Esquela

domingo 13 de septiembre de 2020 | 4:30hs.
Esquela
Esquela

Mara Luft

Un microsegundo fue suficiente para regresarme a días vividos. En ese hilo corto condensé demasiadas sensaciones que hasta entonces creía tenerlas en su lugar: bien selladas y enterradas. A quién quiero mentir, si no puedo mentirme, y si no puedo creer la mentira, tampoco los otros.

Estaba esperando hace media hora en ese lugar oscuro y roñoso. Entre esto y lo otro, suspiré, volví a relojear, estaba demasiado impaciente. Siempre tuve la creencia fuerte de quién se retrasa más de veinticinco  minutos está intentando decir algo, sé que absolutamente todo es un signo, y por ende todo comunica, el dilema es que por comodidad preferimos no captar e interpretar mensajes. ¿Qué quería decirme Anna?, obviamente esta demora significaba que otra vez no quería venir, y no la culpo. Yo tampoco tomaría un café conmigo, con el tiempo todos se van, y no los culpo yo me iría de mí si existiese tal posibilidad.

Mientras acepté la ausencia de mi mejor amiga, observé los diferentes carteles que tenía el pueblo, hacía años no venía a mi tierra, papá falleció y después de él no me quedó nada por acá. Pero uno siempre es de donde entierra sus muertos, y acá estoy nuevamente. Debo admitir que todo cambió, las personas también, la estética- fachada del pueblo ya no es el mismo, maduró, creció, se volvió más canchero, menos polvo y más calle, el campo hermoso donde solía ir a disfrutar de mis días ahora es un edificio enorme donde cobran impuestos.  Mi pueblo no es el mismo, tampoco yo. Ahora el calor se siente, y ahora es. Una canción me distrajo, ahora mismo no recuerdo el nombre de la banda, soy bastante pésimo para recordar pequeñeces, pero sí recuerdo que era la canción preferida de Anna. Algo de Ritual Spirit.

Y ese pensamiento dio lugar a todos los demás. Este pueblo tiene pinta de inocente, pero sabe mucho más que todos nosotros. Quise seguir sumido en ese hilo de pensar, pero Anna apareció, despeinada, demacrada, y tan ella, como siempre. Llevaba gafas de sol, eso era indicio de dos cuestiones: mucho trabajo nocturno, o demasiado llanto e insomnio. Me confirmó que era acertada mi segunda hipótesis. Hacía año y medio había perdido a su único hijo, a quien no conoció porque sufrió un aborto espontáneo, y con ese aborto mi Anna también falleció.

Interrumpió el silencio manso que había entre nosotros, Negro, este es un punto sin retorno, después de esto no hay más.

Y era cierto. Después de esa noche no hubo más. Volvimos a sentir nuestras pieles, aromas y cuerpos como si no hubiese otra oportunidad. Su piel ahora era más pálida, flácida, adulta, seca. La depresión se había extendido hacia su piel y ocupaba cada rincón de Anna. Ella tenía una peculiar manera de sentir, una mezcla rara entre ternura y a la vez horror, tenías que ver ese par de ojos grises tristes iluminados de placer, totalmente entregada, y ahí donde, donde fusionaba placer, dolor, angustia, melancolía y pequeños matices de una alegría amarga. Anna Oxímoron, le decía yo. Y ella lloraba desconsoladamente, entregada y aliviada.

Típicamente, en nuestros veintitantos solíamos escuchar nuestra bandita under: Cigarettes After Sex, el propósito era crear un ambiente donde ambos permanezcamos en silencio cómodo, era una de las mejores atmósferas que en mi vida experimenté. Anna solía sumirse profundamente en su mente laberíntica, o también solía dibujar, ahora es arquitecta. Y en este ahora, Anna sólo se recostó, dándome la espalda escuálida y pálida, noté que tenía raras marcas, como apretones fuertes en su piel, supongo que le dolían, pero no quise preguntar, ella estaba marcando un abismo en esta cama que obviamente no era mía, y yo no tenía nada que reclamar. Nunca me llevé bien con los reclamos, me resultan insulsos, desesperados. Y con la desesperación tampoco me llevo bien. Lógicamente en ese abismo, decidí no musicalizar el ambiente. Anna no conservaba los discos de Cigarettes After Sex. Estaba viviendo el punto de no retorno, y creo que ahora estaba dándole identidad a la desesperación.



Anna, me voy. Le dejé una esquela a mano en la mesa de madera que era enorme y fría para ella sola -siempre le gustaron esos detalles medio boludos, y a veces le di los gustos, ahora ella los necesitaba-

Cerré la puerta. Y en el barcito de la esquina escuché Sounds Like a Melody, de Alphaville, quise llorar de angustia y arrepentimiento. Quería creer que esto era efecto de un orgasmo tan real e intenso, propios de los que sólo lograba con Anna, o quizá estaba muy sumido en estas calles remojadas en recuerdos, y épocas pasadas. Yo ya no era. Y estaba desesperado por ser.

Tengo que concentrarme en lo que vine a hacer, ¿a qué vine yo, para qué estoy acá?, intenté hacer desaparecer con ácido todo lo que hice, pero lo que soy no puede ni taparse con ácido, no existe estupefaciente para evadir la realidad, la conciencia intranquila de quien carga un muerto. Hasta el momento absolutamente todo había salido según lo planeado -Porque una muerte requiere, exige de planificación, es un paso a paso, con una delicadeza fina y precisa-, tenía la mente fría, el pulso aligerado. El reloj también estaba acelerado, no logré terminar de parir la idea y estaba haciéndose de noche. Ahora vivía la desesperación, mi rostro era el reflejo de quien está desesperado, constantemente miraba el reloj, como quien se encuentra pendiente, turbado, sujeto al tiempo y al suceder de los hechos. Repasé en mi mente los posibles movimientos para calcular dónde sí y dónde no. Donde sí poner al muerto: en el campo de papá, inmenso, sano, inocente y confiable, menos mal que en Misiones sobran los espacios deshabitados, abundan los sitios para hacer desaparecer nuestros muertos.

Mi crimen era delgado, maleable, conocía demasiado bien su cuerpecito ahora incapaz de defenderse, tantos años de espera para este momento. Tuve que esperar años para que este pueblo no me reconozca, me olvide, y no me registre, y así pude llevarme para siempre el último aliento de ese cadáver que ahora veo deshacerse en ácido. Me resulta increíble la habilidad que tiene para devorar todo, como si la materia-objeto no tuviese existencia. Escuché que en la radio pasaban When The Levee Breaks, de Led Zeppelin. A Anna le hubiera encantado vivir esta escena.

Saqué de mi bolsillo derecho el papel que en aquel ahora estaba arrugado. Releí aquella cita que conservé durante décadas, releí despacio, a conciencia: Cada uno de nosotros trae consigo un crimen perfecto o el crimen que su alma le permite cometer.

Estoy llegando a Santa Fe, mañana, después de seis meses de licencia, regreso a trabajar como el buen psiquiatra trastornado que soy. Ahora sé que Anna es mía para siempre, Anna ya no sufre. Y de Anna crecen muchas flores en el inmenso, inocente, silencioso y desolado campo de papá.

Mara Luft, cursa las últimas materias de las carreras  Profesorado y Licenciatura en Letras en la UNaM. El relato ha sido publicado en su blog, Rizoma.