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Mavalarismo

domingo 09 de agosto de 2020 | 3:30hs.
Mavalarismo

Por Santiago Morales

Sorprendentemente Mavala entró en trance, alació sus mechones duros, relajó su hinchado maxilar inferior y consiguió trabajo en una verdulería.

Si alguien se le presentara y le dijera Hola yo soy Patricia, él contestaría Hola, yo soy Mavala. Refugiándose tras esa firma impersonal que es el apodo que le pusieron los otros.

Patricia es una chica que va todos los días a la verdulería y aparenta no ir a decir nunca hola soy Patricia ya que ni siquiera dice hola quiero tomates y en verdad nunca dice absolutamente nada y lo que es más raro, y genera el estupor general, nunca compra nada. Turismo o militancia, aparición fantasmagórica, unos la llaman la zombie vegetal, otros la loca del barrio. Vigilala, fue la orden que recibió Mavala, hay sospechas de que roba manzanas, nunca habla nunca compra, echale un ojo.

Según el registro, que ambos responsables del comercio llevan extraoficialmente, en invierno simplemente mira verduras concentrándose especialmente en alcauciles, y en verano mira frutas demostrando predilección por las sandías.

Mavala no sabe que ella se llama Patricia, y el silencio le intriga. Cuando le preguntan si quiere algo si le ofrece algo si necesita ayuda con algo no responde como los demás negadores –estoy mirando- sino que calla y mueve la cabeza menos una vez que alguno de los dos pareció escucharle decir Preferiría que no.

A Joaquín, el dueño de la verdulería, le gusta mucho la chica extraña, la paseante de su comercio, y por eso no indaga con profundidad el caso. – Capaz sea ladrona pero es hermosa, me casaré con ella- le dijo a Mavala mientras éste cargaba cajones de peras.

Dice qué ella acude solo a mirarlo, y que los dos son tímidos entonces no hacen nada, dice qué esperan el momento justo y el destino. Me casaré. Acude. Qué palabras son esas. Los dueños hablan raro piensa Mavala. Su odio a la verdulería se acrecienta, solo le gusta hacer malabares entonces se la pasa agarrando naranjas y tirándolas al aire divirtiendo a los clientes. Hay veces en que los clientes se ríen verdaderamente. A veces agarra manzanas, y un día se animó con bananas, que aunque son más difíciles lo hizo bien y todos aplaudieron. Todos menos Joaquín, cuyos retos y advertencias son constantes y lo desafía a que se anime a hacerlo con huevos.

Un día Joaquín encontró un montón de verdura y fruta podrida y culpó a Mavala y amenazó con buscarse otro ayudante. Además le exprimió en la cabeza una naranja que estaba gris y olorienta mientras largaba una obscena carcajada.

Un día Mavala le pregunta a Patricia no muy sutilmente por qué nunca compraba nada y Joaquín lo reta severamente mientras Patricia se pone colorada y sale corriendo. Al otro día Patricia llega muy decidida y compra un montón de fruta y verdura, con cara de enojada y sin las miradas cotidianas con Joaquín.

Pasaron tres días sin que Patricia apareciera. Joaquín se la pasaba tirado en una silla detrás del mostrador sin hacer nada. A Mavala le tocaba atender a todos los clientes.

Una mañana, mientra ordenaban las cosas, apareció Patricia, Mavala agarró tres huevos e hizo la prueba final, malabares peligrosos con la fragilidad. Después de varias series de vueltas en el aire se le cayó uno al piso desparramando el líquido espesado blanco de la clara y Joaquín saltó de la silla y agarró a Mavala con toda su fuerza y lo tiró al piso y le hundió la cabeza en el huevo roto y crudo. Después advirtió la presencia de Patricia, quien salió corriendo con la bolsa de las compras otra vez vacía.

Finalmente Joaquín echa a Mavala de la verdulería sin siquiera un apretón de manos.

Mavala saca una bolsa que había escondido en el freezer, y se va pensando –yo era el mejor futbolista de la ciudad-.

Llega a una plaza y ve a Patricia haciendo malabares con antorchas de fuego. Se sorprende, (pero sinceramente no sé si se le cruza por la cabeza la idea de que ella iba a la verdulería a verlo a él, tal vez a aprender.)

Ella se le acerca, él le da la bolsa, ella la abre, está llena de alcauciles, a pesar del verano. Ella saca seis y se ponen a hacer malabares cruzados entre los dos sacrificando algunos pétalos que se desprenden en el aire.

Mavala malabares- dijo ella sonriendo. Qué trabalenguas ¿Cuándo me vas a decir tu verdadero nombre? Me lo quitaron cuando era el bufón del barrio, todos me hablaban, todos me saludaban, casi todos eran malos en el fondo, yo no entendía nada ni quería entender de qué me estaban hablando y solo les respondía Más vale. Ella pensaba. Más vale, pero más rápido.

En el semáforo aparecieron ludópiros que jugaban a malabares con fuego. Uno de ellos, el más circense, todo se lo tragaba. Mabala, que así se llamaba ¿quién dijo otra cosa? porque nunca mordió los labios para pronunciar la v corta, ya que casi no tenía con qué, lo vio ingerir el alcohol y por un segundo pensó en sus viejas manías. Pero enseguida borró la dispersión y disfrutó al ver cómo de la boca salían despedidas largas llamaradas luminosas que se perdían en el cielo.

Texto inédito. Morales tiene publicado los libros La devedeteca de Babel y Papeles de recienvencido.
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