El muerto vivo

domingo 28 de junio de 2020 | 4:30hs.
El muerto vivo
El muerto vivo

Por Olga Zamboni Escritora

Romualdo Sansón el 3 de julio viajó desde Capioví y se presentó en la oficina de Jubilaciones y Pensiones a reclamar el motivo por el que habían dejado de pagarle el magro emolumento mensual que percibía regularmente desde hacía ya once años. En el Banco no habían sabido explicarle nada y él, haciendo de su bolsillo un andrajo dejó pasar otro mes al cabo del cual tampoco llegó el sueldo, por lo que fue urgente la decisión de ir a Posadas, a la Casa Central, a averiguar qué pasaba. Y allí estaba, haciendo antesala para hablar con el Director General.
Luego de varias horas de espera se encontró frente a un señor muy amable que, una vez enterado del asunto que lo traía por allí, con todos sus datos de identidad en mano, luego de consultar concienzudamente la computadora, le dijo:
- El señor Romualdo Sansón ha dejado de cobrar porque está muerto.
- ¡¿Cómo?!
- ¿Usted es pariente del citado Sansón, …
- ¡¡Qué pariente ni pariente, soy yo mismo!!!
- … cómo es que tiene su documento? Deberían haberlo entregado sus familiares al punto de darse por difunto…
- ¡Señor, por favor! ¡¡Romualdo Sansón soy yo, y estoy muy vivo, se lo aseguro!!
- A ver, a ver, qué pruebas de su identidad tiene…
- ¡Qué le puedo decir, señor! Siempre me llamé así, todos me conocen, estoy casado, puede preguntarle a mis vecinos, toda la vida viví en Capioví, siempre con ese nombre, allí me jubilé como empleado de correos. Le aseguro, señor Director que yo soy yo y toda la vida fui YO, y estoy vivo, como puede ver…!!
- Pues, señor mío, aquí figura que el señor de este nombre es un difunto, y su deceso ocurrió el 15 de mayo del corriente año, he ahí la razón de la suspensión del pago.
- Se lo ruego, señor, haga algo, usted ve, en mi documento no hay nada raro, soy un hombre honrado…
- Veo que el número coincide con el del occiso, pero es indudable que este de la fotografía es usted.
- Claro que soy yo, señor Director, aunque con algunos años menos…
- Pero dígame, si usted es usted ¿quién es el muerto?
- Señor Director, esto es una trampa, me matan antes de tiempo. Y lo peor, matan mi sueldito…
A estas alturas el Director empezó a creerle al hombre y a su cartilla de identidad, que al parecer estaba en regla. Confrontó la fotografía y sí, el parecido era notable. Al revisar las páginas halló la observación que decía DUPLICADO. Tal vez por ahí se podría develar el enigma.
- Por lo que veo, su documento se destruyó, o quizá lo perdió, ya que éste es un duplicado.
- Sí, señor, pero eso hace un montón de años, fue antes de que me jubile…
- ¿En qué circunstancias lo perdió?
- Ya casi no me acuerdo, usted verá… En el invierno…
- ¡Pero cómo fue? ¿Se le cayó en la calle, lo dejó en algún sitio?
- Me acuerdo de que después, cuando llegó el invierno pasé mucho frío...
- ¿Qué tiene que ver el frío con su documento?
- Verá usted, tiene mucho que ver, porque me di cuenta de la desaparición del documento junto con el saco donde siempre lo guardaba, cuando lo necesité porque llegaron los fríos… ¡el frío que pasé! era un hermoso saco de cuero casi nuevo y en el bolsillo de adentro estaba la dichosa libreta, era mi costumbre ponerla ahí.
- ¿Tiene idea de quién se la robó?
- Y… mire, nosotros con mi mujer sospechamos de un extraño que venía escapado del Paraguay, al parecer buscado por la Policía, estuvo en mi casa unos días por pedido expreso de un primo de mi señora… Como eché de ver la falta mucho tiempo después, ya le digo, cuando empezó a hacer frío…
- ¿Quién era el sujeto ese? ¿Sabe su nombre?
- Y… no, señor. Por caridad lo recibimos ya que andaba perseguido de la justicia, lo único que recuerdo es que se hacía llamar don Goyo.
- ¿No sabe a dónde se dirigía, dónde vivía, en fin, algún dato?
- Nada, mi señor director, nada, nada, es una verdadera calamidad esto, qué iba pensar que me traería este disgusto, casi medio siglo después. Yo, con pedir el duplicado di por solucionado el problema… del documento, porque la pérdida del saco, tan lindo mi saco de cuero, a eso jamás me resigné
- Mire, Sansón. Todo esto es bastante vidrioso. Vamos a hacer las averiguaciones con las autoridades pertinentes para ver si ubicamos al difunto que, si he de creerle a usted, es otra persona con su mismo nombre y su mismo número de documento. En tanto, usted espérese, porque así como estamos, de ninguna manera se le puede pagar el sueldo, ya que su defunción figura aquí, con sus datos.
¡Cómo voy a vivir este tiempo, dígame usted! Ya no tengo a quién pedirle prestado plata…
Es su problema, lo lamento, pero le repito: usted, para toda gestión ante estas oficinas, está muerto. Llámenos por teléfono en una semana y veremos qué resultados hemos obtenido.…
Los vecinos de Salitrales, un pueblito perdido en el centro de la provincia de La Pampa, conocían a Sansón; los más viejos recordaban su llegada, más de veinte años atrás, sin oficio fijo hasta meterse a predicador de una secta que vino a aposentarse en el pueblo. Había sido que tenía pasta de orador el hombre, dijeron. Y apostura, señalaron otros, que en sus buenos tiempos le habían envidiado el saco de cuero que supo lucir hasta en sus últimos inviernos. Con el tiempo lo miraron con respeto. Hasta le daban el nombre de Padre, Padre Sansón. En que jamás había salido del pueblo coincidieron todos.
Goyo había sido su nombre de guerra en la época lejana en la que su lucha contra el tirano paraguayo en verdad tenía mucho que ver con su carrera de delitos iniciada desde la adolescencia. Claro que esto no lo sabía nadie en ese ignorado rincón de las pampas.
Cuando fueron interrogados los vecinos afirmaron que lo conocían como don Sansón, y casi nadie sabía su nombre, que luego se hizo público a su muerte, ocurrida un día del mes de mayo. Lo supieron por su libreta de enrolamiento: Romualdo Sansón, nacido en Capioví, provincia de Misiones.

Del libro Sugestiva Santa Tecla. Según la autora, es recreación de un relato verídico.