Kornelia Ender

domingo 14 de agosto de 2016 | 6:00hs.
Hace años -no crea que tantos- los Juegos Olímpicos eran cosa de alemanes y cubanos. Puede que la URSS y EE.UU. ganaran más medallas, pero eso no nos asombraba y además no era así por una cuestión de proporción entre sus campeones y la cantidad de habitantes de cada país. Si hacías las cuentas siempre estaba adelante la República Democrática Alemana, que todos llamábamos Alemania Oriental. Como botón de muestra baste con recordar que en 1972 en Munich, los soviéticos se llevaron 99 medallas, los norteamericanos 94, los alemanes orientales 66 y los alemanes occidentales 40. Es decir que Alemania sumada ganó 106, de las que 33 fueron de oro. Cuba no estaba tan lejos de los primeros, pero era sin dudas el primer latinoamericano, con tres medallas de oro contra dos de bronce de Brasil. Mucho más lejos si lo medimos en proporción a las poblaciones de los dos países.
Ese año -1972- apareció Kornelia Ender en la Olimpiada. Era una alemanita oriental de trece años que parecía de 22 y nadaba como un delfín. La nena ganó tres medallas de plata. En Montreal 1976 la rompió con 17. En cinco años batió 27 récords mundiales. Y no me hinchen con Mark Spitz o Nadia Comaneci: nosotros mirábamos enamorados a la nadadora alemana. Pero cuando terminaron los Juegos de Montreal, Kornelia anunció su retiro para siempre de la natación y de cualquier deporte. Dos años después, en 1978, se casó con el Rolls-Royce de la Natación, como le decían a Roland Matthes, medalla de oro indiscutida de estilo espalda en México 68 y Munich 72. Se divorció del Rolls-Royce en 1982 y poco después se casó con un decatleta llamado Steffen Grummt (de esos que corren, saltan, lanzan la jabalina, vuelven a correr, vuelven a saltar… ). Grummt era un año más joven que Kornelia y cuando iba a competir en decatlón en los Juegos de 1984 en Los Ángeles, Alemania Oriental se adhirió al boicot de la URSS contra los Estados Unidos y no mandó representación. Aquel boicot fue una represalia por el que realizó Estados Unidos a la URSS en los Juegos de Moscú de 1980, al que, por cierto, la Argentina adhirió y tampoco participó. Los boicots son armas de los políticos para jorobar a sus enemigos, pero joroban a los atletas. La cuestión es que el novio de Kornelia se enojó y se pasó del agua líquida a la sólida: del estilo espalda al tobogán de hielo del bobsleigh; ese torpedo con dos o cuatro tripulantes que baja a toda velocidad por una montaña rusa congelada. Quería ser olímpico como su chica y para eso se reconvirtió en un giro de 180 grados para estar en los Juegos de Invierno de 1984 en Sarajevo.
Occidente sospechaba que en los países del otro lado de la Cortina de Acero hacían cosas raras con las hormonas o con drogas desconocidas. En 2007 una nadadora contemporánea de Kornelia Ender llamada Shirley Babashoff confesó el doping colectivo y sistemático en la antigua Alemania Oriental. Contó también que muchas tuvieron hijos con malformaciones por culpa de los experimentos. Ya era imposible probarlo y para colmo no se podía sancionar a nadie ni retirar medallas o bajarlos del podio porque la competencia olímpica es por países y Alemania Oriental había dejado de existir en 1989.
Hoy Kornelia Ender tiene 57 años y debe ser una señora irreconocible de alguna ciudad alemana en un mundo que no tiene nada que ver con aquel que la vio nacer y la convirtió en monstruo mundial de la natación. Ojalá la vida no le haya jugado una mala pasada y sea una mujer feliz, rodeada de presente y futuro, pero con el recuerdo imborrable de aquellos años en los que fue la estrella de los Juegos Olímpicos que enamoró a los que éramos adolescentes.
Cuando después de la Olimpíada de Montreal desapareció del mapa con toda la gloria y sus 17 años, muchos pensaron que se escondía en la profundidad hermética de Alemania Oriental para que no la investigaran. Pero siempre preferí creer lo contrario: desapareció para que nadie intente hacer experimentos con su juventud magnífica. Kornelia hubiera ganado más medallas que Michael Phelbs de haber seguido nadando en los juegos de Moscú 1980 y Los Ángeles 1984. En Seúl 1988, al terminarse la estupidez del boicot recíproco, Kornelia Ender tenía 30 años. Phelbs tiene 31, 23 medallas de oro y 39 récords entre mundiales y olímpicos. Como todo futurible, es imposible saber qué hubiera ocurrido si Ender seguía nadando, ya que puede haber infinitas razones para retirarse y ojalá todas sean resultado del ejercicio de su libertad.
Es una de las paradojas de los Juegos: hace apenas 40 años ganaban cantidad de medallas países que ya no existen. Astros del deporte se quedaron sin sueños en dos segundos. Otros perdieron la posibilidad de su vida porque unos pichados decidieron sancionar a los que organizaban los Juegos y obligaron a sus aliados a boicots para imbéciles. Ya no existe ni la bandera que los abrigó como un chal en sus espaldas y les puso la piel de gallina cuando la izaban por encima de las otras. Quizá apenas les alcanza para tararear con nostalgia el himno que en los días de gloria cantaban llorando a moco tendido.

Por Gonzalo Peltzer
gpeltzer@elterritorio.com.ar