Borges la muerte infinita

domingo 16 de junio de 2019 | 6:00hs.
Según el escritor, la finitud la da fuerza al hombre, y no  hay mayor tedio que un estado permanente de las cosas
Según el escritor, la finitud la da fuerza al hombre, y no hay mayor tedio que un estado permanente de las cosas
Federico García

Por Federico Garcíasociedad@elterritorio.com.ar

Quizás no haya nada mejor para decir lo indecible que los versos de un poema. Eso es algo que Jorge Luis Borges entendió frente a la incertidumbre de la muerte.
Un poema suyo de 1958 incluido en ‘El Hacedor’ (1960) habla de la muerte con un realismo brutal. El texto lleva por título ‘Límites’ y tiene una versión anterior más extensa, de 1923, que Borges atribuía a Julio Platero Haedo, uno de sus múltiples alias.
Ambas versiones hablan, palabras más, palabras menos, de todo aquello que ya no se puede hacer tras la muerte.
La versión corta dice, por ejemplo: “Hay una línea de Verlaine que no volveré a recordar./Hay una calle próxima que está vedada a mis pasos,/hay un espejo que me ha visto por última vez,/hay una puerta que he cerrado hasta el fin del mundo./Entre los libros de mi biblioteca (estoy viéndolos)/hay alguno que ya nunca abriré./Este verano cumpliré 50 años;/La muerte me desgasta, incesante”.
Parece con ello ligarse a la idea de que empezamos a morir el día que nacemos, pero es más creíble el hecho de que, por ese entonces, el escritor se estaba quedando ciego, situación que quizás asimilaba con la muerte.
En la versión extendida, Borges se plagió a sí mismo (ver Límites) y amplió el concepto: “De estas calles que ahondan el poniente,/una habrá (no sé cual) que he recorrido/ya por última vez, indiferente/y sin adivinarlo, sometido”.
Una vez confesaría: “Cuando me siento desdichado pienso en la muerte. Es el consuelo que tengo: saber que no voy a seguir siendo, pensar que voy a dejar de ser”, y agregaría, poético: “Tengo la certidumbre de que voy a morir eternamente. Y es un gran consuelo”. Una muerte infinita.
La finitud es algo que “le da mucha fuerza a un hombre, el saber que es efímero”. En cambio, para Borges la inmortaldiad “sería un infierno”, es decir, el peor de los castigos. En su concepción, es como si dijera que cualquier estado perdurable sería una desdicha, pues agrega: “Quizás una de las mayores virtudes de la vida es que todo es efímero”.
Pero volviendo a la fuerza de los versos, en otro poema, titulado ‘La cifra’, que data de 1981, es decir, de sus últimos estiletazos como escritor y cuando, casi naturalmente, aborda al poeta la sensación del tempus fugit (tópico latino de la fugacidad del tiempo), Borges deja entrever que no hay registro de la propia muerte en el inconsciente, porque es una experiencia no vivida, de la que no hay huella, ya que la experiencia más cercana que tenemos con la negra sombra de la finitud es siempre referida a un otro.
‘La cifra’ es un llamado a aprovechar la vida, el universo, la belleza y compañía de la luna, ya que los días están contados: “Yo sé que alguien, un día,/podrá decirte verdaderamente:/No volverás a ver la clara luna,/Has agotado ya la inalterable/suma de veces que te da el destino./Inútil abrir todas las ventanas/del mundo. Es tarde. No darás con ella./Vivimos descubriendo y olvidando/esa dulce costumbre de la noche./Hay que mirarla bien. Puede ser última”.
Por ello, lo que no ha sido experimentado no puede ser asimilado por el inconsciente. También en ese sentido se explaya sobre la improbabilidad de saber cuál es el momento final. Así, en ‘Límites’, dice casi como un quejido: “Si para todo hay término y hay tasa/y última vez y nunca más olvido,/¿quién nos dirá de quién, en esta casa,/sin saberlo, nos hemos despedido?”.
Algo de todo eso hay en una famosa frase que le pertenece: “El olvido es la única venganza y el único perdón”, a la que podríamos agregar que esa trampa de la memoria es la verdadera muerte, es decir que dejamos de existir cuando ya nadie nos recuerda.
El pasado 14 de junio se cumplió un nuevo aniversario del fallecimiento del maestro, quien sigue vivo gracias al recuerdo de sus lectores y a la trascendencia de su escritura.


Límites

De estas calles que ahondan el poniente,
una habrá (no sé cual) que he recorrido
ya por última vez, indiferente
y sin adivinarlo, sometido

a quien prefija omnipotente normas
y una secreta y rígida medida
a las sombras, los sueños y las formas
que destejan y tejan esta vida.

Si para todo hay término y hay tasa
y última vez y nunca más olvido,
¿quién nos dirá de quién, en esta casa,
sin saberlo, nos hemos despedido?

Tras el cristal ya gris la noche cesa,
y del alto de libros que nos trunca
sombra dilata por la vaga mesa,
alguno habrá que no leeremos nunca.

Hay en el Sur más de un portón gastado
con sus jarrones de mampostería
y tunas, que a mi paso está vedado
como si fuera una litografía.

Para siempre cerraste alguna puerta
y hay un espejo que te aguarda en vano;
la encrucijada te parece abierta
y la vigilia, cuadrifonte, Jano.

Hay, entre todas tus memorias, una
que se ha perdido irreparablemente;
no te verán bajar a aquella fuente
ni el blanco sol ni la amarilla luna.

No volverá tu voz a lo que el persa
dijo en su lengua de aves y de rosas,
cuando el ocaso, ante la luz, dispersa,
quieras decir inolvidables cosas.

¿Y el incesante Ródano y el lago,
todo es ayer sobre el cual hoy me inclino?
Tan perdido estará como Cartago
que con fuego y con mal borró el latino.

Creo en el alba oír un atareado
rumor de multitudes que se alejan;
son lo que me ha querido y olvidado;
espacio y tiempo y Borges ya me dejan.