2020-10-21

Bergoglio, el cura jesuita

Hay argentinos no despojados de cierto fanatismo que están embroncados con el papa Francisco porque no viene a la Argentina. Otros directamente desean que no venga. Son los que habitan de uno u otro lado de la tremenda grieta que los separa, aunque convengamos, los de uno y otro lado cuando pasó el impacto de su elección fueron a saludarlos y recibir sus bendiciones, pero siempre portando sentimientos divisorios de amigos y enemigos, no adversarios, enemigos al que no hay que perdonar.  Sin embargo, moralmente, perdonar es liberarse del resentimiento contra algún ofensor y renunciar a la indignación que provoca la ofensa. Para los cristianos, es la libertad de espíritu que otorga la caridad y esto no invalida la aplicación de justicia al ofensor.
En este aserto, debemos tener presente que el Supremo no perdona a los que cometen pecado con malicia y se niegan a reconocer su falta, o posan indiferentes ante el daño cometido. Estos son los soberbios de soberbia, los que jamás hacen autocrítica, ningún mea culpa y pasan por el mundo insensibles como si fueran los dueños de la verdad absoluta e irrebatible. Y los otros son sus débiles opositores. Pero también saben de su debilidad, cuando reconocen una instancia superior que no le podrán correrle con la vaina, ni con injurias, maledicencias ni conjuros como antes hacían con los otros, incluido en su abarcadora depredación al cura jesuita Jorge Mario Bergoglio.

¡Pero oh milagro! De repente el cura Bergoglio se transformó en el papa Francisco, causando la alegría de la grey católica esparcida por el mundo en especial en suelo argentino. Y si en el orbe celestial cantaron aleluya, algunos soberbios de mirar altivo aquí en su patria chica les causó estupor, después indignación, luego improperios hasta que obligados por las circunstancias fueron a saludarlo. Y el papa Francisco, en su visión omnicomprensiva, sabe muy bien la humillación que siente en su interior el que va de suyo en sumisión, aunque soberbio no pida perdón. Porque, apóstol de Jesús, ha renunciado terrenalmente a la indignación que provoca la ofensa de seres humanos sin moral ni ética.

El papa Francisco, según su propósito, piensa venir a la Argentina en septiembre del 2021 para saludar no solo a los católicos, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad que tienen fe, y a los que no también, pues a todos los considera hijo de Dios. No vendrá a cerrar ninguna grieta, que sus autores intelectuales se unan acá, y vayan al Vaticano en son de reconciliación con la confraternidad que él predica y sin la soberbia propia de los que se creen superiores. ¿Será posible este milagro como al principio fue en el mes de marzo al inicio de la pandemia cuando el oficialismo y todo el arco opositor se unió para combatir un enemigo común: el Codevid 19? Lamentablemente duró un suspiro porque hoy, esos mismos hombres que se aunaron contra el mal están enfrentados, mientras los simples humanos contemplamos estupefactos como nuestra Argentina se degrada.

En su última encíclica “Fratelli Tutti” (Hermanos Todos) se inspira en una frase de Francisco de Asís, pero también en la noción de prójimo del filósofo existencialista cristiano Gabriel Marcel.

Es anhelo del Papa hacer renacer la unión mundial de hermandad: *He ahí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede pelear la vida aisladamente. Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante. ¡Qué importante es soñar juntos! Solos se corre el riesgo de tener espejismos, en los que ves lo que no hay; los sueños se construyen juntos. Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos*.

Para ello el Papa se apoya en el documento *Fraternidad Humana* firmado por él mismo y el Gran Imán Al Azhar en Emiratos Árabes en 2019, y citas otras fuentes de inspiración como a Martin Luther King, El Mahatma Gandi, Desmon Tutu y los referentes de otras religiones cristianas y ortodoxas.  San Francisco es el santo del amor fraterno, de la sencillez y de la alegría, que le inspiró a escribir la anterior encíclica “Laudato si”. Y lo vuelve a motivar para dedicar esta nueva encíclica de fraternidad y amistad social.
Y cierra el análisis de las cuestiones relacionadas con la fraternidad y la amistad social expresando que han estado siempre entre sus preocupaciones. Explica: Durante los últimos años me he referido a ellas reiteradas veces y en diversos lugares. Quise recoger en esta encíclica muchas de esas intervenciones situándolas en un contexto más amplio de reflexión. Además, si en la redacción de la “Laudato si” tuve una fuente de inspiración en mi hermano Bartolomé, el Patriarca ortodoxo que propuso con mucha fuerza el cuidado de la creación, en este caso me sentí especialmente estimulado por el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb, con quien me encontré en Abu Dabi para recordar que Dios «ha creado todos los seres humanos iguales en los derechos, en los deberes y en la dignidad, y los ha llamado a convivir como hermanos entre ellos». 

Esta encíclica del Papa merece ser leída y analizada por todos los argentinos, sean adeptos de cualquiera de las órdenes religiosas y también por aquellos que son agnósticos, no porque sea un mensaje religioso, sino por el contenido basado en el precepto humano de la unidad para resolver los problemas del hombre como es tratar en salir de la pandemia de la mejor manera posible, y encontrar el camino de entendimiento en busca de soluciones mejoradoras en la salud, la economía y el drama de la pobreza. Porque sin la voluntad de elaborar mínimos programas en unión pensante y anteponiendo ideologías, jamás los argentinos encontraremos el camino del entendimiento.

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