Larraburu vuelve a la carga

lunes 21 de agosto de 2017 | 5:00hs.
Larraburu vuelve a la carga
Larraburu vuelve a la carga

Dicen que si uno duerme en el primer piso y escucha ruidos de noche en la planta baja no hace falta ir a ver; con seguridad no son ladrones porque los ladrones no hacen ruido. Así, el sospechoso silencio de  Luis Larraburu era certeza de que el buen ladrón de sonrisa y asombro andaba en algo. Dicho y hecho: en víspera de su cumpleaños, Letras lo sorprendió con la mano en el pernil y sin opciones de excusa entregó, a modo de primicia, un fragmento de uno de los cuentos de Divagaciones intranscentes, de inminente aparición. Con su inconfundible tono de pícaro misterio, nos habla "de fantasmas, de frutos prohibidos y de persecuciones del más allá en este mundo". Tras la lejana aparición del Yasí y del Pombero, llega el turno de Caléndulo,  Roncalina y Rémola, nuevos personajes en la vasta mitología creada por su chispeante musa misionera, y cuyo censo abarca 30 libros en 20 años. 

Los fantasmas no tienen sexo
Don Caléndulo Espinosa se queja de que la prensa local no da importancia a su problema relacionado con un fantasma que habita en su domicilio.
-¿Qué tendrá la reina de Escocia que no tenga yo? me preguntó. Ella dijo que en su palacio viven fantasmas y lo publicaron los principales diarios del mundo.
-Debe tener más equipos de aire acondicionado en su palacio que los que usted tiene en su casa, don Cale.
-No se haga el vivo, don Larra, me dijo el viejo (que ya va para los noventa años y rebosa salud). Repetiré mi pre¬gunta con mayor precisión: ¿Qué tendrán los fantasmas de la casa de la reina de Escocia que no tengan los fantasmas de mi casa, que la prensa les da trascendencia internacional y a los míos ni le llevan el apunte?
-La reina es la reina.
-Y los fantasmas son fantasmas, aquí y en la China, y en esa dimensión en que habitan no se habla de nobleza ni de otras yerbas. Están como sombras en un plano inter dimensional que merece ser respetado por todos; no son ni pobres ni ricos; ni de alcurnia o de la plebe. En lo único en que se diferencian entre sí es que los hay malos y buenos. Y los fantasmas de la reina, por lo que ella dice, son todos buenos, entretenidos, y acompañadores, como quien dice.
-¿Y sus fantasmas de qué tipo son?
-En realidad no son "mis fantasmas" (en plural). Es “mí fantasma” (en singular) ya que es uno solo y con eso basta. Para qué quiero más. Es uno, y de los malos, se lo aseguro.
-¿De los malos?
-¿Y yo qué le dije, don Larra? No se haga el que no entiende.
-Disculpe don, es que estoy un poco impresionado.
-Bueno. No se me impresione tanto ni se me asuste tampoco. Y en honor a la verdad debo decirle que no es “un" fantasma, sino “una" fantasma.
-¿Una fantasma? ¿Es que tienen sexo?
-¡Pero qué cosas dice don Larra! ¿Dónde se ha visto fantasmas teniendo sexo? Los fantasmas tienen género, para que sepa. Femenino y masculino.
-¿Y cómo sabe que su fantasma es feme¬nino?
-Porque la conocí en vida. Y desde el mismísimo momento en que la conocí ya comenzó a atormentarme. Lo hizo hasta su muerte, hace ya quince años, y no pierde la maña. Creo que me perseguirá aún en la eternidad. Estoy condenado.
-¿Se puede saber quién es, o quién era, la maldita?
-Era mi suegra. Doña Roncalina Pedraza. O “sigue siendo” mi suegra, ya no sé qué decir. Sólo sé que me acosa de noche, cuando mi mujer duerme y no la puede ver ni escuchar. Entonces se me aparece, me despierta, me insulta, me amenaza y no me deja dormir. Desvelado ando, don Larra. Por eso le doy tanto al mate: para recuperar energías.
-¿Y por qué lo molesta tanto?
-Debe ser porque el día en que su hija me la presentó, la muy artera me miró a los ojos y señalando con su dedo índice a la hija me dijo con voz autoritaria: “Sepa jovencito que la fruta no se toca”. La fruta tenía sólo quince años, y era más que un primor; era dos primores.
-¿Y eso es todo?
-No. Resulta que con el tiempo y durante el noviazgo con su hija, se me dio la oportunidad y toqué la fruta, para qué le voy a mentir.
-¿Y su suegra se enteró?
-No sólo se enteró sino que nos vio. Nos sorprendió in fraganti. Me agarró con las manos en la masa y le dijo a su hija que yo era un malintencionado.
-¿Con las manos en la masa?
-Con las manos en la fruta, sería lo correcto.
-Pero ¿no le supo explicar que todo eso era producto del amor?
-Traté de explicar. Pero ella, en un ataque de furia, me hizo ver que del amor al odio hay un paso. Y ella dio ese paso. Me odió toda la vida. Y me sigue odiando después de muerta, convertida en fantasma por propia voluntad, por el sólo gusto de martirizarme. Estoy seguro de que ella misma eligió esa condición etérea rechazando ir al cielo o al infierno con tal de volverme loco.
Nuestra conversación fue interrumpida por la presencia de doña Rémola, la es-posa de don Caledonio. Mujer anciana y muy bella. Esbelta, bien arreglada y con una fina personalidad que la hacía admirable a los ojos de cualquier hombre sin distinción de edades. Lo que se dice “una belleza para admirar”. Traía una bandeja con tortas fritas para completar el sabroso mate cebado por el dueño de casa. La anciana se quedó unos minutos, aprovechó para mimar a su marido y dedicarle unos cuantos elogios y piropos, con caídas de ojos incluidas. Don Cale se ponía colorado y tartamudeaba. Se notaba a la legua que el hombre seguía enamorado.
-Ella ni se imagina lo que me ocurre, disimulo todo lo que puedo para que no se entere.
-¿Y nunca se le ocurrió pensar que tal vez la fantasma no exista, que todo sea producto de su imaginación que a modo de remordimiento actúa sobre su conciencia arrepentida por haber tocado la fruta antes de tiempo? Mire que Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso por tocar la fruta.
-Adán y Eva no fueron expulsados por tocar la fruta sino por comer la fruta, que es distinto. Yo sólo toqué la fruta. Que si la hubiese comido en ese momento bien valdría soportar mil fantasmas como mi suegra y no me hubiese arrepentido jamás.
 Me puse a pensar en la historia de la fantasma de don Cale y en la belleza de su mujer. Me la imaginé a doña Rémola, allá por sus quince años. Su belleza habrá sido des¬lumbrante, me dije. ¿Qué hombre se hubiese resistido a tocar la fruta? Y, de comer, ni que hablar. Aunque eran otros tiempos. Recordé una vieja sentencia que dice que “los fantasmas no existen pero, de que los hay, los hay”.