El Maestro del Teatro Parisino

domingo 17 de febrero de 2019 | 0:00hs.
El Maestro del Teatro Parisino
El Maestro del Teatro Parisino
Richar Vera

Por Richar Vera sociedad@elterritorio.com.ar

París ha sido la metrópolis de la vanguardia. Por sus calles caminaron argentinos, sintiendo los peldaños de una ciudad inspiradora. En el cementerio de Montparnasse hay quien deposita flores frescas a la tumba de Julio Cortázar y por la rue Valentine N° 7 se lee Ricardo Güiraldes en una placa del edificio donde residió. Por las esquinas de Montmartre yacen los caminos que conducían a los conciertos que brindaba Carlos Gardel.

Como lo hizo en el pasado, la Ciudad de la Luz también sigue abrigando el regocijo de las musas argentinas, menos o mayormente célebres como el posadeño Oscar “Cacho” Sisto (61). De algunos premios recibidos, tal vez el premio Molière podría ser el más importante lauro que recibió por su trabajo en el teatro francés y para una obra que fue aplaudida por Niní Marshall y Alfredo Alcón.
Desde hace más de veinte años tiene una academia que lleva su nombre y que forma a los actores que persiguen triunfar en París. La notable labor de Sisto también se conoce en Marruecos, donde ofrece todos los años una master class.
Aunque su talento como músico también es conocido. En Japón y para su último disco, la cantante Anna Saeki -que grabó con Mercedes Sosa y León Gieco- interpreta una de sus composiciones musicales.

En las respuestas que envió a las preguntas de El Territorio, Sisto dice “quemé las naves”, para definir el tiempo transcurrido al otro lado del océano. Sisto dejó detrás una Argentina gobernada por la dictadura y en las márgenes del río Sena percibió el abrazo de una ciudad ruidosamente bella, con melodías de un desarraigo y notas del arte desperezándose por más vida.

¿Cómo fueron sus inicios en Posadas?

La verdadera vocación se presentó a mí a los seis años, a través de la música, cuando mi padre, Ignacio Félix Sisto, compró un piano. Empecé a estudiar con profesoras que supieron hacer crecer en mí la pasión y la disciplina. Quiero rendir particular homenaje a la señora Raquel Pucciarelli de Campos, cuya pedagogía ilumina aún mis pasos.

Creo que la imagen que más me fascinaba, cuando era muy niño, era la de mi abuela paterna, cuando tocaba el violín. Mi padre también arrancaba sonidos increíbles a ese instrumento, luego mis tías Élida (acordeón) y Rosa Gladis (guitarra y canto) completaban el paisaje familiar con reuniones sin fin, cantando y tocando canciones de nuestro folclore.

Mis primeras “aventuras teatrales” tuvieron lugar en el escenario de la sala de actos del Colegio Roque González, instituto en el que hice mis estudios primarios y secundarios y en el cual mi padre desempeñó su labor de docente y luego director, durante toda su vida. El profesor de castellano Carlos Boichuck, con sus puestas en escena de obras del repertorio español y argentino, también aportó su granito de arena. El padre Francisco Wessling, en ese entonces rector y profesor de música, nos hacía escuchar y analizar obras de Beethoven, Schubert y Bach.

Todos mis maestros y profesores de ese colegio, sin excepción, han dejado huellas imborrables. Pero fiel a mis amores; los idiomas. Las señoritas Rolón, Bouzou, profesoras de castellano. Luego las señoras de Sholler y de Irrazábal, profesoras de inglés. Más tarde la señora Haydée Borowski de Llanos, entonces profesora de francés, abre una puerta al idioma y a la cultura francesa. Así fue como, naturalmente, adopté la tierra de Molière, Sartre y Simone de Beauvoir, guardando en el corazón un tesoro de una riqueza infinita que son nuestros artistas argentinos, poetas, pintores, actores, músicos y cantantes.

¿Qué es lo que más extraña del territorio misionero, además de su familia y amigos?

Además de mis hermanos, cuñada, sobrinos, tíos y primos, extraño el paisaje de la selva misionera. Aunque nací en Posadas, los viajes en familia, recorriendo ciudades del interior y los rincones más agrestes han grabado en mí imágenes dignas de nuestros mejores pintores. La música de nuestro Litoral también me acompaña. Sin olvidar el rock nacional y el tango, evidentemente.

¿Cuándo fue la última vez que estuvo en Posadas?

Hace tres o cuatro años, si mal no recuerdo. Lamentablemente no me pude quedar más que cinco días, ya que tuve que arreglar algunos asuntos personales en Buenos Aires, donde me quedé una semana. La distancia física es enorme para quedarse sólo unos días y mi trabajo de productor, más que el de artista, no me permite alejarme de Europa tanto tiempo. Pero a partir de este año, haré lo necesario para poder ir una vez por año. Creo que los recuerdos están tan presentes que la nostalgia tiene poca cabida. Sobre todo que con los actuales medios de comunicación, el contacto es más fácil con el mundo entero que hace 20 o 30 años.

