Aeropuertos 2

domingo 25 de septiembre de 2016 | 6:00hs.

Dicen los que saben que los que viajan en avión son todavía un porcentaje muy bajo de la población mundial y también dicen que son siempre los mismos. Alguno se debe agregar al colectivo de viajeros y alguno también lo deja por muerte o por hartazgo. También es cierto que suben a ritmo parecido la cantidad de habitantes del planeta y los aviones en el aire. Eso de ser siempre los mismos es lo que provoca que las conversaciones de pasajeros empiecen un día y terminen semanas después, cuando nos volvemos a encontrar en el avión de Posadas a Buenos Aires o de Buenos Aires a Posadas.
Fue en una de esas charlas del Club de los Viajeros que hablábamos, pasillo del avión por medio, sobre lo pequeño que se ha puesto el mundo gracias al buen precio de los pasajes. Es que los bajos precios del petróleo han abaratado los billetes internacionales de avión y hoy resulta bastante accesible largarse a recorrer el mundo. El petróleo es un commodity, que vale igual en todos lados, pero vale igual en dólares y no en pesos, por eso la nafta no se abarata en la Argentina a pesar de que baje el petróleo. Y el petróleo se encarece o se abarata por razones que nunca podemos explicar, entre otras cosas porque no las podemos saber... pero sí suponer: casi siempre son estratégicas y relacionadas con la conveniencia coyuntural de Estados Unidos, de Gran Bretaña y de sus aliados en el Golfo Pérsico.
Y mientras se dispara la cantidad de los viajes también se multiplica la incomodidad. Hace 50 años se ponían la mejor ropa para viajar porque no era cuestión de aparecer así como así en el aeropuerto y menos entre los pasajeros, ellas producidas para la ocasión y ellos con saco y corbata. Además había lugar suficiente para cada uno con su humanidad a cuestas. Todos disfrutaban de buena comida y mejor bebida y las líneas aéreas competían por la amabilidad de sus azafatas y también por su menú y su bodega. Los platos eran de loza, los vasos de buen vidrio y los cubiertos de metal cortaban y pinchaban sin romperse como los de plasticurri berreta de nuestros días.
Hoy los pasajeros de viajes largos compiten en mal gusto y los argentinos, además, en estridencia. Las azafatas desparraman fideos recalentados en los viajes largos y te tiran una cajita de cartón con galletitas en los cortos. Amarretean la gaseosa en vasitos de plástico, y no vaya a creer que la clase ejecutiva es mucho mejor. Los pasajeros son cada vez más grandes y los asientos cada vez más chicos. Apenas se reclinan un par de grados y no hay espacio entre butacas para un fémur occidental. Solo un faquir consigue echar un sueñito sin clavarse una pastilla de las grandes de Dormicum. Los bolsos no caben en los portaequipajes y cada año reducen más los kilos permitidos para despachar en la bodega. Para colmo cobran el exceso en lugar de prohibirlo y así confiesan que es para sacarte plata y no porque el avión no aguante la carga. A eso se suman las perrerías que nos hacen en los aeropuertos para prevenir atentados que no pensamos cometer.
Muchos aeropuertos argentinos ya no dan abasto, pero los pasajeros aguantamos todas las incomodidades si nos aseguran que los aviones van a ser puntuales sin importar las condiciones climáticas: es urgente instalar en todos los aeropuertos el instrumental que lo permita. Por suerte el gobierno ha anunciado que la empresa Aeropuertos Argentina 2000 se va a poner las pilas para renovar y ampliar algunos de ellos (de paso les sugiero que cambien la razón social que envejece un año cada 1 de enero). El de Posadas todavía puede mejorar bastante, por empezar con una manga para los días de lluvia, aunque sea inflable como las de los estadios. Y si ponen un finger definitivo, además de no mojarnos por fin evitaremos subir y bajar de balde las escaleras.
Es evidente que los aeropuertos tienen que crecer y mejorar, pero lo deben hacer al ritmo de la industria si no quieren quedarse en la era de la pandorga a motor.

Por Gonzalo Peltzer
gpeltzer@elterritorio.com.ar