El acuerdo falla en el timing

domingo 12 de mayo de 2019 | 5:00hs.
Daniela Cortés

Por Javier Correa La Política Online

Mauricio Macri dice que está caliente. La Argentina también, en todas sus formas posibles. Sufre nuevamente el recorrido por la parte baja de su eterno círculo vicioso, sin premio a la vista. No hay cambios estructurales que consuelen un ajuste que incluye más inflación y más deuda a pagar los próximos años.
La Argentina está caliente porque, entre otras calamidades, dos monstruos sin pies ni cabeza (o con varias cabezas) provocan una incertidumbre tal que nunca sabemos si estamos por caer al precipicio. "Los mercados" y el "círculo rojo" se naturalizan como actores de poder, desestabilizantes, amorfos, sin sensibilidad social y sin voz.
Dicen quienes los interpretan que no confían en la Argentina y que son la causa de cada microcrisis que vivimos. De la familia del "pasaron cosas" o el "mundo cambió" nos acostumbramos a ver y escuchar que los factores externos son los realmente determinantes para la suerte nacional.
Los nuevos puntos de acuerdos básicos propuestos por el Gobierno podrían entusiasmarnos con la posibilidad de darle un giro a esta visión victimizada de nuestra realidad. El consenso, palabra de moda, ayudaría a evitar que los gobiernos disminuyan su poca productiva capacidad para describir lo que nos pasa y abandonar convicciones religiosas vacías como "no hay otro camino" o "hay otro camino". Una muestra más de la falta de creatividad para salir de la grieta.
Sin embargo, el timing de este llamado justifica las dudas sobre el éxito real que puedan tener estas conversaciones. Cristina Kirchner también apeló al diálogo en 2009 cuando la derrota en las elecciones legislativas de ese año la obligaron a revisar su encapsulado ejercicio del poder.
Es contraintuitivo, pero podríamos decir que en estos tiempos el poder sí se comparte. El problema es que cuando la distancia entre quien tiene el poder y quien lo quiere es muy corta, la construcción genuina de consensos se parece más a una quimera. El que invita lo hace por debilidad, y el invitado ya no se conforma solo con un espacio en la mesa. Ahora quiere la cabecera.
Para sumarle más picante a este menú, es inevitable que el proceso se contamine con la "electoralidad" de estos tiempos. La comunicación, poco propensa a la profundidad que requiere el momento, deberá arreglárselas para que cada espacio convenza a su tribu de que el fracaso es culpa del otro, o de que el éxito es mérito propio.
¿Una idea loca? Un acuerdo para establecer criterios de comunicación conjunta e impersonal. La tercera persona del plural sería una buena incorporación para todos los actores. ¿Otra más? que la política deje de sucumbir al populismo comunicacional de la inmediatez y la superficialidad de las encuestas, las redes sociales y los medios de comunicación para imponer una agenda conjunta de lo que necesita el país. Para eso se necesita consenso, pero también coraje.
El riesgo evidente es que estemos asistiendo a una parte más de la campaña electoral, que, sin negar su rol clave en los sistemas democráticos, tiende a estimular los contrapuntos e impulsar la espectacularización de la política. Quedará entonces esperar quien gana la elección y volver a preguntarnos: "¿Y ahora qué"?