Herederos de la magia

domingo 26 de mayo de 2019 | 5:00hs.
Herederos de la magia
Herederos de la magia
Los luteros o luthiers son herederos de la magia de producir sonido, ese encantamiento viejo como el hombre de querer comunicar y llegar a un otro universal. 
En la memoria, en los dedos, en la voz, el artesano guarda como un mapa el paso a paso de la manufactura de los instrumentos musicales. 
Este arte milenario que suele ser transmitido dentro de las familias de una generación a otra tiene mucho de satisfacción, contó Alberto Chávez (81) que hace más de 60 años se dedica a la confección de guitarras. Pero por otro lado, hay mucho de sacrificio en este oficio legado, expresó a El Territorio en su taller de siempre, ubicado en el barrio El Palomar de Posadas.
En su regazo sostiene una guitarra, una de esas piezas que lo enorgullecen, tapa de arce de Canadá, lustre de espejo. De entre las cuerdas saca unas notas. 
“Ves cómo se expande el sonido, no cae hueco, no muere, avanza, eso es lo que hace una buena guitarra, hace vivir la música y ese es mi oficio. Lograr una sonoridad limpia y que llegue al alma, para eso me prepararon mi abuelo y mi padre”, contó don Chávez, en tono pausado y recordando su infancia, allá en su Luque natal, muy cerca de Asunción.
“Mi abuelo era luthier y carpintero, mi padre también siguió ese camino, yo era muy chico y miraba, andaba con mis hermanos, preguntaba, ayudaba”, contó acerca del aprendizaje sobre la elección de la mejor madera, el ensamblado de la caja de resonancia, la forma de cada pieza y el barnizado final.
Ese bagaje se le fue haciendo carne en una casa sencilla con muchas horas de juego hasta que llegaron los tiempos feos, de violencia política. “Era más o menos el 1950, había mucha persecución, no importaba si andabas o no en política, era peligroso igual, mi familia se quedó sin nada, quedamos en la pobreza, yo quería ingresar al Ejército para cuidar a los míos, pero no me dejaban porque era menor”, relató en cuanto al peregrinaje que lo trajo a este lado del Paraná y esbozando apenas la guerra civil y sus consecuencias. 
“Vine de Luque a Encarnación donde estaba mi madre y después crucé a Posadas en canoa, vine con una pasera que le dijo a las autoridades que yo venía con ella que estaba practicando el oficio, tenía cerca de 17 años”. 
Fue así su arribo a la capital misionera, solo y sin equipaje, como otros mucho paraguayos que se exiliaron en esa época. “Busqué trabajo, hice de todo hasta que conseguí en una carpintería, pasó un tiempo y después me encargan una guitarra, estaba en mi salsa, era lo que me gustaba hacer”. 
Desde entonces, no paró: “Fui un buen amigo de Braulio Areco y de otros músicos, muchos profesores venían a pedirme que les arregle un instrumento o que les confeccione, yo hacía arpas y guitarras, pero después dejé de hacer arpas porque es muy caro realizar”.
Desgrana por frases, el dueño de Casa Chávez su profusa historia; con labor incansable juntó el dinero para comprar la tierra que hoy es su casa y taller en Pedro Méndez casi España. 
En el negocio lo ayudan su esposa Elsa Giménez y sus hijos Luis Alberto, Julio César y Walter Omar.
A ellos les ha enseñado palmo a palmo el menester del que ha conocido todo el misterio. “Sé que es una profesión sacrificada la del luthier, el trabajo es artesanal en un momento en que todo lo que viene en serie es más barato y más accesible y hasta más vistoso, está en todos lados. Pero un instrumento realizado a mano es una obra de arte, lleva más de dos meses hacer una guitarra de concertista. El músico sabe eso y respeta al luthier”.
Siguió, “a mí me encanta mi trabajo por eso no me jubilo, voy despacio porque ya no soy el de antes, pero mi taller es mi lugar y por suerte tengo la ayuda de mis hijos, que tienen una concepción parecida a la mía de cómo hacer las cosas, siento cierta seguridad de que este oficio no se va a terminar, porque ellos están para continuarlo”.
Levantó la guitarra, la dio vueltas en el aire, la miró, y señaló, “es hermosa por fuera, tiene la mejor madera, yo uso la mejor madera para las guitarras profesionales, me gusta el abeto alemán, cedro de Canadá, pero la belleza del exterior tiene que estar en armonía con el interior o no sirve”.
“Porque -explicó- es adentro de la caja donde la magia sucede, donde el sonido nace, hay un bastidor y un abanico que modulan el sonido y son el alma del instrumento”.
Al obrador de los Chávez, suele llegar gente de toda la Argentina y del mundo.
El prestigio de este artesano de las cuerdas fue llegando por los rincones más alejados como un pregón, “fue el boca en boca el que me hizo conocido”, adujo. 

