Sólo el amor vence al lobo solitario

domingo 17 de julio de 2016 | 6:00hs.

Vivía en Bruselas donde el invierno no termina nunca cuando se levantaba la Cortina de Acero y se derrumbaba el Muro de Berlín. Parecen millones de años, pero no es tanto. Por aquella época los canales de noticias empezaban a dar cada media hora las temperaturas de las principales ciudades de Europa y del mundo. Invariablemente Niza aparecía con buen tiempo: en invierno nunca hacía mucho frío y en verano no hacía tanto calor. El comentario que hacíamos es que la gente no es tonta y que por algo los que pueden se instalan en la Costa Azul. Uno se imagina que los mejores lugares para vivir son las fotos, pero las fotos no muestran las debilidades que al llegar defraudan. Niza no es así: promete en las fotos mucho menos de lo maravillosa que es en la realidad.
Me acordaba de estos momentos cuando el jueves a la tardecita empecé a enterarme con cuentagotas de algo que parecía un accidente y luego se confirmó como un atentando terrible. Cerca de la medianoche un camión de gran porte atropelló a la multitud que presenciaba los fuegos artificiales con los que la ciudad celebraba la Fiesta Nacional de Francia. El 14 de julio de 1789, el pueblo francés se reveló contra la tiranía despótica de sus monarcas y tomó la prisión de La Bastilla en París. Ese día empezó la Revolución Francesa que significó un hito para toda la humanidad. Acotación al margen: cuando los franceses se revelaron contra Luis XVI los americanos del norte llevaban trece años de democracia, libres del absolutismo mucho más relativo de los reyes británicos, pero al mundo siempre le afecta mucho más lo que pasa en Francia.
En poco tiempo se supo que el atentando de Niza fue el hecho de un lobo solitario. Un hombre de nacionalidad francesa y origen tunecino que alquiló un camión frigorífico y explicó a la policía que tenía que proveer helados a los vendedores de la Promenade des Anglais (paseo de los ingleses), que es como la avenida costanera de Posadas, pero en Niza y con el Mediterráneo donde está Andresito. Los policías lo dejaron pasar y el tipo embistió durante dos kilómetros a la multitud, y cuando no pudo seguir avanzando se bajó del camión y empezó a ametrallar a la gente hasta que lo ametrallaron a él.
Repugna contarlo porque no nos cabe en la cabeza que alguien pueda mantenerse dos kilómetros al volante de un camión matando gente como si fueran hormigas en el jardín. Ha habido otros atentados en Francia y en el mundo, tan brutales como este, pero casi todos con armas. Cualquier víctima de un atentado es inocente, pero mucho más cuando estás en un lugar en el que no esperás ni por las tapas que alguien intente matarte. Pasó en estos años y cada vez es más frecuente que uno o varios terroristas se enfrenten con la multitud que asiste a un concierto en París, o que baila en un bar en Orlando, o que cena en un restaurante de Daca, o que edita una revista de nuevo en París, o que viaja a su trabajo en Madrid, o que se dispone a empezar su día laboral en las Torres Gemelas de Nueva York o viaja en uno de los aviones se usaron como armas, o que llega a destino en los aeropuertos de Bruselas o Estambul. En Buenos Aires ocurrió dos veces y los hechos nos están diciendo que puede ocurrir en cualquier lugar y en cualquier momento.
¿Qué le ha pasado a la humanidad para crear estos monstruos? No lo puedo entender porque pienso que no es posible que alguien, que un ser humano, se suba a un avión con la intención de matar a todos sus pasajeros para darle un escarmiento a otros inocentes que sacan fotocopias en sus oficinas. Pero todos sabemos que hasta ahora los que cometieron esas barbaridades eran fanáticos entrenados. El asesino de Niza, en cambio, era un señor que organizó el atentado por su cuenta y riesgo y atropelló con un camión a gente como él durante dos kilómetros. Mató a 83 personas y dejó cientos de heridos y aunque haya infinitas elucubraciones nadie puede saber bien por qué lo hizo. Estoy seguro que las razones están en el futuro y no en el pasado, quizá por eso los que se alimentan con el odio tratan de capitalizarlo a su favor.
Es imposible defendernos de los suicidas y mucho menos de los lobos solitarios que no entran en los radares de la inteligencia; convertiríamos al mundo en una inmensa cárcel y así tampoco vale la pena vivir. Quizá por eso el atentado de Niza me recuerda que sólo el amor vence al odio y que no hay otra solución que seguir trabajando para que los humanos nos amemos los unos a los otros. En eso estamos hace miles de años, pero ya se ve que hay que dedicarle tiempo.

Por Gonzalo Peltzer
gpeltzer@elterritorio.com.ar