2021-05-12

Vizcardo y Guzmán, Miranda y la Revolución de Mayo

U
na leyenda que recorrió en los albores de la Revolución de Mayo, da cuenta de la reunión que mantuvieron los militares integrantes de la logia Los Caballeros Racionales: San Martín, Carlos de Alvear, Matías Zapiola, Bernardo O’Higgins, Simón Bolívar, ocurrida en la residencia de Francisco Miranda en Londres, inspirador de ese movimiento libertario de la América del Sud.

Francisco Miranda fue un personaje singular. De rica posición económica, abandonó su patria venezolana para enrolarse al ejército español donde peleó en la Argelia africana. De ahí se unió a las tropas francesas de Lafayette que luchaba a favor de la independencia de las colonias americanas contra el dominio inglés, en la cual, por destacada actuación, recibió las tiras de coronel entregado por el mismísimo George Washington. Con ese grado luchó en Francia a favor de la revolución donde por coraje y valentía fue elevado al grado de mariscal. Ansioso por conocer otros sistemas de gobierno, fue a visitar la tierra de los zares, y entre devaneos amorosos la zarina Catalina lo distinguió con el grado de coronel de la Madre Rusia. Con esos antecedentes de gran guerrero e ideólogo de la Logia, invitó a la reunión de marras a estos jóvenes militares sudamericanos, quienes aceptaron el convite. En la ocasión, entregó a los visitantes lo que para él constituía el fundamento ético y moral que validaba la insurrección americana contra la corona de España, inspiración intelectual del cura jesuita Juan Pablo Vizcardo y Guzmán, cuya obra titulara “Carta dirigida a los españoles americanos, por uno de sus compatriotas”.

Tratábase de nueve largos puntos que, al leer los contertulios, reconocieron que solamente la prosapia brillante de un gran erudito podía definir con clara lucidez que la “ingratitud, la injusticia, la servidumbre y la desolación”, infligidas por la corona española hacia sus súbditos coloniales, merecían la ruptura.  

El documento enunciaba con prístina claridad las ideas más contundentes de la emancipación americana. Entendieron que no se trataba de un panfleto, al contrario, un manifiesto intelectual que daba sustento ético a la independencia del continente y brindaba el fundamento moral de la insubordinación de los pueblos oprimidos.

Se preguntaron ¿Qué designio conmovió a este simple cura que, expulsado de su patria y en la amargura del destierro, estimuló a desarrollar semejante manifiesto y le hiciera concebir ideas tan preclaras? ¿Acaso al enterarse de la sublevación de Tupac Amaru, que una vez apresado fuera torturado hasta morir, y su descuartizado cuerpo impiadosamente desparramado por los pueblos del Perú como escarmiento? ¿O por el breve “Dominicus ac redemptor noster” del Papa Clemente XIV que decretó la supresión definitiva de la faz de la tierra de la Orden de los Jesuitas? ¿O acaso la muerte penosamente triste del General de la Compañía de Jesús Lorenzo Ricci confinado y olvidado en la soledad de la prisión? ¡Tan luego Lorenzo Ricci que fuera una de las mentes más deslumbrantes de Europa! Pobres sacerdotes jesuitas que despojados de toda protección papal fueron recogidos como parias por la Madre Rusia. Curas humildes que en gesto de agradecimiento devolvieron el asilo bienhechor brindando enseñanza a una generación de jóvenes rusos, transmitiéndoles, como buenos maestros, sapiencias y valores mientras trataban de subsistir precariamente como organización de hecho. Es que ellos mismos admitían que podían destruir su cuerpo, pero nunca a las hifas de la voluntad moral, porque se sentían protegidos por el Espíritu Divino. Espíritu que a la vez protegía a sus soldados en desgracia para que no desaparezcan y sigan luchando por el esclarecimiento y la verdad. Porque la simiente del mal, no puede vencer al árbol que da frutos convenientes. Pues de esos frutos saldrán las semillas que harán que se reproduzcan y multipliquen. De la misma forma volverán a reproducirse estos jesuitas heroicos y ocuparán en el futuro el lugar que se merecen en el mundo de la fe.

Con igual mística de fe, se juramentaron estos patriotas y acordaron embarcarse hacia la América para liberarla de yugo español. La ciudad de cuarenta mil habitantes permanecía serena en la quietud de la noche, contrariamente a lo que sucedía durante las horas del día, donde el bullicio de la gente en las calles se mezclaba con las pasiones de los hombres dedicados a la política, tratando de darle orientación a la forma de gobierno que debía implementarse, luego de los sucesos de mayo del año antepasado.

Del George Canning bajaron trayendo en sus espíritus la loca aventura de lo incierto, pero en el ánimo de cada uno anidaba la esperanza de poner en práctica la nueva concepción democrática y republicana contra el ruin concepto del absolutismo español, sostenedores de que el Estado y los reyes eran un solo ente por la gracia de Dios.

Ese puñado de hombres se unieron por un objetivo común: liberar Sudamérica y lo consiguieron. No fue fácil la empresa, inclusive, entre ellos hubo discusiones, peleas, enfrenamientos y hasta renunciamientos, pero todos estos encontronazos lo dejaron a un lado en pos de batir mancomunadamente al enemigo, consensuando y aplicando de alguna manera el sentido común. 

Comparativamente, y retrotrayendo las luchas pasadas de nuestros patriotas de ayer, en la Argentina de hoy se lucha contra un enemigo biológico, el Covid-19, que mata indiscriminadamente.  Y ante el solapado ataque viral, el pueblo argentino observó con beneplácito como la clase política se unía para repeler al invasor. Unidad que duró un suspiro nomás, porque en el presente ese ideal de comunión se resquebrajó por las pasiones de hombres políticos que se volvieron enemigos por cuestiones de poder. Ante tal situación, solo nos queda rogar que se miren al espejo de nuestros patriotas de ayer, y reencuentren cordura y sentido común.

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