En internet
Su hijo Luis Alberto colocó al negocio familiar en el mundo de internet. “Es algo nuevo pero también tiene su costo”, refirió. Para ganar precisión y tiempo en la tarea, construyó desde cero máquinas que ya existían. 
“Hice una especie de pulidora y lijadora muy artesanal y otra máquina pero después, cuando llegó internet descubrimos que ya las vendían en otros países. El oficio de artesano tiene esto, es un aprendizaje y una capacitación de prueba y error constante”, dijo y su padre aportó una buena síntesis de la causa que eligió para su vida, “ser artesano es buscar la calidad en cada pieza y poner mucho de uno en el trabajo. Es una tarea que puede ser solitaria, quitarte horas de sueño o de compartir con la familia, pero el resultado es una obra moldeada para perdurar”, concluyó.

“Los instrumentos vienen de la tierra y son sagrados”

Germán Acosta, luthier.
La música ocupa un lugar central en la cultura mbya guaraní, tanto que todos cantan. Hay canciones que forman parte de la religiosidad y que sólo se entonan en ceremonias especiales; hay otras que ayudan a sanar y que las tararean las madres cuando sus pequeños tienen fiebre. Están también aquellas que marcan la llegada de un tiempo nuevo y bueno, como sucede al ritmo del takuapú en la celebración Ara Pyau (Año Nuevo), que coincide con el ingreso de la primavera. 
“El mbya al cantar dice mucho, hay una riqueza en nuestra canción, en nuestra música, hay instrumentos que son propios de nuestra cultura y que se hacen con elementos que nos da la naturaleza”, contó a El Territorio Germán Acosta, cacique de la comunidad de Tavá Miri de San Ignacio y luthier.
Aunque lamentó que estas poesías y composiciones vayan desapareciendo a causa del olvido y porque hay poco escrito, “casi no tenemos registro de las canciones, sólo lo que se acuerdan nuestros mayores y nos van enseñando. Pasa que el mbya es una lengua más hablada y sólo en el último tiempo se comenzó a escribir y tratar de rescatar poemas, música, literatura”.
Acosta realizó algunas mba’epu (guitarras) y rave (violines); también takuapú (tacuaras para realizar sonidos), mba’epu miri (maracas), mimbyreta (flauta) y angu’a pu (bombo). 
“En la aldea no tenemos un taller o herramientas, se fabrica como se puede, porque la intención es poder hacer música y que este juntarnos a hacer música sea un ejercicio de tradición mbya”, sostuvo Acosta que también es docente y trabaja incansablemente en la preservación de los saberes de su cultura.
Dirige el coro de niños de Tavá Miri que realizó presentaciones en toda la provincia. “Pasa que si no hacemos nada, la música mbya se va a perder, frente a tanto que viene de afuera es muy difícil que los chicos sepan lo nuestro y quieran lo nuestro. Enseñarles es un deber de los adultos”, ponderó.
Para Acosta no hay dentro de la nación guaraní ni tampoco desde el Estado un estímulo para el rescate de la tradición de confeccionar los instrumentos.
“El guaraní en general es un luthier, porque desde siempre fabricó sus instrumentos, hay un legado que también nos viene del tiempo de las misiones jesuíticas y otros más antiguos, todo estos conocimientos tienen que ser rescatados, porque nuestra memoria es frágil y se olvida”.
A la vez, consideró que en una etnia donde cada manifestación de la cultura es parte de la creación, la música es sagrada, como lo son los instrumentos que tomaron su materia prima del monte. “Cuando se canta o se toca música se pone el alma, cuando se dicen unos versos es como si se estuviera haciendo una oración, porque este arte de hacer música, de danzar tiene conexión con la tierra, entonces que nuestros niños sigan cantando, sigan celebrando a través de la música es algo sería muy importante cuidar. Los instrumentos vienen de la tierra y son sagrados”.