Un nuevo día

domingo 12 de abril de 2020 | 3:30hs.
Un nuevo día
Un nuevo día

Por Carlos Zarza Machuca Escritor

No podía dormir. Tenía demasiado calor. Se levantó, miró a su esposa un momento, y salió de la habitación. Atravesó la cocina, fue hacia la sala, se sentó en el sofá-cama y tomó el paquete de cigarrillos que estaba sobre la mesita. No sabía que poco después todo sería confuso.
Fumó un rato y, al apagar el cigarrillo, supo que ya no podría dormir. Regresó a la habitación, se vistió y salió de la casa.
El ambiente estaba muy húmedo y el calor se adhería al cuerpo. “Tal vez llueva pronto”, pensó, y miró al cielo. La noche era un desierto vacío, sin luna, sin estrellas.
Hacía poco tiempo se habían mudado al barrio de San José, en los confines de la ciudad. Su casa quedaba sobre una calle terrada que, hacia un lado, buscaba la avenida que llevaba al centro; y hacia el otro lado, bajaba hasta un lugar que ninguno de los dos había visto todavía.
Sin haberlo pensado, descendió por la pendiente, pasó frente a la última casa y avanzó entre grandes baldíos.
De pronto sintió que se le erizaba la piel. Un viento arremolinado dibujó ondas sobre los pastizales que lo cercaban. La calle había terminado y una luz gris lo invadió todo, segundos antes de un estallido de color blanco que ocupó todo el espacio. La luz fue tan brillante, que sintió que la cabeza le estallaba.
Cuando abrió los ojos, estaba acostado a unos metros de la calle, entre los pastos.
Se levantó y, lentamente, volvió a su casa. Ya no sentía calor. El clima era muy agradable, y en lo alto, la noche era surcada por algunas nubes que, de a ratos, ocultaban la luna. Le pareció muy extraño, ya que antes no había visto la luna. Tal vez había estado desmayado mucho tiempo. “Me salvé de milagro…un rayo casi me cayó encima. Pero no había tormenta y no vi el rayo. Ni escuché ningún ruido”. Pensando en lo que pudo haber pasado, llegó por fin a su casa. Le pareció que estaba pintada de otro color. “Ese estallido me afectó la vista…”.
No pudo abrir la puerta con su llave. Golpeó con el puño varias veces. Nada. Sin pensar, y sin una causa clara, lo invadió la ira y pegó una patada a la puerta. La puerta se abrió con el golpe. Entró a la sala y no vio el sofá-cama ni la mesita. Había una mesa redonda, pequeña, y cuatro sillas. Sin embargo, por alguna razón, eso no lo sorprendió tanto. “Ah, ya entiendo todo, nunca salí de la cama y estoy soñando. Si vuelvo a la habitación voy a ver a mi esposa y a mí mismo durmiendo…”. Entró a la habitación y se vio durmiendo, solo. Ella no estaba. Tal vez se había ido, pero él no hubiera olvidado eso. Quiso revisar el armario para ver si faltaba ropa de su esposa, pero no había tal cosa, sino un pequeño ropero, solo con ropa de él. “Esto es otra cosa. No es un sueño”. Quedó inmóvil durante unos segundos. Súbitamente recordó un documental que había visto sobre la teoría de las branas y la existencia de universos paralelos, semejantes o no al universo conocido. “Pero eso es solo una teoría… no, esto es un sueño, una pesadilla”, pensó, retrocedió un paso y chocó con una silla. La silla cayó y él tuvo un miedo real de que el otro yo despertara y lo viera. Salió pronto de la habitación y abandonó casi corriendo de la casa. Llegó a la calle de tierra y bajó por ella en busca del sitio donde había empezado todo. Vio la última casa y el camino que seguía hasta casi desaparecer entre los pastizales enormes. Corrió desesperado buscando el final de la calle.
Cuando encontró el final, se detuvo y esperó. No ocurrió nada. “Entonces no hay luz blanca, ni universos paralelos. Indudablemente estoy en un sueño…y el que está durmiendo en mi cama, el que sueña, soy yo. Lo único que tengo que hacer es esperar para despertar. Y todo volverá a la normalidad”.
Se sentó en el pasto y permaneció quieto. Estaba muy fatigado. Se acostó y cerró los ojos. Empezaba a adivinarse la luz del alba.
Cuando la claridad del sol lo despertó, notó que no estaba acostado en su cama, junto a su esposa, sino a unos metros de la calle de tierra. Confundido, pensó que ya serían poco más de las seis de la mañana. “Si no despierto, voy a llegar tarde al trabajo”
Decidió volver a su casa, entrar por la puerta forzada, y sacudir al que dormía en su cama para despertarse, y que todo acabara de una vez. Corrió por el camino que llevaba a su casa y, cuando estaba cerca, pudo verse, muy claramente, a sí mismo: Estaba saliendo vestido para ir al trabajo, con su gastado maletín en la mano, un poco apurado para ir a tomar el colectivo.
Abrió los brazos y gritó. Al bajar los brazos notó que en su bolsillo derecho estaban sus llaves. Llegó a la casa, que era del color que debía ser, abrió la puerta con la llave, vio que estaban el sofá-cama, la mesita, y una colilla de cigarrillo. Y en la cocina estaba su esposa, tomando mate. Fue un instante de alivio. No supo bien qué hacer, y dijo apresurado, “Volví porque me olvidé una cosa.”
No muy lejos de allí, en el cruce de la calle terrada con la avenida, un hombre prolijamente vestido, con un maletín gastado en la mano, subía al colectivo, rumbo al trabajo. *Este relato es parte del libro Superficies. Zarza Machuca es profesor en Lengua y literatura