¿En qué año se fue de Argentina? ¿Se vio forzado a exiliarse por la dictadura militar?

Me fui de la Argentina en diciembre de 1980. Es verdad que habiendo vivido en la ciudad de Resistencia durante mis estudios de arquitectura, la situación política a causa de la dictadura militar era aterradora, sobre todo en el medio de la Facultad de Arquitectura y de Humanidades. Época en que escuchar un disco de Joan Manuel Serrat, de Violeta Parra, leer un texto de Juan Gelman o montar una obra de García Lorca era ya subversivo. El grupo de la escuela de teatro de Carlos Schwaderer y Gladis Gómez en la capital chaqueña fue si embargo el inicio de un trabajo profesional como actor y director. Pero la espada de Damocles de la represión se hacía sentir cada vez más.

Años más tarde, de paso por Buenos Aires, en los 90 -si mal no recuerdo- fui a ver el espectáculo de Enrique Pinti Salsa Criolla. Me reí como nunca y a la vez se me piantaron unos lagrimones de tanta verdad respecto al destino de nuestro país y a una cierta mentalidad cívica y política que desde entonces ha cambiado bastante. Viví en Buenos Aires, donde mi padre me había acompañado, aceptando con mucha sabiduría mi decisión de abandonar arquitectura y de volverme un artista profesional. Gracias a la generosidad de mi amigo Mario Cacéres Zorilla, de Posadas, radicado en Buenos Aires en esa época, quien me albergó varios meses hasta que encontré mis marcas en la gran capital. Así pude inscribirme en la Escuela de Lito Cruz y Carlos Moreno, al igual que en los cursos de puesta del teatro Payró, con Jaime Kogan. Mi encuentro con la increíble Eladia Blázquez marcó el inicio de una serie de creaciones teatrales y musicales.

Pero fue la actriz Elisa Strahm con quien comencé a hacer espectáculos en francés. Fue la persona que más influyó en mi decisión de ir a conocer el Viejo Mundo. Así fue como mis padres me financiaron mi viaje a Europa, donde en principio, tenía que quedarme tres meses y me quedé para siempre. Desde París pude trabajar en España, Italia, Inglaterra, Finlandia y también formarme en Nueva York.

Llegó a París con 22 años. ¿En qué momento descubrió que no volvería más a la Argentina?

Creo que, como un niño que jugando pierde la noción del tiempo, empecé a jugar cada vez más en serio, tejiendo lazos con gente y construyendo amistades que no me di cuenta que habían pasado siete años. Siete años sin volver, sin ver a mis padres, hermanos y amigos. Inconscientemente quemé las naves, para no vivir atado al pasado ni ser invadido por la nostalgia. Por lo menos en esos primeros años, no quise escuchar el canto de las sirenas, sabiendo que la vida estaba por delante y que lo vivido, vivido está. Mi fuerza fue simplemente el amor y el apoyo de mis padres y hermanos.

De alguna manera, nuestros ancestros llegaron a América sin saber adónde iban y aprendieron a quemar sus naves. Así, poco a poco nos volvemos ciudadanos del mundo.

A pesar del conflicto social que vive Francia -con los chalecos amarillos-, sigue siendo atractiva la Ciudad Luz  ¿Cómo describiría la vida en París?

París es una de las más bellas ciudades del mundo. Francia, atraviesa un momento de agitación social porque el mundo está mal. La economía mundial agoniza. Francia tiene, a pesar de todo, uno de los mejores sistemas económicos de Europa y del mundo.
Junto con Alemania e Inglaterra, con respecto a la creación artística, es un polo donde todo es posible. Aunque la burocracia sea monumental y complique muchas veces las cosas, en cada oficio hay orden y respeto hacia el individuo. El paraíso terrestre no existe.

Pero hay lugares en donde uno puede creer que el ser humano puede no ser corrupto. En todo caso, la voz del pueblo encuentra su eco y la justicia social, tarde o temprano triunfa. La democracia permite que el ser humano exista social y políticamente y que en todo su esplendor, cada representante esté al servicio del pueblo. En la palabra pueblo incluyo a los pobres y a los ricos. Cada uno con sus deberes y derechos y sobre todo que cada uno de nosotros tengamos derecho a la vida y a la justicia. Francia es el país de los derechos humanos y como en cualquier parte del mundo, el ser humano reivindica sus derechos. Eso prueba que aquí o allá el pueblo unido jamás será vencido.

¿Cómo están considerados los inmigrantes en la actualidad? ¿Cómo fue tratado usted, siendo latino?

