El amor después del dolor

miércoles 14 de febrero de 2018 | 5:00hs.
El amor después  del dolor
El amor después del dolor
DOS DE MAYO (corresponsalía). Cada amanecer, con la salida del sol, en los bautismales conciertos de aves en Picada Indumar, el amor se expande en la casa de techo azul de Gerardo y Bárbara. A cuatro kilómetros de ruta nacional 14, sobre esa importante arteria, hace once meses el desamor fue exorcizado de estos lugares. Los abuelos de Mía -2 años y  8 meses- entienden de esto; como también lo sienten muchos colonos que pueblan ese sector de Dos de Mayo. 
La tardenoche del lunes 3 de abril pasado, Bárbara Rosario Schulz iniciaba el año lectivo en la Normal 6 de Aristóbulo del Valle. Inexplicablemente sentía fuertes dolores en el pecho. A las 20.30, abandonó la clase para atender el teléfono. Sus suegros Gladys y Ricardo avisaban del grave accidente sufrido por Gerardo, su compañero. Pidió permiso para retirarse, la colega y gran amiga Maura la acompañó. 
Gladys andaba fuera de sí; tomaron el ómnibus hacia Dos de Mayo, rumbo a casa. La muchacha llamaba a toda la familia reclamando más datos. Finalmente, Cristina -hermana de Gerardo- le contó: “Se cortó la pierna, perdió mucha sangre, no está bien. Lo trasladan en ambulancia a Oberá”. 
Los familiares se desbandaron hacia todos lados, en desesperado seguimiento del accidentado. En el hospital de Oberá, no contaban con los servicios cardiovasculares suficientes para ese herido que se iba en sangre. Luego, en el Madariaga de Posadas, recibieron al accidentado desvanecido, y Bárbara totalmente desinformada llegó momentos después. 
La familia fue agrandándose en los pasillos mientras Gerardo en el quirófano la peleaba entre la vida y la muerte. En la incertidumbre, padres, suegros, hermanos, cuñados y la pequeña Mía pasaron la noche en ronda, rezando y llorando en voz alta. Un médico pasó fugazmente y apenas señaló: “Está muy mal”. Así transcurrió la madrugada. 
Ninguna novedad esperanzadora. El herido estuvo en terapia intensiva, inconsciente, una semana. Inyectaron quince litros de líquido, se hinchó de forma irreconocible. El panorama era crítico. Fue aún más complicado cuando los médicos dejaron entrever que “hay que ir despidiéndolo”. 
Fueron llegando todos los familiares: tíos, sobrinos, amigos, todos de fe católica, se turnaban en la cadena de oraciones, en las galerías, entre el público que pasaba por allí por otras razones. 
La familia Drozenski -la de Gerardo- es reconocida en Picada Indumar por vecinos y amigos. Igual, los Schulz en el pueblo. Buenos vecinos, trabajadores y serviciales. 
En algún momento de la prolongada agonía, la enfermera pronunció el mensaje temido: “Hay que despedirse nomás, ya los médicos hicieron todo”. Una fotito de Mía pegada a la cabecera de la cama originó otra frase: “Ojalá no quede huérfana”. La enfermera Viviana Olivera fue consoladora vigorosa de la familia. 
Picada Indumar se movilizó como podía. Hubo cadenas de oración en toda la comunidad, en todos los templos de todas las denominaciones. Era cuestión de fe y de milagros. 
Ricardo, el papá de Gerardo, vació los estanques de peces, recogió todo lo posible y distribuyó desde un enorme freezer con su familia en las modestas casitas de barrios cercanos; su forma de amortizar la generosa adhesión vecinal en oraciones por la salvación del hijo mayor.
Mientras tanto, en el Madariaga soplaban otros aires. Tras diez días de tensa vigilia, Bárbara percibió leves mejorías de su compañero. Fue reconociendo lentamente a sus acompañantes, sentía las caricias de mamá Gladys, los besos de su mujer y novia. Las murmuraciones de Mía. “Abría los ojos, iba mejorando cada día, estaba diferente. Un domingo despertó”, según ella, y lo pasaron a sala general. 
En situaciones límite, el ser humano saca a flamear todos los pañuelos posibles: los blancos, los del alma, los de la fe. “En casa, confiamos mucho en la Virgen, desde siempre. Yo en la de Itatí”, dice y se emociona. 
