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Carta a un médico solixista

domingo 13 de septiembre de 2020 | 5:30hs.
Carta a un médico solixista

Maximiliano Domínguez

Me dirijo a usted médico  especialista, con toda la amabilidad posible, si nota que  en el trascurso de esta carta que me pongo fervoroso o hiriente con mis palabras, sepa disculpar, es solo la abstinencia.

Según los datos estadísticos fehacientes del instituto mundial 9,5 personas de cada 10 consumen algún psicoactivo.  Si bien según sus resultados yo estaría en el límite, en un umbral indescifrable entre pertenecer o no a algún conjunto de esas diez personas, me considero un consumidor psicoactivo. Tengo que confesar algo, gracias al control social que hay,  no estoy muerto, aunque  anhelara estarlo. Imagínese si todos los días pudiéramos consumir durante 15 horas en verano y durante 11 o 12 horas en invierno este producto natural. O peor, imagínese que viviéramos muy lejos del trópico de ecuador, y qué podría  pasar con mi vida en la Antártida con el solsticio de diciembre. Quizás estas imaginaciones, se presentan como un deseo detrás, no lo sé, o no lo quiero entender así. Es difícil vivir así. Mi rutina desde que acudí a usted y después de permanecer arrestado por las autoridades cambió por completo, aun así, es verdad que no puedo  dejar de pensar en mi obsesión.

Tengo un libro al que consulto todos los días. Es un libro de culturas antiguas, conocí por ejemplo que había un dios llamado Huitzilopochtli. Que era adorado por todos los pertenecientes a esa comunidad. Me imagino que habrán desaparecido por tener tamaña aberración en sus adoraciones. Se habrán extinguido muy rápido. Por lo general todas las culturas antiguas por lo visto tenían esa enferma costumbre de adorar al mal. Algunos inclusive erigían monumentos a su nombre. Yo entiendo que ese amor aunque no sea correspondido con la verdadera vida, tenga alguna salida placentera. Al mismo tiempo pienso y me imagino vivir en esos tiempos, sería feliz, pero moriría muy rápido.

No es fácil vivir así, tengo también otros libros, por ejemplo el de un poeta de nuestras latitudes, que imagínese usted, debiera estar tan enfermo, como todos los poetas que le dedicaron un poema. Es absurdo hasta donde puede condenarse un hombre por sus adicciones. El poema dice algo así como que hay un hombre luz, con muchas rosas y también mucha, pero mucha claridad y que puede llegar a morir por su fulgor. Es bonito, pero sé que es una herejía hacia nuestra sociedad tan impoluta.

Yo en verdad me considero un hombre normal, pero esta adicción me tiene muy mal, doctor. Usted sabrá que hace 22 días que no consumo esa potencialidad, hecha mayormente de Helio e Hidrógeno entre otras sustancias. Sabe también que es invierno. Estoy muy mal y a veces pienso en usted y me da un odio muy grande. Pero tengo que escucharlo no quiero terminar siendo un disoluto.

En verdad esta es la vigésima vez que me sigue tratando, ya venimos con este tratamiento desde mi adolescencia, sin tantos avances potables. Pero sabe usted que mi padre fue el que me convidó este vicio. Aquel domingo fuimos más allá del manto de la ciudad, a plena hora del mediodía. Atravesamos toda la ciudad y nos metimos por unos pasajes incómodos y clandestinos, unos túneles que habían cavado antaño otros adictos. Salimos del otro lado del manto, del mantra de la ciudad, ese manto de metal que por su existencia nos mantiene vivo.  Mi padre me desnudó y me dijo mirá al cielo cerrando los ojos, desde ahí sentí ese placer inigualable, a veces pienso que usted lo sabe porque lo ha estudiado bien y también seguro lo ha probado.

Por otro lado, no puedo seguir con sus indicaciones, de consumir solamente las iluminaciones que el sistema provee y permite, son todas iluminaciones sintéticas, los faroles de las calles, las luces de mi casa, inclusive el falso esplendor gigante que prende 10 horas por día en la plaza más grande de la ciudad. A veces tengo disparatadas sensaciones, creo que nos prohíben el zumo verdadero, para que la sociedad haga sus negocios. Pero no puedo enredarme en absurdos pensamientos. Sé que hacen todo por el bienestar social.

En verdad ahora no sé más qué decir… pero, si ya sé, lo que quiero realmente decirle, que usted es un estólido, un fantoche de primera, un escolimoso de la vida,  un insulso, un malaje, un mentecato con títulos, un esbirro más de la sociedad, un crapuloso en su vida diaria, usted no es más  que un cenutrio, un bodoque con zapatos. Usted es un verdadero asno.

Perdone doctor mi vociferación, pero tenía que decirlo, no estoy bien y decir esto me da posibilidad de calmarme. Mi madre me ata a la cama como usted le recomendó, ahora me dejó una mano libre para poder escribirle. Me prende la luz 8 horas por día, la semana que viene tiene que bajar a 7 horas y así sucesivamente hasta terminar la rehabilitación. Cuando quede en la oscuridad absoluta y pueda vivir así un año, creo que estaré recuperado, y también espero que cierren de una vez por todas esos túneles malditos que nos sacan de la ciudad.

Me voy despidiendo, ya me desaté la otra mano, mi ventana no tiene cerrojo. Me duele todos los músculos y la cabeza, tengo un humor maldito, la bilis se ha adueñado de mí. No puedo parar de imaginarme sentado en el pasto fuera de la cúpula gigante de metal y recibir su iluminación perfecta, o desnudarme por completo y que sus rayos tostasen mi piel, tirarme en  algún rio y mirar el cielo. Ver el arrebol en las últimas horas de su visita.  Me duele mucho todo, tiemblo, me rasco la cabeza, me salen ronchas, sigo mirando la ventana, veo mi bicicleta, creo que voy a salir, no sé para qué, voy a salir a buscar.

Relato inédito. Domínguez reside en Posadas y estudió licenciatura en Filosofía.
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