La diosa y el santito

domingo 19 de abril de 2020 | 7:30hs.
La diosa y el santito
La diosa y el santito

Por Carlos Pliegari Escritor

Kevin ahorró diez meses para poder comprarse las Nike truchas en la feria de La Salada en Lomas de Zamora. No le importaba que fueran falsificadas en China o Paraguay, tenían los dos dibujitos de alas a cada lado y con eso se sentía el Dee Dee Ramone de Ciudad Evita.
Tocaba Callejeros ese fin de año, las fieras de fiesta. Las zapatillas de Kevin terminaron colgadas en un santuario en el barrio del Once junto a otras de todas las marcas y medidas, rotas, sin cordones, sucias de sangre y barro. Relicarios de los mártires que fueron sacrificados por el suplicio necio aquel 30 de diciembre de 2004 en la catedral del rock chabón: República Cromañón. Suelas que se arrastraron buscando una salida de emergencia clausurada con cadenas, suelas arrancadas por las llamas, dejando atrás los pies ampollados y carbonizados, el Tormento de Cuauhtémoc, la planta, los dedos, los talones ardiendo y deshaciéndose en un sebo aceitoso, oleo negro y rojo, un mural de Siqueiros pintado en las paredes del infierno, o el paraíso, vaya a saber uno.
Kevin subió con el número 110, diez minutos después que una bengala empezó el incendio. Diez años después, suponiendo que esa es la unidad de tiempo que utilizan allá, le tocó el turno a Omar, Kevin lo reconoció apenas lo vio, imposible olvidar aquella cara a pesar de que el humo se clavaba en sus ojos cuando Cromañon ya era un horno crematorio.
Kevin y Omar solían coincidir en los túneles y Kevin fisuraba mal, se escondía en una de las cuevas. Abrazándose los huesos descarnados de sus hombros, moviendo la cabeza, tocándose los muñones de los pies sin las zapatillas. Bajaba los diez escalones apoyándose en los codos, arrastrando sus restos como un reptil embalsamado. Yo lo seguía hasta la caverna húmeda y en un rincón, meciéndose como un muñeco a cuerda, estaba él. Le hablaba, intentaba calmarlo, que el sentido de las cosas no tiene sentido. Que Omar Chabán fue un delegado porque el rey no decapita, el general no fusila y el ministro de economía no esconde la comida en los merenderos de las villas. Siempre un perejil cumple las órdenes de dios y el diablo, entonces sí, se producen muchos cadáveres, torturas y desapariciones. Cuando me callaba Kevin preguntaba, ¿adónde quedaron mis Nike? Le respondía que ahora las usaba una diosa.
Así aprendí que una zapatilla es una intersección cautelar. El estudio de Ubaldo Grassi-Shouters define ambos términos: una intersección sería un roce espectral entre dos entidades y la acción cautelar la observación de un sacrificio. Arriba están todos los archivos perdidos, yo estudié el tema en la Biblioteca Nacional de Yugoslavia que existió en Sarajevo hasta que en 1992 fue quemada por la artillería serbia.
La clave estaba en el estudio El poder de las intersecciones y sustituciones, la memoria gravitatoria del espanto que encontré luego de buscar con mucha paciencia. La pista era la palabra griega que en latín se traduce como haruspex, derivando al español como arúspice. También localicé otras fichas ocultas con citas de autores muy antiguos.
El título del primer documento era Strategematon – Iulius Frontinus (100 AC) Bibliotheca Teubneriana, Leipzig 1849. A continuación alguien había apuntado que Alejandro de Macedonia, con la complicidad de su adivino, escribió con tinta negra sobre la piel del hígado de un animal sacrificado. Su arúspice alzó las entrañas calientes con la palabra “triunfo” y las mostró a los soldados. Confiados por el buen augurio y sin sospechar el fraude, fueron a la batalla con coraje como si el dios mismo les hubiese prometido la victoria. Otra ficha también trataba el mismo tema de la cautela preventiva basada en la lectura profética ofrecida por la muerte. El título ponía: Frontinus-Polyaeunus-Plinio el viejo. Con la misma letra de la ficha anterior se había registrado: Los tres autores mencionan que el arúspice Sudinus en el momento en que Eumenes de Pérgamo iba a combatir con los galos del Asia menor, repitió ante sus tropas la simulación de escribir una palabra de buen augurio sobre vísceras. Tiempo después el Rey Atalo también grabó la palabra Nike en el hígado de una víctima antes de enfrentarse a los gálatas.
Podía considerarme, no un filósofo como Ubaldo Grassi-Shouters, pero sí un entendido en mundos que por ser apócrifos no eran menos probables. Nike, la diosa griega de la victoria y las zapatillas de Kevin que colgaban en el santuario del barrio del Once en Buenos Aires, fue una legítima intersección cautelar.
Ya podía retomar mi camino a través de los túneles, la oscuridad era absoluta, entraba a corredores que llevaban a otros recovecos, debía agacharme, doblaba un recodo y otra galería más. A veces mis pies se hundían en arena, otras eran raspados por grava dura, también me cruzaba con personas que eran arrastradas por apariencias sin forma. Pero encontraba el camino de retorno al barrio, saltaba la tapia y entraba en mi casa. Los perros se acercaban corriendo alborotados a saludarme, el resto de los parientes seguían cambiando la garrafa de gas y regando las plantas como si nada. Carlos Piegari. Adoptado por Misiones en el año 1994. Cursó estudios de filosofía y comunicación social. En Posadas se desempeñó como periodista y gestor cultural. en 2018 se edita en España su novela Kitschfilm.