“Probé el primer vaso de agua, nunca bebí líquido tan rico”, recuerda Gerardo. La resurrección es un renacer, un medir de nuevo todos los sabores, los olores, las texturas. 
Un largo proceso médico, ortopédico, familiar, fue superado. Reconstruir el pie, las articulaciones, los “tutores” para no enyesar, superar dolores, volver a caminar. 
Nunca solo, siempre a su lado la familia, los amigos, pero fundamentalmente Bárbara, su compañera. Y Mía. “Nos hizo más fuertes en la pareja, si antes nos quejábamos por algo y discutíamos, ahora es el valor de la vida, el amor en la pareja”, admite la pareja.
El incidente movió a toda la picada: “Nunca sentimos tanta solidaridad, tanta preocupación como esa vez”. La pareja agradeció a los médicos de los hospitales de Dos de Mayo, Oberá y de Posadas por su buen trabajo. 
El amor cura
A la hora de la visita de El Territorio, Gerardo (27), Bárbara (23) y Mía (2) hacían la típica vida de chacra. Él, lidiando en el tabacal, las quintas de té y yerba mate. Ella, repasando textos para no entrar a clase tan acartonada -sigue estudiando-, a la vez ordenando la ropa familiar. Y Mía con las mascotas de la casa. 
Las cosas transcurren con facilidad y deleite. De manera inequívoca, Bárbara sonríe: “¡Día de los Enamorados, cómo no! El amor tiene en nuestro caso y en nuestra casa una fuerza creadora muy particular. Después de lo que nos pasó, Gerardo tiene una sola preocupación: bajar de peso. Todo lo demás, es alegría de vivir, felicidad de compartir. Acá en la colonia respiramos atmósfera transparente, hasta el trabajo más simple es poesía pura… La afortunada reaparición de Gerardo en mi vida, en la de sus padres, de sus amigos, nos proyecta en el futuro con luz propia”. 
Con las travesuras de la pequeña hija, vaporosa, de singular personalidad, todo brilla con simpatía natural. Una joyita escondida que reaparece cada tanto. Mientras, sus padres definen: “Es Día de los Enamorados y, para nosotros, enamorados de los días. Porque ahora todos los días son de celebración, nuestra historia se entrelaza maravillosamente, con música, afecto de los que nos rodean, poesía pura… Cada día fabricamos medios e iniciativas que vigorizan, revitalizan y difunden nuevas inquietudes. Dinamizando la economía familiar, social, porque la sangre derramada es a la vez savia que ofrecemos con energía a quienes nos ayudaron. El amor, nuestro pensamiento primario, el calor de nuestras vidas, aquí donde la tierra es más roja, exuberante, el aire cargado de oxígeno, vivificante y acariciador”…
Bárbara y Gerardo se conocieron hace seis años, conviven hace dos junto a su bella hija. Se casarán este año y  compartirán tortas y bebidas por la vida recobrada el venidero 3 de abril. 

El accidente

Gerardo decidió abocarse a la chacra apenas terminó sus estudios secundarios en la Escuela 488. Se perdía la tarde, alejado del calor, se ocupó de cosechar té en una chacra de familia amiga a cinco kilómetros de ruta 14, en paraje El Saltito. Comenzaba a oscurecer, su infaltable compañero y hermano menor -Joaquín, de 13 años- se encontraba en la cabina del camión-jaula repasando lecciones a la luz de una portátil que habían improvisado. De repente, reventó una goma, bajó para mirar, resbaló y al saltar lo agarró la cuchilla en el tobillo del pie izquierdo produciéndole un corte profundo alrededor de todo el miembro. El pie quedó suspendido por un tendón. Cayó pesadamente al suelo, perdiendo abundante sangre. Comenzó la fiebre, transpiración, sed. Enviaron mensaje avisando a la familia. Gerardo se arrancó la remera y con ella armó un torniquete que alivió la sangría. Arrastrándose arrodillado llegó al camión. A media carga, por caminos irregulares, los hermanos salieron a ruta vecinal. Una pelea entre la vida y la muerte en condiciones precarias.
En esos instantes lo increíble: el padre de ambos apareció con su camioneta ahí cerca. Y se hizo cargo del auxilio salvador.