2023-03-08

El hermano de la monja

Una de las pocas decisiones buenas que tomó en su vida debido al exilio forzoso, fue la de venir al Brasil con el propósito de acompañar a su hermana menor. Ella, abandonó con premura su fronterizo pueblo natal de Misiones, con el designio de adquirir los hábitos religiosos en un convento del país hermano, después que le ocurriera un insuceso doloroso.

Ahora se hallaba sentado frente a la computadora con el chambergo de ala ancha puesto en la cabeza, comenzaba a releer con la intención de corregir lo último que había escrito sobre sus memorias. Exponía los objetivos y factores emocionales que lo impulsaron a escribir, puesto que existe, según los mentalistas, un punto de arranque que estimula al individuo a elaborarlo cuando cree que su accionar protagónico tuvo alguna gravitación en los sucesos ocurridos en el pasado. ¿Será el ego que impulsa a la catarsis? O por el contrario, ¿es el cargo de conciencia que estimula al acto confesional? Tal vez sea un poco de ambos. De igual forma y en todo caso no me corresponde conceptualizarlo. Sí será tema de analista, si es que alguna vez resuelvo analizarme, explicándome en el intento la razón que contribuyó a estimular mi decisión de escriba.

Por cierto, en aquellos años de ofuscación histórica se interpretó que, el malestar expandido en la sociedad contra el régimen de facto, apoyaría la profundización de cambios a favor de un nuevo orden basado en la creencia que la democracia solo beneficiaba a la burguesía. De ahí a la decisión de tomar la acción bélica fue una obviedad. El desgaste comenzó desde el asesinato de José Ignacio Rucci y el pretendido enfrentamiento a Perón, con la intención de aislarlo y forzarlo a que opte entre Montoneros y el movimiento que él mismo había creado. Se creyó que estaba encerrado entre burócratas sindicales y adherentes ortodoxos fieles a una doctrina perimida. Ése fue el gran error de análisis, puesto que Perón nunca se dejó cercar. Él, como líder y buen militar, eligió de quiénes rodearse y optó por aquéllos que estuvieron dentro del movimiento en forma orgánica en las tres ramas: gremial, política y femenina. En este trance no se tuvo la capacidad de formar la “cuarta rama juvenil” que Perón esperaba, motivo por el cual se tomó la decisión equivocada de la auto exclusión del movimiento. Lo grave, en ese momento de obstinación, fue pasar a la clandestinidad con la soberbia propia del diletante elitista, arrastrando a cientos de jóvenes en la odisea incierta de la lucha armada. Muchos lo hicieron, no por idealismo, sino para evitar de ser acusados de traidores o, quizás, por la amenaza velada de ser ajusticiados por desertores. Se luchó por la democracia, repetían los sensatos, pero una vez que se logró se lanzó en su contra en pos de un destino que condujo hacia la nada. Perón repetía “la única verdad es la realidad”. No se supo verla, o se la vio con anteojeras. Se teorizaba en devaneos interpretativos que, acelerando la caída del débil gobierno de Isabel Perón y forzando un golpe militar, el pueblo se alzaría y lucharía por la verdadera revolución con jefes guerrilleros a la cabeza.

Sin embargo, sucedió todo lo contrario. Los atentados y la matanza indiscriminada en accionar clandestino, sólo sirvió para aterrorizar a la comunidad que aspiraba a vivir en paz. Todo fue un craso error pese al ruego de la oposición, principalmente en la voz de Ricardo Balbín quien, ante la eminencia del golpe lanzó una oración póstuma para evitarlo: “Todos los incurables tienen cura cinco minutos antes de la muerte”, sonando a responso para la juventud adherente. El golpe de Estado sobrevino poco después ante la indiferencia del pueblo que, al contrario de lo que esperaba, suponía que los militares traerían un poco de sosiego al caos de horror y muerte implantado por la guerrilla y la Triple A. Otro craso error. Ellos fueron los nuevos ángeles de tortura y muerte en el peor terrorismo de Estado que nuestra historia haya registrado. Y los jefes de la guerrilla siguiendo con su inconsciente accionar contribuyeron para que ello suceda. Esto obligó a que muchos compañeros pasaran la Navidad escondidos por temor a la represión. Sucedió entonces que aquellos sospechados fueran capturados, torturados y asesinados, pues, jamás tuvieron tiempo, ocasión, ni medios para escaparse al exterior como lo hicieron otros camaradas.

Terminó de leer, se restregó los ojos con los puños cerrados y miró la hora. Las ocho, murmuró. Dirigió la silla de ruedas al lugar donde reposaba su pierna ortopédica que se ponía para salir a la calle y tomó el bastón. Seguía delgado y nunca recuperó la buena estampa que supo lucir en la juventud. Su andar era dificultoso pero digno. La monja receptora le abrió una de las hojas del pesado portón y presto se dirigió al gran jardín que a la mañana ayudaba a cuidar a Sor Pía Mariela.

-Buen día, hoy has llegado más tarde- saludó a su hermano con su mejor sonrisa. La gran cofia azul hasta la cintura enmarcaba su hermoso rostro. La grácil monja era realmente bella. -Buen día, hermanita- contestó, mientras se disponía a terminar la inconclusa poda del día anterior.

Cuando niño, juró cuidar a su hermana menor y no abandonarla nunca, no hacía más que cumplir con su palabra.

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