La lógica de los animales

domingo 06 de enero de 2019 | 6:00hs.
Gonzalo Peltzer

Por Gonzalo Peltzer gpeltzer@elterritorio.com.ar

Este fin de año trajo dos grandes novedades que vale la pena celebrar. El Dakar se fue por fin de la Argentina. Por ahora se mudó al Perú, así que todavía no está conjurado el peligro; solo hay que esperar que se vaya a hollar con sus vehículos alocados los lindos paisajes de la campiña francesa o la arena impalpable del desierto del Sahara… y que se las arreglen con los tuaregs y sus cimitarras. La segunda gran novedad por la que vale la pena brindar es que hubo una notable disminución de fuegos artificiales.
Algo habrá tenido que ver la púa con la merma de los cohetes. Son tan caros y efímeros que se nos pianta un lagrimón cada vez que tiramos una cañita voladora o hacemos reventar un rompeportones. Pero sobre todo está terminando con la pólvora la conciencia, cada vez más difundida, del daño que causan a los animales. Los pone locos a todos, pero como no andamos tirando cohetes en el campo, los que sufren más son los que nos acompañan: nuestras mascotas que forman parte de la familia. Es tan penoso ver el sufrimiento de un perro una noche de petardos, que se nos van las ganas para siempre de tirarlos y mucho más de gastar dinero en una diversión tan estúpida. De paso se agradece que las autoridades municipales dejen de gastar dinero público en estos espectáculos… 
Ocurre que los animales son mucho más sensibles que nosotros, pero porque nosotros –que también somos animales– perdimos esa sensibilidad en algún codo remoto de nuestra historia. El problema es que además de animales somos humanos y por tanto capaces de hacer una cantidad inmensa de estupideces, bien humanas y para nada animales, consecuencia lisa y llana de nuestra libertad. Es un misterio que usemos la libertad para hacer daño (lo que no es misterio es que siempre la usamos para procurarnos lo que creemos que es un bien para nosotros: nadie elige el mal como mal, nunca).
La sensibilidad de los animales es la sabiduría del instinto que los humanos perdimos por alejarnos de la naturaleza. Les hace prever cantidad de episodios que a nosotros se nos pasan de largo, como los meteorológicos. Meteoro, para el diccionario es cualquier fenómeno atmosférico como los rayos, truenos, relámpagos y centellas. Los animales son capaces de prever esos fenómenos y otros como los terremotos o maremotos porque están atentos a señales que da la naturaleza. Dicen que no hay animales muertos en los tsunamis porque todos salieron rajando antes de que aparezca la ola que sí mata a los humanos. Lo mismo ocurre con los terremotos: si estuviéramos atentos por lo menos a las reacciones de los animales que tenemos más cerca, sabríamos qué nos quieren decir antes de un evento que nos puede afectar. Pero lo único que atinamos a hacer es buscar en el celular lo que está pasando y casi siempre llegamos tarde porque en esas circunstancias lo primero que se pierde es la señal.
Oír y ver las cosas, las plantas y los animales, estar en contacto más directo con la naturaleza y leer sus señales es mucho más importante para la vida de cualquiera de nosotros que estar atento a los mensajitos de WhatsApp. Respetar la voz y los tiempos de la naturaleza es ecología en estado puro.
Se me ocurría este razonamiento después de reencontrarme con un viejo amigo zahorí. Zahoríes o rabdomantes son esas personas que tienen radiestesia, la capacidad de percibir ciertos estímulos que emiten las cosas, como una corriente de agua o un mineral que está debajo de la tierra. Y me cuenta mi amigo zahorí que además es meteoro-sensible y que lo nota cuando hay inestabilidad atmosférica, truenos y relámpagos. Le pasa lo que a los perros o los gatos: se pone loco, no puede dormir y termina molido.
Habrá sido que todos los humanos fuimos zahoríes cuando éramos un poco más animales, hasta que un día nos la creímos y nos escapamos de nuestra condición de seres finitos, de animales racionales pero animales al fin. Quizá la nueva sensibilidad con los animales, esta cercanía con quienes nos acompañan en el Arca de Noé que es el Planeta, nos vuelva a todos zahoríes. Ojalá.