Eric Barney: “Nunca más pude usar la garrocha con la que salté en México”

Miércoles 23 de julio de 2008
“Nunca más pude usar la garrocha con la que salté en México. Ese día la pude mover por la adrenalina que me generó en el cuerpo que casi cien mil personas estén viéndome en el estadio”, comentó Eric Barney (68) al rememorar un hecho histórico del deporte misionero que lo tuvo como protagonista: su participación en los Juegos Olímpicos de México 1968.
Pasaron ya casi 40 años de esa calurosa mañana de septiembre, cuando tras cinco horas de competencia logró un meritorio 16º puesto entre los 28 atletas de la elite mundial que participaron en la prueba de salto con garrocha.
Y eso que realizó su primer salto recién a los 20 años y con una tacuara en la improvisada pista que construyó junto a su hermano Ian en la chacra de la familia, ubicada a pocos kilómetros del centro de Oberá.
Hoy, a sólo días del inicio de los Juegos Olímpicos de Pekín, la anécdota de Barney sintetiza a la perfección el verdadero espíritu olímpico de superación, amateurismo y desinteresado amor al deporte.
“Yo me recibí de ingeniero el 18 de septiembre y tres días después viajé a la olimpiada. Quiere decir que estudiaba y hacía atletismo con la misma intensidad. Por eso, siempre les digo a los chicos que el deporte brinda un descanso mental que no se logra con ninguna otra actividad”, subrayó Barney en diálogo con El Territorio.
Entre sus logros deportivos se destacan tres títulos Sudamericanos (Río de Janeiro 65, Buenos Aires 67 y Lima 71) y dos terceros puestos Panamericanos.

Los mejores recuerdos
En 1968 Eric Barney tenía 28 años y se encontraba en plenitud física, aunque un par de meses antes de los Juegos Olímpicos sufrió un desgarro que complicó su puesta a punto.
“Sólo yo y mi entrenador, Mario Eleusippi, sabíamos de la lesión. Por suerte la recuperación fue buena y pude competir sin problemas, pero hasta último momento no sabía cómo respondería la pierna”, recordó. 
La delegación argentina de atletismo arribó a la Ciudad de México un mes antes de la competencia, ya que debían realizar una adecuada aclimatación a la altura. Además, los argentinos no estaban acostumbrados al tartán, la superficie de la pista, por lo que los primeros días fueron realmente difíciles.
Al respecto, Barney contó que “nunca habíamos saltado en tartán y por eso tuvimos dolores muy grandes en las piernas hasta dos semanas antes de la competencia”.
En esos tiempos, al igual que ahora, en realidad, los atletas argentinos no contaban con demasiado apoyo del Estado.
“En esa época no había becas ni incentivos, sólo nos pagaron los pasajes y la indumentaria -explicó- . Incluso, durante la preparación rompí doce garrochas de fibra de vidrio y me las pagaba yo”.
Las vivencias de la Villa Olímpica y las anécdotas son interminables, pero en el “podio” de sus recuerdos se destacan tres hitos: la ceremonia inaugural; un etíope que estando lesionado no abandonó la maratón y cruzó la meta ante la ovación del estadio; y la imagen de los norteamericanos que en el podio alzaron sus puños para simbolizar el poder negro, cacheteando al establishment de entonces. 

Factor adrenalina
El día más esperado llegó y fue hora de saltar: “La clasificación duró cinco horas y pienso que si hubiera pasado al otro día no me levantaba, porque fue mucho el esfuerzo y la adrenalina”.
“Y sucede que la adrenalina te queda en la sangre y al otro día te levantás y tenés los músculos en un estado calamitoso. Por eso los capos hacen dos o tres saltos y ya está, no tienen tanto desgaste”, explicó Barney.
De todas formas, reconoció que fue en México donde se dio cuenta que “la adrenalina es como una droga”.
“Sólo con la adrenalina pude mover la garrocha con la que salté ese día, y fueron sólo los últimos dos saltos. Después nunca más la pude usar, ni en entrenamiento ni competencia”, aseguró.
Pocos días antes del evento había recibido esa garrocha, una de las primera de fibra de vidrio que existían en el mercado. Era sumamente resistente y flexible, pero rígida. Por eso, sostuvo que ese día pudo utilizarla únicamente gracias a la adrenalina que le produjo el entorno.
Es más, con un ejemplo sencillo y contundente graficó lo que sintió esa mañana: “Sentís como cuando vas en un auto y se te cruza un chico, que se te eriza toda la piel. Eso es la adrenalina”.
Hace tres años, a instancias de un reconocimiento del Concejo Deliberante local a la figura de Eric Barney, visitó Oberá el atleta Germán Chiaraviglio, también garrochista y la gran esperanza del atletismo argentino de estos tiempos.
“La ventaja de Chiaraviglio con relación a mí es que todos en su familia son atletas y él empezó de muy chico -opinó-. En cambio, yo salté por primera vez a los 20 años con una tacuara y así hice mis primeros tres metros, a los machetazos”.


Hermanos y amigos
Ian y Eric Barney han escrito varias de las grandes páginas del deporte misionero. En el Campeonato Sudamericano de 1965, en Río de Janeiro, ambos se consagraron campeones, Ian en lanzamiento de la jabalina y Eric en salto con garrocha, siendo la primera y única vez que dos hermanos suben a lo más alto del podio en dicho certamen.
“En los deportes no sé si alguna vez le gané, y si hice mejores marcas fue porque entrené más. Él nunca quiso hacer pesas, pero tenía un brazo excepcional. Podía tirar una naranja a 100 metros, cuando yo la tiraba a 60”, recordó Eric.
Además, contó una anécdota que pinta a su hermano de cuerpo entero: “En los últimos años de universidad ya no teníamos guita porque la yerba no andaba. Entonces mi hermano empezó a trabajar en Eveready y me daba la mitad del sueldo. 'Vos entrenate', me decía. Faltaba poco para México y yo tenía que entrenar mucho, por eso él trabajaba y yo entrenaba”.
Ian se recibió de Ingeniero Naval y estudió Oceanografía en los Estados Unidos. En 1969 falleció en un accidente automovilístico. En su homenaje, el Complejo Deportivo Municipal de Oberá lleva su nombre.