Cómo pasar en grande el carnaval

domingo 10 de febrero de 2019 | 5:00hs.
Gonzalo Peltzer

Por Gonzalo Peltzer gpeltzer@elterritorio.com.ar

Carnaval, lo que se dice Carnaval, el de Río de Janeiro. Bueno, también están el de Venecia, el de Nueva Orleáns y el de Oruro, en Bolivia. Los demás carnavales alrededor del mundo son copia de estos cuatro. Quizá me estoy olvidando de alguno, así que póngale cinco, o seis, o siete… me da lo mismo para lo que quiero decir, por enésima vez, sobre nuestro carnaval desparramado. Nada que no haya dicho otros años y que el paso del tiempo no ha hecho más que confirmar.
En casi toda la Argentina imitamos el carnaval de Río de Janeiro y solo en algunos lugares de Jujuy y de Salta se parece más al de Oruro. Gracias a la magia de internet usted puede googlear cualquiera de estos carnavales y verlos casi como si estuviera allí; comprobará que son originales y diferentes entre sí, pero todos participan de la esencia del carnaval: cuatro días de jolgorio y un final abrupto a medianoche del martes que antecede al miércoles de ceniza.
Este año el miércoles de ceniza cae el 6 de marzo: tarde porque la primera luna llena de otoño toca el 19 de abril, como siempre en plena semana santa. Esa luna es la que rige el calendario lunar de los cristianos y es la razón por la que todos los años cambian de fecha tanto la semana santa como el miércoles de ceniza y el carnaval que lo precede. Por las dudas no lo sepa, o no lo recuerde, el carnaval y su locura nacieron del desquite con excesos antes de entrar en el túnel de la cuaresma, que durante siglos fueron 40 días de penitencia con la finalidad de prepararse para revivir la pasión, la muerte y la resurrección de Jesucristo. Sería algo así como el ramadán que todavía viven los musulmanes y que en el cristianismo se ha mitigado gracias a la evolución hacia tiempos mejores, por entender que vale más el ayuno del corazón que el de las tripas. Lo curioso es que a medida que disminuyeron las exigencias que lo provocaban, aumentó el jolgorio del carnaval.
El lunes y martes de carnaval fueron feriados en la Argentina desde el año 1956. Dejaron de serlo en 1977 por un decreto del gobierno de facto de Videla de junio 1976, que suprimió  una cantidad de feriados religiosos y además se ensañó con el carnaval. A partir de 2011, y por un decreto de Cristina Fernández de Kirchner, volvieron los feriados del lunes y el martes de carnaval gracias a la nueva política de feriados largos para promover el turismo. Pero esos 34 largos años sin feriados nos extraviaron en el calendario y el carnaval se desparramó desde que apagamos los arbolitos de navidad hasta que sacamos el primer suéter del ropero.
Resulta que tanto imitamos el carnaval de Río de Janeiro que además se nos ocurrió copiar su sambódromo y lo instalamos hasta en el último pueblo con un par de murgas. Los corsódromos resultaron una solución al carnaval desparramado, porque si hay corsos durante una cuarta parte del año, no hay quien pueda vivir con las calles cortadas, el barullo y la fiesta, por gastada que se vuelva después de meses de samba a marcha martillo. Los corsódromos encapsularon en el espacio el carnaval desparramado en el tiempo y también enfrascaron la locura; pero resultaron otra mala copia que conspiró contra la esencia del carnaval: los cuatro días locos son para todo el mundo y no solo para los divertidos que se la pasan bailando. El carnaval de verdad debe revolucionar a todos, trastocar las jerarquías e instalarse en los mismos lugares que transitamos ocupados en nuestras cosas el resto del año.
Cuando los que ahora somos grandes éramos chicos gastábamos el carnaval persiguiendo a las chicas con bombitas de agua para empaparlas, y ellas salían en bandas para hacer lo mismo con nosotros. En los clubes había bailes y en las avenidas corsos, pero solo esos cuatro días, ni uno más ni uno menos. Y todos lo pasábamos en grande.