Nada llega para quedarse

domingo 31 de mayo de 2020 | 5:00hs.
Gonzalo Peltzer

Por Gonzalo Peltzer gpeltzer@elterritorio.com.ar

A causa de la pandemia del nuevo coronavirus ahora nos lavamos las manos hasta gastarlas, pero esa buena costumbre fue una novedad que trajo la gripe española hace justo 100 años. Alguien descubrió entonces que los virus de la gripe no se bancan el agua y el jabón y que entran en nuestro cuerpo por los ojos, la nariz o la boca, pero llegan hasta ahí mayoritariamente por las manos, cuando las llevamos a la cara después de haber tocado alguna superficie con virus, generalmente la mano de una persona contagiada que también se tocó la boca, la nariz o los ojos. Así que para bajar drásticamente los contagios basta con lavarse mucho las manos y tocarse poco la cara. 
Tocarse la cara nunca fue de buena educación y ahora sabemos que tampoco es una buena idea. Cuando éramos chicos nos insistían en la necesidad de lavarnos las manos antes de comer y era costumbre ofrecer a los invitados el toilette para hacerlo; lógico dado que aunque no sea de buena educación meterse la mano en la boca, es inevitable tocar la comida cuando se come.
Aunque son inventos antiguos (sobre todo el cuchillo) los cubiertos se popularizaron en occidente durante el siglo XVI. En gran parte del medio y del extremo oriente se come con la mano o con palitos. Los occidentales también comíamos con la mano antes de que se popularizaran la cuchara y el tenedor. Bueno, resulta que todas las civilizaciones que comen con la mano solo ocupan para eso la derecha, y la izquierda queda para menesteres más sucios o innobles. Es buen dato para cuando le toque andar entre beduinos del desierto: ni se le ocurra comer con la izquierda porque puede enojar bastante a sus anfitriones.
Hace miles de años que los japoneses no andan adentro de sus casas con el mismo calzado que usan para andar por la calle. No solo los japoneses lo hacen: en muchos lugares del norte de Europa los zapatos quedan en la puerta y se entra en medias a la casa. Fíjese si será antiguo, que en el relato de la última cena de Jesús con los doce apóstoles se cuenta en detalle la costumbre de lavarse los pies al llegar de la calle: un rito que se sigue representando el Jueves Santo en las iglesias cristianas. Y ahora resulta que algunos dicen que llegó para quedarse eso de dejar los zapatos afuera o limpiarlos bien con lavandina antes de entrar a la casa...
Los japoneses también se saludan sin tocarse hace miles de años. Apenas una reverencia y desde lejos, los varones con las manos a los costados del cuerpo y las mujeres las entrelazan adelante. Lo de toquetearse y darse besos entre desconocidos es bastante poco común en el resto del mundo. En la Argentina cundió entre hombres en la década de los 90 y entre los funcionarios menemistas, pero siempre se besaron las mujeres al saludarse, igual que varones y mujeres aunque no se conocieran: bueno, no lo haga en el resto del mundo porque no les va a gustar, como tampoco les gustará que ofrezca chupar la bombilla del mate después de usarla usted. Y hasta en la Argentina sigue siendo una pésima costumbre tomar agua del pico de las botellas, compartir con desconocidos platos, cubiertos, vasos, peines, toallas, ropa, sábanas... 
Los shoppings de hoy son mercados antiguos, pero con aire acondicionado y calefacción; ahí se concentra la gente y también se contagia, y ahora descubrimos que lo sano es el mercado al aire libre, como las ferias francas, exactamente iguales a como eran hace 4000 años. Y llamamos delivery a lo que hacía mi abuelita en 1930, cuando compraba por teléfono y le llevaban a su casa toda la provisión de la semana en los almacenes Spotorno de la avenida Santa Fe de Buenos Aires.
Ya se sabe que el hombre es el único animal que tropieza en la misma piedra, por eso me atrevo a asegurar que nada llega para quedarse: la historia enseña que volveremos a hacer las mismas estupideces todo el tiempo.