En esta época, el problema de la migración es terrible, porque las guerras interminables hacen que millones de inocentes, víctimas de una política internacional completamente al servicio de las multinacionales y de los intereses de las potencias, incluyendo la venta de armas, entre otras cosas, hace que en toda Europa haya una sobrepoblación que llega al mismo tiempo que la crisis se acentúa. Esto fomenta la xenofobia, vuelve difícil la cohabitación e insoluble todo problema relacionado con la inmigración. En los años 80, la situación era muy diferente. Francia albergó miles de exiliados de todo el mundo, incluso los de América Latina. En el caso de la Argentina, que es lo que más conozco, nunca se consideró como un movimiento migratorio sino más como un exilio político. Viniendo de tan lejos, sólo los que encontraban los medios de irse lo hacían. La mayor parte de esos exiliados pertenecía a la clase media y eran médicos, abogados, pintores, músicos, psicoanalistas, cineastas, etcétera.

A pesar de las dificultades de todo cambio de entorno, y de la vida simplemente, los argentinos gozamos de una simpatía especial en Francia, que viene de nuestra historia, nuestra cultura y de las relaciones entre ambos países. El exilio, de cualquier manera, es doloroso y difícil de integrarlo de manera colectiva. A pesar de cada contexto socio-político, es una experiencia personal, y cada uno la vive come puede. Así aprendemos, poco a poco y a pesar de nosotros mismos, que el peor exilio es el de uno mismo.

Hace más de 20 años, usted fundó la  Academia Oscar Sisto, centro de formación profesional de actores ¿Cuántas personas han pasado por la institución y quienes son los alumnos que más se destacan en cine, teatro y televisión en Francia?

En esta escuela pasan más o menos 150 alumnos por un ciclo de tres años. Allí aprenden la técnica del actor, el canto, la puesta en escena y la actuación en inglés.

Muchos de mis alumnos trabajan sin cesar en el mundo del teatro y del cine.

Los más conocidos hoy son Alban Lenoir, Bérangère Krieff, Iván González (hijo de Jairo), Lamine Lezgadh, Sophia Essaïdi y David Rozen. Algunos se han ido a Londres y otros a Italia.

En 1993 fue distinguido con un premio Molière por su trabajo protagónico, acaso el más importante del teatro en Francia. ¿Qué significó para usted recibir tal lauro?

El premio para mí ya fue el de actuar con Marilú Marini, en el espectáculo de Alfredo Arias titulado Mortadela. Es cierto que obtener un premio abre puertas y es emocionante recibir el cariño de la gente del medio artístico, como el del público.

Fueron casi cuatro años de gira por Francia y Europa, en el que el broche de oro lo viví en el teatro Lola Membrives, de Buenos Aires, frente a una platea colmada durante varios meses. Fue emocionante el recibimiento del público y de la prensa. Nunca olvidaré la presencia de mis padres y hermanos, orgullosos claro, ni la de mis amigos de Posadas. De más está decir que también fue emocionante contar con la presencia de Alfredo Alcón, Norma Aleandro, Mirta Legrand, Enrique Pinti (que ya había venido a vernos en París), y por supuesto nuestra increíble Niní Marshall.

En 2018 actuó para la obra ‘El arquitecto y el emperador de Asiria’ ¿Cuáles son sus proyectos para este 2019?

Efectivamente actué, hice la puesta y compuse la música de esa obra de Arrabal.

A pesar de ser un texto de los años 60, la temática sigue vigente y el estilo un poco surrealista deja pasar con una gran poesía la historia de la humanidad que se repite desde sus orígenes. Planteando el problema de la colonización y de la sumisión de unos y otros, según el grado de poder que se tenga. El rol que interpreté fue creado en Londres, en 1968, por el grandioso Anthony Hopkins. Y la puesta la había realizado Víctor García, un argentino que hizo furor en Francia en esos años y que nos dejó, lamentablemente, muy pronto. Además de esta obra -en la que trabajo con Johann Piritua, un actor de Tahití y que pienso retomar muy pronto-,estoy escribiendo y componiendo una comedia musical que tendrá lugar en la ciudad de Huriel (región de Auvergne, centro de Francia). Y después, un espectáculo titulado Lady Tango, con composiciones mías, especialmente tangos, con arreglos de Pablo Estigarribia, un maravilloso músico argentino radicado en Nueva York, y la participación de una cantante italiana, llamada Lucia Di Carlo.

Acaba de salir un disco de Anna Saeki, muy famosa en Japón, en el que incluye temas míos. Y una joven cantante ucraniana, llamada Sofia Kutchanko, interpreta con gran éxito un tema mío llamado My favorite colors, con el que tal vez represente a su país en el Eurovisión. Por octavo año consecutivo voy a dirigir la master class de la risa, durante el famoso festival de Marruecos, creado por el célebre Jamel Debbouzze llamado  Le Marrakech du Rire. El mundo es un pañuelo.