2016-10-16

Nobel de Literatura

Pensaba esta semana –y lo anticipé aquí mismo el domingo pasado– que el Premio Nobel de Literatura caería encima de algún filipino desconocido, por el único mérito de que esta vez le tocaba a las Filipinas. Bueno, lo del filipino es un suponer que puede servir para escritores desconocidos de cualquier país más o menos marginal del mundo. Pero no. Se lo dieron a Bob Dylan que es como si se lo hubieran dado a Los Beatles. Un norteamericano, cantante folk, luego eléctrico y para colmo uno de los más famosos de los últimos 50 años.
A primera vista Dylan no es un escritor y por eso no tendría méritos para un premio de literatura, pero se equivocan fiero los que piensan así: basta la poesía de cualquiera de las composiciones de Dylan para darle tres premios Nobel juntos. No digo de Música o de Canto porque no hay y porque Dylan no es propiamente un cantante o un músico: es un poeta que canta como cantaban los bardos, contando historias con su voz aguda y gastada y apenas acompañado por su guitarra y su armónica. Pero Dylan es mucho más que un poeta que compone y canta canciones americanas, que para colmo son las mejores. El gran cambio social y tecnológico de fin de siglo estuvo acompañado por las letras de las canciones de Bob Dylan. Una de las más notables, The times they are a-changin inspiró a Steve Jobs, el creador de la computadora personal que cambió el futuro allá por 1983.
Bob Dylan es el icono viviente de por lo menos un par de generaciones que seguimos oyendo Blowin’ in the wind, Like a rolling stone o Mr. Tamburine man. Pero el Nobel a Dylan es mucho más que eso y ahora aclaro que no tengo ninguna intención de interpretar a la Academia Sueca, que en un escueto comunicado justificó que se lo merece por ser el “creador de nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción americana”. Pero eso no importa tanto como el cambio que significa para una institución centenaria como la Academia Sueca otorgar el Nobel de Literatura justamente a Bob Dylan.
Ya no es relevante si los que lo que ganaron antes que Dylan se lo merecían. Lo que importa es que la institución que otorga los premios Nobel se lanzó por fin a bailar con los tiempos que corren; se escapó del brete de las librerías y las empresas editoriales y al irse les pegó un sopapo tremendo. Resulta que al Nobel de Literatura hay que ir a buscarlo a Spotify o en todo caso a las disquerías y no a las librerías ni a las editoriales. Nos pasó antenoche en casa de unos amigos: buscamos uno de Dylan entre miles de cd apilados en anaqueles, pero fue imposible encontrarlo. En cambio en el teléfono apareció en medio segundo.
Dylan es un premio de literatura que no se lee sino que se oye, y lo bueno es que se lo oye a él mismo cantar sus propias canciones que son historias contadas con poesía pura. Imagínese que Gabriel García Márquez en lugar de publicar como libro Cien años de soledad lo hubiera grabado unas cuantas veces en momentos distintos de su vida y ahora en lugar de leerlo nosotros, nos lo cuenta él mismo por YouTube. O la Oda a la cebolla recitada por Pablo Neruda y no por uno, que es apenas un espectador de los milagros que hacen los artistas cuando cuentan lo que sin ellos jamás hubieran existido. Joaquín Sabina, Andrés Calamaro o El Cigala, cada uno a su modo y en su estilo son también juglares de nuestro tiempo, pero mejor parar aquí para no discutir nuestros gustos hasta el siglo que viene.
Podemos ir un poco más allá y pensar en darle el Premio Nobel de Literatura a Tim Burton o a los hermanos Etan y Joel Coen: poetas del cine que cuentas historias como hoy nos gusta que nos las cuenten. Basta con decir que hay muchos más artistas y por todos lados que se lo merecen y todos están representados por Dylan. Por eso, antes de darle el Nobel de Literatura a Woody Allen o a Joan Baez deberían cambiarle el nombre; es que la literatura ya no es lo que era. Como dice Bob Dylan: los tiempos cambian, ruedan como canto rodado y la respuesta flota en el viento.

Por Gonzalo Peltzer
gpeltzer@elterritorio.com.ar