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Dramático encuentro entre un presunto represor y su víctima

Graciela Franzen preguntó por el nombre de pila del subcomisario Ríos. La puerta de la casa de la calle Suiza estaba abierta. La esposa de Ríos la anunció y enseguida la hizo pasar. Juan Carlos Ríos matizaba la merienda escuchando radio en un sofá de la sala.

domingo 19 de junio de 2005 | 0:00hs.
Dramático encuentro entre un presunto represor y su víctima
Graciela Franzen preguntó por el nombre de pila del subcomisario Ríos. La puerta de la casa de la calle Suiza estaba abierta. La esposa de Ríos la anunció y enseguida la hizo pasar. Juan Carlos Ríos matizaba la merienda escuchando radio en un sofá de la sala.
El hombre está lejos del policía duro que Franzen  denunció en febrero de 1984 (ver  aparte) como uno de los oficiales del Departamento de Informaciones de la Policía de la Provincia que la torturó durante el tiempo que estuvo alojada allí, luego de ser  detenida el 20 de mayo de 1976 por un grupo de civiles armados.
Abatido por la diabetes, Ríos perdió las dos piernas. “Hace tres años le amputaron una y el año pasado la otra”, contó su esposa. El subcomisario retirado hace doce años reparte sus días entre la cama, la silla de ruedas y el mismo sofá de la sala en que recibió a su ex víctima el viernes a la tarde.
El encuentro transcurrió increíblemente en  calma. Por la charla de poco más de una hora pasaron nombres y episodios sangrientos a los que Ríos se refirió con naturalidad, como si no fueran más que anécdotas del pasado.

Recuerdos del horror
“Había un hombre que me llamaba la atención, del que no recuerdo el nombre. Era un hombre muy flaco, alto, muy pálido, de cabello largo y negro”, lo interrogó Franzen  a poco de sentarse frente a quien, según ella, la había picaneado hace 29 años.
“Godoy”, replicó Ríos. “Largo, le decíamos”, agregó enseguida, familiarizado con  el hombre que Franzen traía a su memoria. Se trataba de un detenido-desaparecido que ella había visto durante su detención en Informaciones, donde Juan Carlos Ríos prestaba servicio como oficial.
La charla desembocó en la muerte reciente de otro policía que pasó por esa dependencia.
“Vos me contaste que murió ese que era sargento”, interrogó Ríos a su esposa por la identidad del colega fallecido. “¿Cuál, el que murió en Estados Unidos?, le repreguntó la mujer.  “Ese que se casó con la hija de...”, le retrucó Ríos. “Silvero”,  recordó finalmente la mujer.
Miguel Ángel Silvero es uno de los represores identificados y denunciados a la justicia por Franzen hace 21 años, junto a Ríos y varios otros, en una causa que quedó trunca con la sanción de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final en 1985 y sobre las que la Corte Suprema de Justicia acaba de declarar la inconstitucionalidad.
Franzen volvió a acusar  a Ríos y a Silvero en el testimonio que prestó ante el juez federal Ramón Claudio Chávez el año pasado, en el Juicio por la Verdad que investiga la suerte del ingeniero Alfredo González, docente de la Universidad Nacional de Misiones detenido en 1978 y desaparecido desde entonces.
“Te vamos a dejar como para que no puedas tener un hijo”, le contó Franzen al juez Chávez  que le había dicho Ríos durante una sesión de torturas.
¿A usted no le preocupa que estas leyes se hayan caído?, le preguntó El Territorio. “No”, dijo Ríos. “Yo no tuve nada que ver, no maté a nadie”, argumentó.

