Necesitamos una nueva burguesía nacional

martes 18 de diciembre de 2018 | 5:00hs.
Si en el terreno de la economía afirmamos que el poder se anida en los conocimientos, estamos sosteniendo una verdad incompleta. En ese campo el verdadero poder se alcanza a partir del momento en que esos conocimientos se transforman en algo tangible. Es decir, cuando lo convertimos en bienes materiales de diferentes tipos y características. Cuanto mayor sean los conocimientos que se apliquen en la elaboración de los bienes materiales, el poder económico que llevarán implícitos será marcadamente superior.
Como es de amplio conocimiento, la Argentina es un país cuya matriz económica es eminentemente primaria. Una condición de la cual nunca pudo escapar, a pesar de que existieron gobernantes que intentaron inclinarla hacia un proceso de industrialización sostenida.
Lo que se logró hasta ahora es insuficiente, y se debe a los constantes avances y retrocesos que experimentó en el tiempo. El obstáculo que siempre encontraron los propulsores de la industrialización fue en la actitud y prioridades de nuestra burguesía dominante, pues ésta no tiene demasiado interés en que tengamos una industria poderosa.
Ellos viven de los frutos de la actividad primaria. Como este es el rubro que por lo general siempre ha tenido la mayor atención a la hora de elaborar las políticas de gobierno, es ea que más exporta, y por consiguiente, el que hace ingresar mayor cantidad de dólares al país. Con el poder que les dan los billetes verdes, presionan a los gobernantes de turno para que se sometan a sus intereses, y su visión de país. Así es como consiguen que prevalezcan sus ideas en las políticas de los sucesivos gobiernos, de manera tal, que la implementación de las principales medidas se amolde a sus necesidades y objetivos.
Cuando nos ponemos a analizar por qué frente a un mundo tan dinámico y cambiante esas ideas conservadoras siguen tan vivas, y con tanto poder en nuestro territorio, caemos en la conclusión de que la teoría de la división internacional del trabajo se ha apoderado de la burguesía dominante de la Argentina.
Es una explicación válida sobre lo que nos pasa. De lo contrario, hace tiempo que estaríamos aferrados a un proceso sostenido de industrialización e innovación tecnológica, como herramienta evolutiva. Pero los poderosos que viven de la actividad primaria parece que prefieren desconocer el camino que conduce al bienestar integral de la nación.
Ellos sólo miran sus buenos ingresos, la posibilidad de gastarlos afuera, y exigiendo una apertura económica para comprar aquí lo que se industrializa en otras latitudes, en desmedro de los fabricantes nacionales.
Esta conducta es la que precisamente les interesa a las naciones industrializados del norte. Quieren que seamos eternos productores de materia prima, mientras que sus empresas nos llenan con productos elaborados más allá de nuestras fronteras. Son esos poderes extranacionales los que nos apabullan los oídos diciéndonos que el proteccionismo es malo para el desarrollo de una república. Una medida de la cual esos estados se valieron para proteger sus industrias, mientras vivían la etapa de transición que luego les permitió pasar de país primario, a país industrial. Por supuesto que ahora no te van a decir que es esa vía la que te lleva al desarrollo, ni tampoco creo que se divulgue demasiado en sus universidades.
Antes de convertirse en potencia industrial, el Reino Unido era un país pobre y pastoril. La lana que sacaban de sus ovejas se industrializaba en los países bajos, y volvía a la isla como telas o indumentarias. Un buen día la corona decidió hacer algo para salir de esa situación miserable. Entonces decidió comenzar un proceso de industrialización, que fue acompañado por la aplicación de un proteccionismo sin precedentes, que lo abandonó recién cuando Inglaterra se convirtió en la principal nación industrializada del mundo.
Lo mismo hizo Estados Unidos para proteger la producción de sus empresas, desde el mismo momento que ganaron la guerra a los ingleses y declararon su independencia. Primero tuvieron dificultades porque los estados del sur, que casi no tenían industria, se negaban dejar de comprar los productos que venían del país anglosajón.
Esto cambia después de la guerra civil, cuando el norte industrializado derrotó a los estados del Sur. A partir de entonces, Estados Unidos inició una etapa de proteccionismo a ultranza por alrededor de 100 años, que también abandonó cuando ya era primera potencia económica mundial. Entonces no es cierto que la apertura económica conduce al desarrollo. Un país en vías de desarrollo como el nuestro, si no protege a sus empresas industriales, jamás abandonará su condición de país pobre para pasar a ser una nación próspera y rica.
La salida que tenemos los argentinos para huir de nuestra triste posición es que se genera una nueva burguesía dominante. Una burguesía con una mirada industrial y no basada en la actividad primaria como matriz productiva. La iniciativa se deberá tomar en provincias que no forman parte de la pampa húmeda, porque es ahí donde se asientan con mayor firmeza las ideas conservadoras.
Obviamente que estamos hablando de algo que tendrá un proceso muy lento y prolongado. Pero aun así, hay que levantar esa bandera y llevarla adelante. Se deberá hacer con convicción, porque los beneficios de los resultados finales no son para la inmediatez, sino para las generaciones que nos siguen.
Nuestros gobernantes y empresarios deben entender esto. Si no lo hacen, aquí seguirá reinando la teoría de la división internacional del trabajo. Es decir, los países ricos que monopolizan la industria y los conocimientos tecnológicos nos seguirán llenando con productos que salen de sus fábricas, mientras nosotros, como nación pobre y productora de materia prima, seguiremos vendiéndoles lo que ellos necesitan para alimentarse o para que siga funcionando y evolucionando eficazmente su maquinaria industrial.

Por Ramón Agustín Alegre
Escritor y periodista