Amor bajo el sol, bajo la luna, junto al mismo río

domingo 31 de mayo de 2020 | 3:30hs.
Amor bajo el sol, bajo la luna, junto al mismo río
Amor bajo el sol, bajo la luna, junto al mismo río

Por Esteban Abad 
Escritor


Cada vez, cada noche, cada madrugada me pregunto qué diferencia hay entre aquella muchacha tendida sobre el pasto descolorido y bajo el sol desvaído del otoño y esta otra que llega a mi habitación cuando la noche es sólo luna y la luna es casi río. Qué diferencia entre el frenético devenir de los encuentros subrepticios, furtivos, en el hotel pueblerino o en las noches en la playa de la villa de calles de arena y entre aquella pasión alienante sobre las colinas del parque paranaense, hierba sobre arena, rumor del río a la siesta o el atardecer, rumor de ciudad cercana, miedo a la presencia maternal imprevista”.
“¿Qué distingue a aquellas palmas espigadas, cómplices de las citas desafiantes en la siesta pálida, de estas palmeras, vecinas de la secular casa correntina, en cuya cercanía se desata la tormenta de tentaciones incontrolables?, ¿ Qué diferencia - alguna noche, alguna madrugada-,  establece antagonismos con  la manera de encontrarnos por primera vez con Noevia, la muchacha blanca con nombre de nube; la dueña de la voz como azucenas recién abiertas; la niña temerosa de la madre austera y severa, la que se apareció a mí una siesta paranaense en las colinas del parque, vistiendo pollera de tela escocesa, larga hasta el pie y blusa blanca almidonada; el pelo castaño recogido en dos trenzas, una a cada lado de la cabeza y para mirarme se quitó los lentes?”.
“Yo agaché la cabeza sobre el libro que leía recostado en una palmera, disimulando mis miradas acariciantes, pero Noevia atacó “¿Es usted un poeta?”, e insistió, “Si lo es, ¿podría explicarme qué es la poesía?” 
 “Cerré el libro (“¿Por quién doblan las campanas?” de Ernest Hemingway), me senté junto a ella sin responder, la garganta arenosa, los ojos rojos, la piel ardiente -No era por el sol, ese sol desvaído de otoño-, y con voz que quería ser firme pero vibrando como las alas de un colibrí; temblorosa como un colibrí apresado, le dije cual Gustavo Adolfo, “la poesía eres tú”.
 “Al mágico conjuro de esa síntesis, un roce hubo apenas de los labios y en la avidez de calma al poético y romántico pero carnal interés de la muchacha fui Neruda, Nervo, Darío, recorriendo impaciente y atrevido su piel, soslayando la ropa, salvando dificultades con magistral rapidez, escuchando el susurro que decía de madre y de miedo, de rígida y severa, y el suspiro que mezclaba un no en tono menor y un te quiero poco audible pero más que suficiente”.
“Nos confesamos que hacía varios días nos veíamos y esperábamos sin saberlo ambos, junto a las palmeras; al borde de la colina desde donde mirábamos el río, allá abajo,  mano sobre mano, con el sabor del otro cada uno en los labios, con un reguero de amor derramado sobre la gramilla amarillenta y bajo el sol desvaído del otoño…y fue otro día y otros meses. Fueron tantas las veces, que Noevia era el nombre de mi ansiedad más profunda y su voz el canto que prefería; su perfume el aroma que despertaba mis instintos, que se volcaban en ella como el agua de un cuenco en unos labios sedientos, febriles”.
“Nuestros amores se convirtieron de azorados recorridos precarios pero intensos por nuestra joven anatomía, en alucinantes melodías surgidas de la palpitación, agitación, trepidación de nuestros cuerpos desnudos, sudorosos, instrumentos magníficos que utilizamos como eximios intérpretes; perdimos el miedo a la madre severa; al ruido cercano de la ciudad; desafiamos el otoño; luego ignoramos el invierno mientras, descubríamos nuevas guaridas para nuestras urgencias, nuevos cubiles para albergar nuestra pasión”.
“Con la cálida primavera litoral, corrimos al río a bautizarnos en él en nombre de la fe que profesábamos a esta religión bipersonal y prodigiosa que nos tenía como fundadores, pastores y feligreses. Entonces conocimos la tibieza de la arena y nos calmábamos de la comunión sensual en el cauce que se entibiaba con al calor de nuestra relación”.
“Llegado el verano surgió el epílogo de la historia pues Noevia, ardor y poesía; Noevia, temor y desafío; Noevia, amor y pasión, cedió inexorablemente al influjo maternal y en los primeros días de aquél enero, fue ya nada más un recuerdo exhumado de la arena, que parecía encarnarse en la soledad de esas palmeras, iguales a éstas, más al norte, a orillas del mismo río, ahora visto desde la ventana del hotel, en madrugadas de luna fulgurante, mientras te espero, Silvia”. 
Y llegarás “cuando la noche sea sólo luna y la luna sea casi río” y habrá poesía dicha en voz muy queda entre tus pechos dulces; pronunciada sobre tu oreja; mordida en tu cuello enloquecedor; enredada en tu pelo lacio, largo y rubio; atada a tus piernas y a tus brazos; obnubilada en tu ombligo; derramada desde tu vientre hasta tu alma, inyectada en embates colosales”
 “Cuando la batalla finalice y la tregua entre ambos nos devuelva la quietud y la capacidad de discernir, de pensar, de analizar, pueda tal vez llegar a comprender que ayer  en casa de tu madre, no preguntaste si era poeta, ni estabas reclinada en la hierba otoñal macilenta, ni tu pollera cubría tus tobillos ni lucías almidonada blusa blanca. Tu cabello flotaba con reflejos áureos a espaldas de una imagen de inocencia y picardía amalgamadas y no tuviste miedo de una mamá decididamente frustrante y limitante; ni siquiera vacilaste ante la posibilidad de que Noevia –tu madre Silvia-, sospechara el vínculo, la afinidad que nos lleva a recrear en esta pieza del hotel, a orillas del mismo río, parecidas escenas a las de aquel parque; éstas bajo la luna, aquellas bajo el sol”.