Nacidos primeros

domingo 16 de agosto de 2020 | 4:30hs.
Nacidos primeros
Nacidos primeros

Sara I. Deym

No supo cómo apareció entre las esferas descompuestas y ovaladas que luego llamaría paltas. Despertó arriba del promontorio colorado y sacudió las dos extremidades que más adelante llamaría piernas. Intentó seguir con la vista las venas centrales de las hojas secas que juntas formaban una alfombra viva. El amanecer dio paso al verdor de las yataí, gemidos y rugidos fueron en aumento para recibirla: discreto el yaguareté trajo un tapir desnucado, atento el tucán regaló sus mejores trozos de melón, rápido el mono tití le trenzó los rizos y los adornó con una orquídea detrás de la oreja. Al lado de sus oídos revoloteaban mariposas del tamaño de sus manos, los aleteos ventilaban sus mejillas. Tenía gusanos en cada hombro y arañas multitudinarias recorrían sus brazos. Ejércitos de bichos bolitas tomaban posición en el semicírculo lleno de criaturas anónimas. Silbó para captar la atención de varias orejas inquietas. Ella bostezó, y esperó el abrazo del techo sin nubes que daba oportunidades eternas.

En la tarde bebió agua divina del arroyo bordeado de rocas algodonadas, y se sentó en la orilla acariciando con los dedos los camalotes, asomó un pequeño rectángulo opaco y rudo; el yacaré exhibía sus colmillos afilados con la boca abierta y ella saludó sonriente. Que ingenua era Jasymi vigilada por la rastrera yarará, principal enemiga de Tutú, el coatí guardián. Ganador en la carrera por saber quién subía más rápido el cerro después de haber nadado con ranas y helechos. Dejaron de recordar sus aventuras porque se acercó la yarará:

—Hola Jasymi—Tutú la frenó en seco y se interpuso en su camino.

—Hola víbora ¿Te perdiste?

—No—Se elevó y esquivó al mamífero casi empujándolo—, quería disculparme porque todos dieron sus presentes a la princesa y yo no.

—No te preocupes yarará—dijo Jasymi gentilmente, no entendiendo qué más podría ofrecer que no haya recibido aún.

—Quiero presentarte a alguien—admitió retorciéndose sobre si misma—, también está solo.

—No me parece buena idea—advirtió Tutú rozando las pesuñas en el brazo de su amiga y tratando de detenerla. Jasymi sonrió y palpó su hombro invitándolo a subir. Sus pies dejaron huellas de barro y pétalos de trompeta de ángel acariciaron sus talones. Cuando llegaron al templo de araucarias, la neblina invadió a estos copones, Jasymi y Tutú perdieron el camino de regreso al promontorio de la Palta, la yarará se detuvo:

—Es acá— bailó en zigzag. Tutú mostró sus pequeños colmillos y Jasymi lo imitó. Alto y pálido con omoplatos sobresalientes de barbilla candado y cabello lacio, avanzó indiferente a las amenazas de ambos y Jasymi consciente del peligro no retrocedió a pesar de los tirones de cabello de Tutú. Quedó inmóvil olvidándose del canto de los horneros asombrados por avecinar pelea. Las cejas tupidas y los labios carnosos se curvaron formando hoyuelos en su rostro. Quiso abrazarla, pero Jasymi se apartó y corrió sin aliento resbalándose en el torrente del arroyo, como huyendo de un depredador. Aplastó yuyos vírgenes que resurgieron del suelo tras sus pisadas, buscaba frenéticamente el promontorio donde nació. La yarará, consiente de la reacción, intentó convencer al hombre.

—Sígueme y la encontrarás—Inseguro y acostumbrado a lugares umbríos, dudó de la propuesta, aunque estaba feliz de conocer a la semejante. Todo iba conforme al plan de la yarará que llenó con jugo de sus colegas a pitangas, guayabas y ranitas distribuyéndolas estratégicamente alrededor de la palta.

A pesar del esfuerzo, Jasymi continuaba charlando con la fauna o compartiendo señas con el hombre, cuyo refugio aún era el templo de las araucarias al otro lado del arroyo. Agotada de la indiferencia de ambos, la yarará renunció a imponer su reinado y recogió todos los frutos abandonándolos en el templo de las araucarias antes de irse.

El hombre pudo percatarse de la putrefacción cuando los encontró, y los arrojó al arroyo, los frutos desintegrados fueron semillas que se plantarían para convertirse en árboles malditos que producirían, a su vez, más frutos. Las primeras víctimas serían el mono y el tucán.

Él cruzó el arroyo desesperado por la violencia imperante y la escasez de alimento, ofreció a Jasymi un trueque; paltas a cambio de su fortaleza física como protección contra la adversidad soberana. Jasymi aceptó y tuvieron diferencias que combatieron juntos hasta que la estación de paltas terminó y ella cayó enferma. Él invocó a la yarará, que volvió encantada y como cura clavó sus colmillos en las gruesas raíces sobresaltadas de la madre palta. La tierra se hundió en mil cascadas voraces que tragaron el cuerpo de Jasymi, revivió de la garganta del diablo, aunque desconectada de cada ser existente. Fue más veloz, fuerte e independiente, pero había perdido su gentileza creyéndose sabia. Enfrentó a Tutú, que protegía los únicos árboles benévolos anteriores a la llegada de la yarará, y los defendía con su vida ante cualquier arrebato.

Ardía su corazón al descubrir que mataba a su amigo por avaricia frente a una nueva madre palta florecida de amarillo. Las abejas se unían delicadas forrando de negro el aire y adelantando el luto, necesitaban que ella eligiera de qué árbol vivir en aquella maravilla natural.

Primer premio en la categoría cuento en el Quinto Concurso Internacional de cuento y poesía de las “Cataratas Maravilla Natural” (Puerto Iguazú 2019). La autora es parte del Comité de Lectura provincial para la Feria Internacional del Libro (Posadas. 2020). Blog: https://itatilescribe.blogspot.com