La Catedral San Antonio y sus reliquias, símbolos de Oberá

Domingo 18 de mayo de 2014

Casi una década antes de la fundación de Oberá -el 9 de julio de 1928-, los primeros inmigrantes católicos ya celebraban sus misas bajo la inmensidad de la selva misionera. El coro de las chicharras en verano o los tucanes y loros alborotados por algún yaguareté cercano eran sonidos habituales para el puñado de pobladores de entonces.
La primera celebración cristiana de la cual se tiene registro data de 1920 y se realizó en la casa del inmigrante italiano Ernesto Bárbaro, quien ese mismo año se asentó con su familia en la zona y fue impulsor del desarrollo local.
Su nieta Juana atesora la mesa de madera en torno a la cual se congregaban los feligreses, escenario de los primeros casamientos, bautismos y comuniones. La liturgia se coronaba con una imagen de San Antonio de Padua que aún perdura.

La imagen llegó a Oberá procedente de Italia en manos de Ernesto Bárbaro y su esposa Juditta, quienes antes de partir hacia América pasaron por Padua para pedir la bendición del santo. Con profunda devoción se comprometieron a levantar una capilla en su nombre apenas se asentaran en su nuevo hogar.
“La abuela Juditta había heredado un collar de oro que tenía una cadena gruesa como un dedo y que daba cinco vueltas a su cuello, y prometió donarlo para la construcción de una capilla en honor a San Antonio. Por eso, a pesar de las complejidades de la vida cotidiana en el monte, ni bien se instalaron ya empezaron a trabajar para cumplir con la promesa”, relató Juana.
Con enorme sacrificio, un sacerdote llegaba desde la localidad de Bonpland para celebrar las misas que se realizaban en la casa de la familia Bárbaro, en lo que actualmente es la esquina de calle México y avenida Italia de Oberá.

Promesa cumplida
La devoción de don Ernesto era tal que todos los 22 de diciembre cosechaba sus primeras uvas y las ofrendaba a la iglesia. “Nosotros éramos chicos y sabíamos que no podíamos tocar las uvas hasta que el sacerdote recibiera la ofrenda en un canasto de mimbre que también fabricaba el abuelo. Así de fuerte era el lazo que tenía con su iglesia”, relató Juana.
Tras contactos con el obispo de Corrientes, monseñor Vicentín, en 1932 arribó a Oberá el padre Juan Tomala, el primer sacerdote católico que se asentó en la ciudad.
En 1937, por decreto del obispo Vicentín, fue erigida la primera parroquia sobre calle Córdoba y 9 de Julio. En tanto, el 20 de julio de 1942 se conoció la noticia de la donación del terreno donde se construyó la Catedral San Antonio, en Sarmiento y Libertad.
Según la historiadora Ada Sartori de Venchiarutti, muchas de las estatuas de la Catedral provinieron de la anterior capilla y otras fueron donadas por devotos.
En 1947 llegaron las reliquias de San Antonio desde Roma, con un documento autorizando la veneración pública.

Resurgió de las cenizas
El 12 de junio de 1986 los obereños se preparaban para festejar el día del Santo Patrono, pero los fuegos artificiales que fueron dispuestos en el techo para la celebración produjeron un devastador incendio que redujo a cenizas el templo, aunque algunos vecinos y fieles alcanzaron a salvar las imágenes.
Gracias al esfuerzo de la comunidad, el 5 de enero de 1993 se reinauguró el templo. Entre los cambios que se produjeron se destacan el mejoramiento de la acústica y los vitrales.
Cualquier visitante que llegue a Oberá se deslumbra con la imponente belleza del templo de San Antonio, que se levanta con todo su esplendor en pleno centro de esta ciudad.
El templo fue construido en estilo neogótico, lo que marca el origen europeo de los inmigrantes que llegaron a estas tierras. El proyecto pertenece al arquitecto austriaco Antonio Von Liebe, que realizó importantes trabajos en el Viejo Continente.
Según especialistas, el templo de San Antonio es considerado el más hermoso exponente del estilo neogótico en la provincia de Misiones.
Uno de los detalles más bellos son las torrecillas ubicadas lateralmente, que terminan en puntas muy agudas. El techo circunscribe una cruz latina y las ventanas son ojivales y tienen como función iluminar el interior del templo.

Por Daniel Villamea