2023-05-22

Un abogado del Alto Paraná

Por Ramón Claudio Chávez Exjuez federal

El ejercicio de las profesiones liberales tiene distintos elementos condicionantes, de acuerdo a la personalidad del profesional, al prestigio o desprestigio que posea, y al lugar donde ejerza la profesión.

Si hablamos de los abogados, no es lo mismo hablar de uno que vive y trabaja en la ciudad autónoma de Buenos Aires, a otro que ejerce en las provincias, e incluso del que ejerce en la capital de su provincia o en el interior de ella.

En la provincia de Misiones, hace un tiempo, alguien que quisiera estudiar una carrera universitaria, debía trasladarse a las ciudades donde se encontraban las casas de altos estudio. Esto generaba un gasto económico inalcanzable para algunos; y el tema del desarraigo muchas veces difícil de soportar. El crecimiento demográfico, fue permitiendo que cada provincia tenga su propia universidad, o existan varias en las grandes capitales.

En la primera etapa de estos ejemplos, las matrículas de los profesionales eran limitadas, no había muchos egresados; y muy marcada la diferencia entre los de mayor trayectoria que de los recién se recibían.

Juan Nicolás Speranzini, era un abogado del Alto Paraná, que ejercía en la localidad de Puerto Esperanza. Tenía la edad de Cristo y un viejo Dodge 1500 de color rojo como el diablo. Soñaba con triunfar en la profesión y se esmeraba en el estudio de los casos que conseguía. Un modesto estudio con un escritorio de madera, una máquina de escribir, luego una antigua computadora, un sillón, asientos para los clientes y una biblioteca para los libros que de a poco iba comprando.

Su trabajo artesanal, le obligaba atender su oficina e ir a visitar a los clientes en sus negocios o domicilios particulares, donde lo sorprendían las más variadas anécdotas. Los martes y viernes viajaba a la ciudad de Eldorado para controlar el despacho de los Juzgados.

Un cliente de Puerto Libertad, de contextura robusta, le encargo el cobro de tres (3) cheques que fueron devueltos por falta de fondos. El valor de los mismos no era tan elevado, pero para un novel abogado siempre estaba bien.

Como su cliente era propietario de un bar, Speranzini concurría personalmente al negocio ya el hombre no disponía de tiempo para venir a Puerto Esperanza. En una ocasión asistió en horas de la noche y se puso a conversar con su cliente. Este le solicitó que se sentara en una mesa del bar, ubicado cerca de la puerta de acceso, le invitaba un trago y en un rato vendría para charlar tranquilo, mientras atendía a unos clientes.

El tordo conocía bien la zona y a muchos de sus pobladores, de los parroquianos presentes le llamo la atención uno que lo miraba fijamente. Cuando se acercó su cliente le pregunto quién era esa persona y le dijo:

– ¡Uno que siempre viene y le dicen Tatú! –

Ante el comentario del profesional sobre su actitud, le aclaro:

– ¡Es una persona tranquila!

Hablaron de los temas judiciales en marcha y el abogado se retira extendiéndole la mano. Mientras se dirigía a su auto observa que el hombre que lo miraba salió detrás suyo. Intento regresar al boliche por precaución, pero fue alcanzado antes por el hombre. Le invadió cierto temor porque no había cruzado palabra alguna con este.

Sin ningún tipo de protocolo esta persona a boca de jarro le dice al profesional:

– ¡Le aviso que mi casa está en venta!

Contrariado Speranzini le interroga:

– ¡Donde queda su casa! –

– ¡En el Barrio San José Obrero! –

Para terminar el dialogo Juan Nicolás le agradece y se retira. En el camino de regreso reflexionaba sobre el incidente, si el hombre vio en él un interesado por su vivienda, o creía que podría conseguirle un posible comprador; pero lindo “julepe” se comió.

En Colonia Lanusse un domingo la comisión parroquial organizó una kermés con la intención de recaudar fondos.

Como era el único acontecimiento social de la zona, venían personas de distintos parajes; entre ellos unos brasileños de San Miguel Oeste que estaban trabajando en el raleo de pinos en Piñalito Norte y el Paraje 20 de Junio. El infaltable asado a la estaca, empanadas, vino en botella y gaseosas de segunda marca, eran adquiridos por los concurrentes. Los juegos propios de estos eventos, las apuestas en dinero por los juegos de dados, y el calor reinante, lograron que varios de los asistentes pasaran de la cordura a la borrachera, los de San Miguel Oeste entre ellos. Los ánimos se caldearon bastante y tuvieron que intervenir los dos agentes de policía que prestaban seguridad en la fiesta.

Uno de los obreros del raleo era de apellido Nascimiento, otro De Zouza, que pese a la amistad que frecuentaban, por culpa del juego de los dados se desconocieron en la fiesta. Nascimiento se retira del lugar y regreso al rato, con una escopeta de fabricación casera, con la que efectúa un disparo en la humanidad de De Zouza, por suerte le rozó el cuerpo y no le afecto zonas vitales de su humanidad.

Ante el descontrol que ocasiono el hombre con el arma de fuego, uno de los policías saco sus 9 milímetros y efectuó

un disparo al aire, mientras el agresor raudamente trataba de ocultarse en un pequeño monte cercano. Vino la camioneta policial de Colonia Wanda, lograron aprender al fugitivo y “marche preso “a la comisaría.

En la primera declaración en sede judicial De Zouza manifestó:

– ¡Que estaban todos tranquilos, hasta que apareció Nascimiento con una escopeta y le disparó con intención de matarlo! ¡A ese hombre hay que meterlo en la cárcel porque es un peligro para la gente!

Los parientes de Nascimiento tuvieron que buscar un abogado para que asuma su defensa, fueron a verlo al doctor Speranzini en Puerto Esperanza; quien estaba anoticiado del hecho por rumores que había escuchado.

Acordaron los honorarios y el lebuleyo comenzó a diagramar un esquema de la defensa que pusiese salvar al atacante, o en su defecto, quitar la figura de “tentativa de homicidio”.

Mientras esto ocurría los amigos de San Miguel Oeste retomaron su relación de amistad y conversaban por intermedio de los parientes. El abogado defensor sostenía que, en la etapa de la sentencia, De Zouza tenía que morigerar su contundente declaración que había formulado en las primeras etapas del sumario en contra de Nascimiento. Este prestó su consentimiento.

Cuando fue llamado a ratificar los dichos iniciales ante los jueces de sentencia, el hombre muy suelto de cuerpo sostuvo:

– ¡Yo nunca dije que era Nascimiento el que apareció con la escopeta, lo que yo dije era que me pareció que era, pero no estaba seguro!

Se le leyó nuevamente sus dichos anteriores y el hombre respondió:

– ¡Lo que pasa es que como yo hablo en portuñol, pensé que “apareció” significaba “me pareció”!

La estrategia del defensor funcionó, el “beneficio de la duda” salvó al imputado que fue condenado por el delito menor de tenencia ilegal de armas de fuego.

El letrado se despidió de los familiares y de Nascimiento, que recobró su libertad, se subió a su Dodge 1500 con el éxito alcanzado, y la certeza de que a veces se gana y otras se pierde.

Te puede interesar