La trágica“Influenza”de 1918

domingo 02 de agosto de 2020 | 5:30hs.
La pandemia se extendió hasta 1920 y dejó más de 50 millones de muertos en el mundo
La pandemia se extendió hasta 1920 y dejó más de 50 millones de muertos en el mundo

Por Balbino Brañas

La terminación de la primera guerra mundial trajo un hálito de muerte a nuestra ciudad: aquella famosa gripe o “influenza” española que dio en llamarse así porque el contagio vino a través de algunos inadvertidos inmigrantes de la madre patria.

Posadas, sin elementos sanitarios de defensa, fue presa pronto de esa terrible enfermedad.

El mal saltó de casa en casa, de barrio en barrio, y rápidamente la mayor parte del vecindario estuvo contagiada. Los doctores Parola, Agüero y Pomar realizaban esfuerzos inauditos por atenuar los estragos que el flagelo producía. Todo resultaba en vano. No había medicaciones adecuadas; se trataba de una enfermedad desconocida y no existían recursos para vencerla.

Un triste y desolado lazareto se instaló en las cercanías de lo que es hoy el Parque República del Paraguay. Diariamente las defunciones se contaban por docenas. El aspecto que allí ofrecían esos pobres cuerpos tendidos en miserables camastros, consternaba el ánimo y encogía el corazón.

Las víctimas eran trasladadas en carros, casi al galope, hasta el cementerio. A veces diez o doce cajones mal cerrados se amontonaban en aquellos elementales vehículos.

En nuestro hogar no se producían señales de infección. La epidemia estaba pasando y nosotros nos considerábamos a salvo. Pero una mañana mi hermana Julia amaneció con fiebre y tos. Fue el comienzo de la tragedia que se abatió sobre nuestra casa. De golpe caímos todos, menos mi padre, que practicaba una medicina preventiva a base de fuertes sudoríficos. Los demás, mi madre y seis hermanos, nos hallábamos postrados. Parientes caritativos y doña Fidelina González de Urbero, benefactora de enfermos y desdichados, nos tendieron una mano.

Moribundos casi todos, gemíamos bajo el peso agotador de los accesos. Y aquel 4 de enero de 1919 –día que yo cumplía once años de edad – nuestra hermana mayor Julia volaba al cielo. Comprendimos la desgracia cuando en medio de aquel estado próximo a la inconciencia, escuchamos los típicos y cautelosos ruidos que promovían los empleados de la funeraria. No pudimos verla, pero desde las piezas vecinas la despedimos con desgarradores sollozos. Nuestra madre clamaba para que le permitieran dar el postrer adiós a la hija de sus entrañas. La consigna, sin embargo, era severa; nadie podía levantarse porque el esfuerzo podía ser fatal.

Pasó aquella noche. En nuestra imaginación afiebrada surgía la figura de la hermana mezclándose con formas torturantes y extrañas. Era la danza del dolor ante nuestros ojos ardientes.

El frescor de la mañana nos trajo algún alivio, y luego de algunos días la mejoría se inició. Desaparecieron las cataplasmas y ventosas, los jarabes y el vinagre, los remedios de esos tiempos con que se combatía el mal.

Cuando exhaustos y cadavéricos, comenzamos a andar por nuestra casa, una aflictiva impresión nos perturbaba: ¡faltaba Julia! Sentíamos una mutilación moral, una suerte de pesantez indefinible. Era la misma sensación que deberían experimentar centenares de hogares en la abatida ciudad. El hálito mortal se había extinguido, pero sus frutos trágicos supervivían en aquel trágico escenario.

De “Ayer Mi Tierra en el Recuerdo”. El autor fundó los periódicos “la Hora” y “El Debate” y fue Director del diario “La Mañana”. Se dedicó al periodismo y al comercio. En los años 1965/66 fue intendente de la ciudad de Posadas.