La obediencia debida
“Me acuerdo que usted me sacó la venda y me hizo atender por el doctor Mendoza ese día en que yo me estaba desangrando”,  le dijo Franzen. Ríos ni se inmutó. Es más, reaccionó como sorprendido por la gravedad del episodio.
El médico Guillermo Mendoza fue uno de los que compareció el año pasado ante el juez Chávez en el marco del juicio por el ingeniero González, y en esa ocasión negó las acusaciones que lo señalaban como quien controlaba los signos vitales de quienes eran  sometidos a vejámenes en el Departamento de Informaciones.
“Yo recuerdo que había una recomendación de monseñor Kemerer  para usted”, afirmó Ríos, agregando que sobre ese pedido del entonces obispo de Posadas él le había informado a un superior suyo de apellido Aquino.
-¿Se torturaba en Informaciones?, le preguntó este diario. “Cómo se va a torturar si estaba todo junto ahí”, sostuvo.
“Desde la alcaidía escuchábamos los gritos”, le retrucó Franzen. “¿Escuchaban?”, se volvió a sorprender Ríos. “En el frente no escuchaban nada”, afirmó.
“Yo le voy a contar”, dijo después, reincorporándose en el sofá: “Informaciones no era un lugar  de detención, sino un lugar de paso para los que después pasaban a disposición del Poder Ejecutivo. Los dejaban ahí, pero teníamos que tener cuidado porque venía otra fuerza invocando a una autoridad superior  y los llevaba. La Federal tenía un japonés que era un hijo de mil p..., yo lo vi en plena represión haciendo desastres”.
En todo momento, el ex subcomisario se desentendió de las acusaciones en su contra, apuntando contra las otras fuerzas que operaban en la represión ilegal de aquel entonces, y también contra colegas suyos de aquellos años, como Silvero, y a quien ubicó como el jefe de Informaciones en 1976: “Molina, que era un jodido y el que arreglaba todo”.
“¿A usted no le tocó gente muy jodida no?, le preguntó Ríos a Franzen. “No sé qué mas jodido puede ser. Me dejaron  sin poder caminar por la picana en la vagina, los pechos quemados y con una costra, la cara  deformada por los golpes”, le contestó Franzen, en un encuentro del que fueron testigos la esposa de Ríos y un joven de no más de 20 años que al parecer es su hijo menor, quienes siguieron la charla sin mostrar reacción alguna.

El punto final
¿A usted le ordenaron detener gente?, preguntó este diario. “Sí, y le voy a contar quiénes”, dijo el ex policía, citando el nombre de un tal doctor Acosta a quien admitió haberse llevado de su domicilio en el centro con una amabilidad que él mismo reconoció como poco usual en la metodología empleada entonces en los operativos.
La charla siguió trayendo nombres y fechas, y concluyó con las lamentaciones de Ríos sobre el trato que la obra social le dispensa a pacientes insulino-dependientes como él.  Al pasar revista a su discapacidad, el ex subcomisario recordó a su jefe, el “jodido” Molinas: “Dicen que está en Entre Ríos, también en una silla de ruedas. Parece que a todos los que estuvimos en aquella época nos tocó terminar así”, dijo.


Las primeras denuncias contra Ríos
El 4 de febrero de 1984 El Territorio informaba sobre la denuncia por parte de la Comisión de Familiares de Detenidos-Desaparecidos y por los Derechos Humanos de Misiones, que integraba Graciela Franzen.
En aquella ocasión, Franzen y otros miembros de la organización denunciaron con nombre y apellido a muchos de sus captores y torturadores, exhibieron una lista de presos políticos que hasta hoy se encuentran desaparecidos, y hablaron de la existencia de un centro clandestino de detención ubicado “en las proximidades del aeropuerto”.
Ese lugar fue identificado finalmente en el verano pasado como “La casita de los mártires”. Lo recorrió una comitiva encabezada por el juez federal Claudio Chávez, la hermana del ingeniero químico desaparecido Alfredo González, Amelia González, y Graciela Franzen. Está ubicado en inmediaciones del arroyo Mártires y funcionó como el Destacamento Mártires de la Policía de la Provincia.
En ese lugar, hoy reducido a ruinas escondidas entre la maleza, los testigos aseguran que fue asesinado el ingeniero Alfredo González. Franzen dijo haber pasado también por esas instalaciones, donde la sometieron a torturas con una picana que funcionaba a batería. Se lo recordó el viernes a su ex captor Juan Carlos Ríos, señalándole que sus colegas “se enojaban mucho porque la batería no funcionaba correctamente siempre”.
Las denuncias de Franzen en 1984 derivaron en un sumario administrativo del Ministerio de Gobierno que le frustró a Ríos su ascenso como policía, y en una demanda penal que fue congelada por la sanción en 1985 de las leyes de impunidad que la Corte Suprema declaró inconstitucionales esta semana.  
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