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El ángel y el poeta

domingo 16 de agosto de 2020 | 5:30hs.
El ángel y el poeta

Alberto Szretter

Había una vez un hombre que en un viaje por una zona inhóspita con su familia y ganado se topó con un riacho, mientras la tarde se iba disolviendo en grises. Logró hacer cruzar el vado a su familia y pertenencias, y cuando volvió a buscar algo, la oscuridad total descendió como un sorpresivo manto oscuro. Se quedó solo en la otra orilla. De pronto apareció una silueta, y comenzó una pelea que duraría la noche entera. Era un combate a ciegas. El viajero creyó que su rival era otro hombre, pero podría ser un ángel o, tal vez, Dios. No conocía al provocador, ni qué quería, solo recibía sus embates, mandobles y fintas nocturnas, en un duelo interminable por la vida. Era una batalla de empujes y retrocesos. Cuerpo a cuerpo los dos contornos, trenzados con la negrura, no se daban tregua. Hasta que ya despuntando el alba, el peregrino pareció ganar. Sin embargo, el extraño lo hirió en el muslo al mismo tiempo que le decía que lo suelte, que ya estaba clareando. El ambulante del desierto respondió que lo soltaría, pero primero quería que lo bendijera. ¿Cuál es tu nombre? preguntó el desconocido. Jacob, respondió, ¿y el tuyo? Entonces la figura enigmática lo bendijo, no reveló su identidad, y desapareció. En ese momento justo salió el sol .

Esa lucha de Jacob con el ángel, es la misma del poeta con la hechura del poema (cuando escribo “poeta” debe entenderse en todos los géneros que se deseen). Y al igual que en el Génesis, el resultado del choque es incierto, porque la Biblia no dice quién ganó la disputa.

Alguien podrá afirmar que no riñe para nada con los versos, que escribe con la soltura del vuelo placentero de las aves. Está bien, puede ser que haya genios que andan por ahí. No hablo de los afortunados, sino de la inmensa mayoría que se bate (disculpen las palabras bélicas) con el idioma, con lo que sienten, con la tradición, para capturar lo inasible, enlazar un misterio o para cachar con metáforas, por un rato siquiera, las riendas de la eternidad.

“Aquí estoy, después de veinte años/ tratando de aprender a emplear los términos, y cada tentativa/es un comienzo totalmente nuevo y un tipo diferente de fracaso/ porque uno sólo aprende a dominarlos/ para decir lo que ya no quiere, o quiere decirlo de otro modo. Por eso cada intento es de nuevo un inicio, una excursión a lo inarticulado/ con un mísero equipo cada vez más gastado/ en el desorden general de la inexactitud del sentimiento” .

La pendencia entre el ángel (la poesía) y el ser humano (el poeta) consiste en que este debe construir con los tres valores idiomáticos (lo imaginativo, lo conceptual y lo afectivo) un inédito edificio: el poema . O sea, una criatura expresiva inexistente hasta entonces.

Para ello utiliza las palabras del diccionario, las comunes, las raras, todas; las mezcla, las ata, las suelta libérrimas y ambiguas, para erigirlas en poesía, gracias a la virtud formante de convertir al lenguaje en una realidad inescindible entre forma y contenido .

¿Por qué es difícil la poesía? Porque esa metamorfosis del habla cotidiana semeja la traslación desde una ruta vecinal cómoda y que está en los mapas, hacia una vereda inhabitual, más compleja y elevada, que lleva a otra parte, ignota hasta entonces, amena, trascendente. En la carretera vulgar, el habla camina; en los senderos poéticos el habla danza. Es difícil, también, porque la vida que es prosa, catálogo turístico, reglas de convivencia, gramática establecida, se muda en la poesía a un lenguaje de sortilegio, emerge de un jaleo como si fuera un milagro. Y es difícil, además, porque en los bríos y fragores de la noche, el hacedor no solo debe objetivar su intuición en una expresión con valor estético, sino además saber comunicar. Persona, ambiente y circunstancia afectan al poema. No obstante el poema no es autobiografía, mera constatación de hechos, listado de afectos, predicamento de ideología; porque no se determina por esos factores. A nadie le interesa los sufrimientos y goces personales del poeta, su divorcio o casamiento, su éxtasis en un atardecer, su conmoción cuando vio el primer lapacho florecido.

Es que el poema existe por otra realidad autónoma, válida en sí y por sí misma. Todos los componentes individuales son transformados artísticamente en una unicidad no analizable. Digamos, es nacido como si fuera un organismo único e indivisible, que escapa a la disección y al microscopio, porque es un nuevo ser verbal.

En la colisión con la figura escondida, ese espíritu salido de un sigilo, el ser humano poeta tiene, en la soledad del universo, una tarea importante, que significa transmutar, a espadazos o como sea, lo contingente del mundo exterior e interior, en algo que lo trascienda, ocultando las vitales fuentes de nutrición, los disparos que desencadenaron la inspiración, la emoción primigenia que precipitó la búsqueda de bendición.

Justamente, para ser bendecido, el poeta debe desnudarse (en la metáfora bíblica, decir cómo se llama). Con suerte y trabajo ganará el litigio, saldrá el sol y será el poema. El poema que en un principio podrá ser solo polvareda que deba asentarse con el tiempo.

Pero puede suceder que pierda, y la noche continúe simbólica y dolorosamente su goteo infinito. El hombre, entonces, aguardará otra oportunidad para volver al pleito, porque si es poeta verdadero podrá ser derrotado, pero no destruido. Mientras quede con vida, regresará a la tiniebla, a la arena, al desamparo -huérfano integrante de un batallón de un solo soldado- para buscar al ángel, y en la trifulca perenne recibirle la gracia para después decir su nombre a todo el mundo.

Inédito. Médico de profesión, Szretter vive en Puerto Rico. Tiene publicados libros de cuentos y novelas.
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