el hombro de la señora sentada a la mesa, para caer en la falda de la sirvienta sentada en cuclillas.

Sucedíanse los tiros certeros e iban arreciando al mismo tiempo con mayor rapidez, de suerte que en todas direcciones y con igual velocidad, los pasteles, las aves, los hojaldres, los jamones y otros bocados exquisitos pasaron desde la mesa hasta el piso, y las “doncellas” se fueron bien cargadas con los despojos diestramente conquistados por sus amas.

(…)

En el centro de la mesa estaba una hermosa fuente de mucho atractivo: eran bizcochuelos borrachos con nevados de clara de huevo. Un correntino metió la cuchara, la llevó a la boca y al sentir que el contenido se le evaporaba, quedó mirando a todos como si se hubiera tragado un fantasma.

(…)

Así pasaba yo mi tiempo en Corrientes, muy divertido, hasta que recibí un llamado urgente de Buenos Aires. “

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