La literatura infantil argentina

miércoles 27 de febrero de 2008 | 2:00hs.

Beatrix Potter ilustraba poéticamente su Peter Rabbit, John Tenniel daba vida con sus dibujos a la Alicia, de Lewis Carroll, y Milne, creaba al osito Pooh…
Frank Baum escribió El Mago de Oz, ilustrado por Denslow, y completaban esta biblioteca de reliquia, Saint Exupery, Perrault, Stevenson, Salgari, Verne, Dickens, Andersen, los Grimm, Collodi, Oscar Wilde…
Argentina posee también una rica historia literaria del género.

Siglo XIX, poca fantasía
Los libros que leían los chicos en los comienzos del siglo 19, eran libros, en general didácticos que llegaban de Europa.
La investigadora María de los Ángeles Serrano registra a comienzos del siglo 19 la serie de textos de origen nacional más antigua para niños: las fábulas de Domingo de Azcuénaga, publicadas entre 1801 y 1802, en el Telégrafo Mercantil.
Felipe Senillosa y Gabriel Real de Azúa también eran escritores pedagógicos, recreativos y poetas.
Echeverría, Juan María Gutiérrez y Sarmiento, se abocaron a esta tarea en textos didácticos y morales, que poco o ningún espacio dejaban a la imaginación, al humor,  al disfrute.
La fantasía y la risa eran vistas como sospechosas, en especial dentro de los ámbitos escolares, y en esto, las más desafortunadas fueron las niñas. De un libro de 1869, dedicado a la educación de las niñas, y que fuera usado en la escuela primaria, se rescata el siguiente fragmento:
“El vicio infame de la mentira, de que se sirven las niñas para ocultar sus defectos, se convierte luego en la perniciosa manía de inventar historias.
Los padres y preceptoras deben, pues, castigar con tanta severidad a las niñas que forjan cuentos, por inocentes o entretenidos que sean, como a las que dicen mentiras...” (El tesoro de las niñas, de José Bernardo Suárez)
Sarmiento es, de todos, el más cercano a una concepción moderna de lo que hoy llamamos literatura infantil. Así, en Recuerdos de Provincia, habla de los librotes abominables - la Historia crítica  de España, en cuatro tomos -  que le hacía leer su padre, ignorante, pero solícito de que sus hijos no lo fuesen. Y rememora, con indudable placer, la preciosa historia de Robinsón que durante unos días  su  maestro había contado en clase.
Más cercanos a la literatura están, Juana Manuela Gorriti, Veladas de la infancia, de 1878, y Eduardo Mansilla, que aspiraba   a emular a Andersen, con sus Cuentos, de1880.
Escritora de libros… para niñas.
Rosa Guerra, fundó hacia 1852, un periódico feminista, La Camelia, por el que fue acusada de… mujer pública.
“Y hasta habrá tal vez algunos
 que porque sois periodistas
os llamen mujeres públicas
por llamaros publicistas...”
decía un diario  de la época, en alusión a Rosa Guerra y a sus colaboradoras. Y aunque Rosa fuera objeto de burla y persecución por parte de buena parte de su entorno, siguió escribiendo novelas, poesías y  teatro, y poco antes de morir escribió un libro para niñas, “Julia”

Siglo XX
Ada María Elflein (1880-1919), es autora de  Leyendas argentinas para niños, y es reconocida como la primera escritora nacional para la infancia, junto a Horacio Quiroga (1879-1937), quien por la excelencia  y originalidad de su escritura, mereció un lugar especialísimo.
Fueron escritores para niños: Conrado Nalé Roxlo (1898-1971), José Sebastián Tallon (1904-1954), Enrique Banchs (1888-1968), Álvaro Yunque (1889-1982).
José Murillo (1922-1997) que fue también alfabetizador en Cuba, en 1978, firmó una de las primeras solicitadas contra la dictadura militar, demostrando una vez más, que la literatura, incluida la infantil, es oficio peligroso...

Fatídico 1978
La dictadura tampoco perdonó a los libros infantiles y como si fuera una versión moderna de la vieja Inquisición se secuestraron ejemplares de La torre de cubos, de Laura Devetach, por su ilimitada fantasía y porque se suponía criticaba la propiedad privada y el principio de autoridad. (En uno de sus cuentos, por ejemplo, el árbol de Bartolo, en vez de hojas daba cuadernos. Y Bartolo los regalaba a los chicos pobres del pueblo, atentando, claro, contra los intereses del Vendedor de Cuadernos, que representaba el principio de autoridad, los valores tradicionales de nuestra cultura, y la sagrada familia…) y de Un elefante ocupa mucho espacio, de Elsa Isabel Borneman, acusado de incitación a la huelga...

Centro Editor de América Latina
En 1978, después de detener a catorce empleados y de clausurar los depósitos de la editorial el Centro Editor de América Latina, (conocido en el ambiente editorial como La Escuelita, pionero en casi todo, también en la literatura infantil), se produce la quema de toneladas de libros.
Los libros comenzaron  a arder exactamente a las tres de la tarde, en unos baldíos de Avellaneda. Ardieron durante varios días, ante los ojos azorados de la gente, en especial de los chicos. Y entre esos libros se encontraban, por ejemplo, todos los tomos de La Nueva Enciclopedia del Mundo Joven, dedicado a los niños y jóvenes, que estuvo a cargo de escritores, científicos y especialistas del más alto nivel.

El cambio
“Lo infantil, dijo María Elena Walsh, al caer en manos de algunos escritores cultos o de docentes olvidados de la infancia real y concreta, se contaminaba de contenidos extraliterarios. Mi aporte fue consciente sólo en el querer usar el lenguaje como juego. De ello hay antecedentes en la literatura popular. Yo no estaba inventando nada, sólo recuperándolo”
Y Javier Villafañe decía:
“Yo no creo en una literatura para niños, creo en el cuento, creo en el títere. El chico escapa de lo que le preparan los grandes que se han olvidado de ser chicos y les fabrican una literatura relamida,pegajosa”.