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8 de agosto de 2018

domingo 12 de agosto de 2018 | 6:00hs.
8 de agosto de 2018
Gonzalo Peltzer

Por Gonzalo Peltzer gpeltzer@elterritorio.com.ar

Me propuse intentar explicar lo que pasó esta semana en la Argentina. Se entiende que es con mis propias explicaderas, así que usted valorará si lo logro o si me quedo en el camino.
El miércoles 8 el Senado de la Nación votó en contra del proyecto de ley de interrupción voluntaria del embarazo que había recibido media sanción en la Cámara de Diputados. Como consecuencia, el aborto voluntario sigue siendo ilegal en la Argentina: no se puede interrumpir un embarazo porque la ley (también la Constitución y pactos internacionales con rango constitucional) considera que desde el mismo momento de la concepción hay una criatura humana y es delito terminar con la vida de cualquier persona.
Es cierto que ya hay unos atenuantes en la legislación, como el caso de violación o malformaciones, pero esos mismos atenuantes son un búmeran en la cara de los que los esgrimen como argumentos positivos para atenuar la dureza de la ley que prohibe matar a los más débiles. Para ellos –y para la ley– mientras están en el seno materno son personas las concebidas en un acto sexual consentido y no lo son las concebidas con violencia o las que tiene malformaciones.
Como para calmar a los partidarios del aborto, el jueves anticipó el Ministro Jefe de Gabinete que se va a contemplar la despenalización del aborto en la próxima reforma del Código Penal. OK, pero el Código Penal es una ley que deberá sancionar también el Congreso de la Nación. Y de paso hay que aclarar que no es lo mismo la despenalización que la desmedida pretensión del aborto libre, seguro y gratuito del proyecto que rechazó el Senado.
Hoy el Código Penal establece penas para las madres que abortan y sanciona también, pero con bastante más dureza, a los que hacen un negocio del aborto. A pesar de esas penas, en estos meses de discusión muchas mujeres confesaron –públicamente y sin dramas– sus abortos para argumentar tanto a favor como en contra de la legalización. Es que de hecho, y hace ya muchos años, no hay condenas para las mujeres que abortan y sí las hay para los que practican abortos.
Se puede despenalizar un acto sin que deje de ser ilegal porque son dos conductas distintas con consecuencias también distintas. Una cosa es que sea ilegal y otra que tenga o no tenga consecuencias penales. El homicidio en defensa propia es el típico caso de un acto ilegal no punible y también lo es hoy en día el aborto respecto de la madre, ya que la costumbre (no la ley) lo ha convertido en no punible. Y el Código Penal podría despenalizar a las madres que abortan, convirtiendo en ley esa costumbre. Abortar seguiría siendo ilegal, pero sin consecuencias penales para la mujer que aborta; solo las sufrirían los que practican los abortos.
Hay que agradecer a estas discusiones el cambio radical de los que ejercían su antiabortismo condenando al peor de los infiernos a las mujeres que abortaban. Hoy quienes sostienen que el aborto es un drama están convencidos de que en cada caso las víctimas son dos: el hijo y la madre; y precisamente por ser una tragedia, admiten que el mismo aborto resulta una penitencia más que suficiente para la madre que lo realiza (los juristas lo llaman pena natural).
El miércoles pasado la Argentina dio al mundo una muestra cabal de humanismo generoso, altruista –y también cristiano– en medio de una corriente de egoísmo pragmático, bastante generalizada en los países que han legalizado el asesinato de los más débiles para librarse de una consecuencia molesta de sus actos. Estoy seguro de que los senadores (no los diputados, pero fue el Congreso al fin y al cabo) expresaron cabalmente el sentir de la mayoría silenciosa de los argentinos, pero también creo que es una tragedia que lleguemos a dirimir en una votación si matamos o no a nuestros semejantes más indefensos. Ojalá el 8 de agosto de 2018 sea la fecha del inicio de una corriente de aire fresco que se oponga al sobrecargado egoísmo que se adueñó en los últimos años de la opinión pública en casi todo el mundo.
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