La loca Eleuteria

domingo 30 de agosto de 2020 | 4:30hs.
La loca Eleuteria
La loca Eleuteria

Alicia Reyes Gómez

Esta historia sucedió en una estancia del paraje San Lucas, departamento Concepción de la Sierra provincia de Misiones; propiedad de don Arnaldo allá por el año 1960.

Tenía nueve años y acompañaba a mi familia durante unas vacaciones de verano en casa de mis abuelos maternos, sitio que íbamos con frecuencia durante todo el año.

Era una noche de intenso calor y se podía observar en el cielo una resplandeciente luna llena, desde una ventana que permanecía abierta, para que entrara un ansiado aire y aliviara el ambiente.

Reinaba un profundo silencio, la sensación del entorno era rara; algo pasaba, hasta que nos dimos cuenta que era un viernes, día en que andaba el lobizón. Según afirmaban los lugareños Alcides, el capataz del campo lindero, se transformaba en ese macabro animal.

Sin dudar de esa versión y con mucho miedo, decidimos cerrar la ventana. Junto a mi hermana nos pusimos a escuchar en tono bajito una radio a transitores, de tía Marieta, mientras los demás charlaban en la cocina a la luz de un candil.

De a ratos, escuchábamos ladridos de los perros, sin dar mucha importancia, hasta que se fueron intensificando cada vez más…

El miedo nos superó, apagamos la radio y nos quedamos quietitas, sin movernos en la cama. De pronto, una voz humana con palmas de mano comenzó a emitir palabras…, aunque no lográbamos entender nada.

Seu Quinca, el abuelo, bien corajudo tomó su rifle y sin dar vueltas abrió la puerta. ¡Y, vaya que sorpresa! Se encontró con una mujer semidesnuda, envuelta sus partes inferiores, con un trapo sucio y rasgado por las inclemencias del tiempo; pies descalzos y en una de sus manos una vara grande que le servía de bastón. Por supuesto, con solo verla, tan desamparada, sedienta y con hambre se compadeció de ella. Allí, encontró abrigo, comida y refugio para dormir.

El aspecto personal de aquella mujer, me impresionó mucho, sobre todo por su dejo de abandono, por eso siempre la tuve presente haciéndome varios interrogantes…?

Aparte de su poca ropa, casi nada, estaba toda lastimada, picada de mosquitos u otros insectos, arañada por espinas del monte y de púas de alambrados…

Por tal motivo, presentaba muchas heridas, algunas de “uras”, las que fueron curadas por mi abuela con remedios caseros.

Hablaba poco, lo hacía en portugués, idioma que me era familiar. Dio a entender que procedía de Brasil, pero no supo decir cómo y en qué llegó.

Se comentaba que había cruzado el río, caminado entre las piedras, pues debido a la sequía sus aguas estaban bajas.

¡Podría ser verdad!. El río Uruguay estaba ahí nomás, muy cerca, a unos pocos kilómetros.

Cuando le preguntaron respecto a su familia comenzó a llorar, recordando a sus hijos en portuñol -“Nao sei de meus filhos”- repetía una y otra vez, hasta que se quedó dormida.

Su estadía en la casa fue corta, solo unos pocos días, porque una mañana cuando nos levantamos ya había partido…

Unos vecinos, la vieron siguiendo el camino que conducía a un asentamiento poblado a orillas del Uruguay, llamado Barra Concepción, hoy Puerto Concepción.

Así se pasaba de un lado a otro por las colonias, de casa en casa o sentada a la vera del camino sostenida por su vieja y característica vara, clamando siempre por sus hijos.

Nunca dejó de visitar la estancia y cuando lo hacía se quedaba un tiempito; y así mientas caminaba al establecimiento iba juntando un yuyo denominado escoba dura para barrer los patios, colaborando de este modo en la tarea.

Durante la Semana Santa siempre se la veía con ramitos de marcela, repartiendo a sus conocidos; sobre todo a aquellos que la tuvieron en cuenta, a pesar de las carencias que aparentaba.

Estoy segura de que todos los compueblanos que pertenecen a mi generación deben tener alguna que otra anécdota de ella.

Algunas versiones sobre su vida, aludían de que su marido lo había abandonado, desapareciendo con sus hijos, sin dar señales de existencia. Por ello, había perdido su sano juicio y comenzó a peregrinar por el mundo, llegando a estas tierras, no sabemos cómo.

Todos la llamaban La Loca Eleuteria porque hablaba sola. Y no sé qué fue de su vida porque en mi adolescencia la perdí de vista.

De entonces, pasaron muchos años, pero el destino o la casualidad tiene ese que se yo, que nos hace reflexionar, sobre todo cuando nos ocurren cosas insólitas, difíciles de explicar.

Hace poco, hice un viaje en auto con mi hijo hasta Puerto Concepción. Siempre lo hago, pero este fue distinto; en todo el trayecto fui evocando cosas vividas en la infancia, como el recorrido por ese mismo camino, en carro, en sulky, montada a caballo o en el taxi de Mocito Larraburu.

¡Qué emoción! Son los recuerdos de una preciada edad. Hasta pude percibir los aromas, las voces y los cantos de aquellos seres tan queridos ¡llenos de calidez!; quienes, según parece: por fuerza de un milagro, han logrado vencer al tiempo y permanecer.

Cuando regresábamos, la tarde caía con una puesta del sol bellísima, entre las sombras y los últimos rayos del astro rey que se escondían, pude ver justo frente al casco de la estancia, la imagen de una mujer sostenida por una vara.

Y me salió de adentro:

-¡Mira!, ¡es ella!: es Eleuteria…

Estás loca, no veo a nadie: -expresó mi hijo.

Te aseguro,… me pareció verla- repliqué de inmediato-.

Y ahí nomás le conté a mi hijo toda su historia, desde el comienzo.

Cuando llegamos encendí una vela, pidiendo que descanse en paz; pues llegué a pensar que su alma seguía penando en busca de sus hijos…

Hoy, más que nunca la comprendo. Para una madre, la pérdida de un hijo, sea como fuere: no tiene consuelo.

La autora es docente jubilada, reside en Concepción de la Sierra.
Dibujo “La loca Eleuteria” es gentileza de la dibujante y pintora: Lili Errubidarte de Giúdici.