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“Me ponía pañuelos en el cuello porque él me ahorcaba y me dejaba marcas”

miércoles 13 de noviembre de 2019 | 3:00hs.
“Me ponía pañuelos en el cuello porque él me ahorcaba y me dejaba marcas”
Miriam Rotela es trabajadora social y trabaja para el SPP.
Miriam Rotela es trabajadora social y trabaja para el SPP.
Por Daniel Villamea

Por Daniel Villamea Corresponsalía Oberá

“Para mí la violencia estaba naturalizada, como que me había acostumbrado a eso. Pero en un momento, por necesidades de mi trabajo, pedí la asistencia de una psicóloga que terminó ayudándome en lo personal. Un día le comenté que si no compraba tinta, mi marido no me permitía ocupar la impresora de casa. Ahí empezó a indagar, le conté lo que pasaba y tomé el coraje para hacer la denuncia”, recordó la trabajadora social Miriam Rotela, alcaide principal del Servicio Penitenciario Provincial (SPP), quien se desempeña en la Unidad Penal II de Oberá. 
En diálogo con El Territorio, la profesional reconoció que teme por su integridad física y la de sus hijos, sobre todo de los dos menores que residen con ella, ya que su ex marido -también penitenciario- volvió a trabajar a la misma dependencia obereña, a pesar de las reiteradas alertas a las autoridades de la fuerza. 
El sujeto, identificado como Luis P., fue nombrado como jefe directo de Rotela, a pesar de que la mujer solicitó que se renueve la restricción perimetral otorgada oportunamente por el Juzgado de Familia de Oberá. 
“A pesar de los antecedentes de violencia lo premiaron con la jerarquía de jefe. La verdad que esperaba más empatía de la cúpula del Servicio, más porque es una mujer la que conduce y está al tanto de todo. Incluso me llamaron de Dirección General para preguntarme si tengo la perimetral, lo que pedí por favor con el aval de la Línea 137 que me está ayudando mucho. Pido por favor que la institución o el juzgado hagan algo, porque lo padecí en carne propia y sé que es un hombre muy peligroso”, reclamó Rotela.  
Asimismo, subrayó que antes de brindar esta entrevista agotó las instancias administrativas y judiciales, pero no obtuvo la respuesta esperada. 

El sometimiento 
Angustiada por la situación que atraviesa, aseguró que durante diez años fue víctima de violencia física y psicológica por parte de su marido, y lamentó que sus hijos fueran testigos de todo.
En tanto, por pudor y temor demoró en denunciar los hechos, como suele ocurrir en tantos casos similares, hasta que encontró el respaldo de una psicóloga compañera de trabajo que encaminó su salida de la espiral de violencia a la que estaba sometida. 
“Recuerdo que estando embarazada de ocho meses de mi hijo más chico resbalé por las escaleras mojadas, me caí y grité muchísimo. Mi marido estaba en la casa, pero no me socorrió. Es algo que marcó mucho”, graficó.
El sometimiento fue en aumento, llegaron los golpes y amenazas, en paralelo a la vergüenza, según reconoció.  
Al respecto, mencionó que en su entorno laboral se daban cuenta, pero nadie dijo nada. 
El sujeto era jefe del área y se sabe que la violencia tiene muchas caras, pero cuando se viste de autoridad redobla la cuota poder e impunidad. 
“Después varios compañeros me dijeron que veían que yo iba golpeada, con moretones en los brazos. Me ponía pañuelos en el cuello porque él me ahorcaba y me dejaba marcas. Una vez me dio una patada en la rodilla, fui al kinesiólogo y casi le conté. Pero no me animé”, recordó. 
Entre las cosas que más lamenta es que sus hijos fueron testigos de la violencia. 
En tal sentido, Rotela mencionó que “hace poco mi hijo mayor le contó a una tía que una vez el padre me dijo que si lo denunciaba prendía fuego la casa. Eso queda grabado y hace mucho mal”. 
Y agregó: “La violencia pasa entre cuatro paredes, para colmo uno es profesional y lo último que quiere es que los demás se enteren. Pero ningún nivel social ni profesión escapa de este drama, hay que saberlo”. 

Pidió ayuda  
Pero hace cuatro años pudo salir de ese círculo nefasto y radicó la primera denuncia.
Relató que la relación de pareja estaba rota y que el sujeto se violentaba cada vez que le pedía la separación legal. 
“Después quería que le dé el importe de la mitad de la casa para irse, porque si no iba a destruir todo, decía. Como no quería irse tuvo que intervenir la Policía. Después empezó a molestar, pasaba gritando por casa; a algunos les hablaba mal de mí y a otros les decía que me amaba y que quería volver. También me molestaba por las redes sociales”, aseguró. 
Tras la denuncia, el Juzgado de Familia le otorgó un botón antipánico y ordenó la restricción perimetral para el acusado, quien fue trasladado por el SPP a la Unidad Penal de Cerro Azul, aunque seguía residiendo en Oberá. 
Según comentó Rotela, el penitenciario se mudó a casa de su padre, quien se hallaba con problemas de salud. Esta circunstancia habría derivado en otra causa judicial iniciada por los propios hermanos del sujeto.
“Se ocupó del padre entre comillas, porque estuvo haciendo daño por otro lado. Lo cierto es que él estaba a cargo y el estado de su papá se agravó muchísimo. Ese caso también está judicializado”, subrayó.
En tanto, mencionó que a partir de dicho episodio los parientes de su ex le dieron la razón y creyeron su versión de los hechos de violencia de género.  
“Primero los familiares no me creían, pero después vieron cómo terminó el padre y me dieron la razón. Es más, la fuerza sabe lo que pasó con el padre porque la hermana informó con pruebas”, agregó.

“Las autoridades saben”
Pero cuando las heridas del pasado comenzaban a sanar, las autoridades del SPP dispusieron que el acusado regrese a Oberá para ser jefe de su ex esposa, hace alrededor de tres meses.
Asimismo, solicitó un acercamiento con sus hijos menores, lo que desató una grave crisis en uno de los chicos, al punto que intentó quitarse la vida, según afirmó Rotela. 
“Mis chicos no querían saber nada, pero la Justicia los forzó a verlo al padre. Después cuando volvimos a casa uno trató de cortarse las venas. Que un hijo se quiera quitar la vida, no se lo deseo a nadie”, señaló al borde de las lágrimas.  
Las consecuencias de dicho reencuentro la obligaron a prometerles a sus hijos que ya no los obligarían a ver a su progenitor, lo que a su vez significó un enorme alivio para los menores, aseguró.  
También cuestionó que “el sistema te inculca que estás en riesgo y que tenés que temer. Nadie colaboró. Nadie me preguntó cómo estaba, como que lo único importante era determinar si era cierto lo que yo decía. Por ejemplo, yo tuve que buscar por mis medios una psicóloga”. 
“Las autoridades saben. Por eso ruego a la institución y al juzgado que alguien haga algo, por favor. Estoy muy preocupada porque es un hombre peligroso y así lo prueban las denuncias en su contra, que no son sólo mías. Y no me importa que me señalen, sólo quiero proteger a mis hijos”, remarcó.
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