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Tocar fondo: La comunicación como ansiolítico ante la crisis

domingo 20 de mayo de 2018 | 5:00hs.
Tocar fondo: La comunicación como ansiolítico ante la crisis
“Los ansiolíticos comunicacionales no alcanzan cuando es la política la que produce angustias”, afirmó Rosso.
“Los ansiolíticos comunicacionales no alcanzan cuando es la política la que produce angustias”, afirmó Rosso.
La crisis financiera en el país dejó al desnudo no sólo que no había un plan B, sino que además nunca se advirtió a los argentinos con antelación que se recurriría a la asistencia del Fondo Monetario Internacional como último recurso. 
Es que semanas antes, los máximos referentes del Gobierno aseguraban que todo había pasado. Días después, el propio presidente Mauricio Macri decía que no quedaba otro camino que pedirle auxilio al FMI. Tal determinación no sólo tiene ya un claro efecto político, sino que además actuó como un dominó al desmoronarse las piezas que hasta ese momento desde Cambiemos intentaban mostrar solidez. 
Pero la realidad siempre supera al relato, como tanto cuestionaron a la administración anterior. A su vez, los asesores de comunicación de Cambiemos se llamaron a silencio, porque se dieron cuenta de que ningún súper tuitero podría explicar lo que debería haberse debatido e informado con prudencia a la ciudadanía en los espacios formales de comunicación. Se habló del hartazgo de las recomendaciones del ecuatoriano de no informar a la ciudadanía.
De eso y más se ocupa en este artículo de manera profunda el periodista y sociólogo Daniel Rosso, en el marco de este informe sobre la crisis financiera, económica y también de comunicación.

La crítica interna
Junto a la crisis, sin gradualismo, a toda velocidad, nació un relato crítico del relato gubernamental en el mismo territorio del oficialismo y sus aliados, comienza Rosso y despliega toda su pluma sobre lo que sucedió y sucede con Cambiemos.
“Estoy harta de Durán Barba. Cambiemos ganó para explicar a la sociedad las decisiones que se toman como gobierno, no para decir que está todo lindo”, explotó Elisa Carrió. 
“Hagan algo. Marcos Peña que habla y dice que está todo bien. Mentira no está todo bien, mentira. Digan la verdad”, sentenció Mirtha Legrand. 
“El acuerdo con el FMI es la peor decisión. Creo que se trata de un grupo de burócratas que no acertaron nunca en las soluciones  económicas para la Argentina y que les importa un carajo lo que pasa con la democracia y los sectores más vulnerables de la Argentina”, afirmó Alfredo Leuco. 
Son sólo unos pocos ejemplos. 
Un gobierno que tercerizó su comunicación pública en el sistema de medios hegemónicos y en un grupo estridente de figuras con discursos “verdaderos” se encuentra, sorpresivamente, con que esas voces se desenganchan y comienzan a emitir un relato crítico del relato. 
Entonces, la maquinaria sincronizada de emisión y confirmación de “verdades” –gobierno y grandes medios– se desordena e, incluso, cambia su lógica de funcionamiento: de integrar el dispositivo de denuncia del exceso kirchnerista pasa a dirigir sus críticas hacia la administración que contribuyeron a consolidar. 
El brazo mediático del oficialismo se tensa, se da vuelta, mira fijamente a sus socios, les declara su decepción y comienza a dispararles sus municiones de palabras indignadas.
No fue amor: sólo un acuerdo económico y cultural que no incluía perder sus propias legitimidades. 
Allí donde las mayorías comienzan a mostrar su hartazgo, los grandes medios abandonan a quienes producen ese hartazgo. Los discursos mediáticos no suelen acompañar a los relatos políticos cuando éstos se deterioran o desordenan: ayudan a que se constituyan y consoliden, pero raramente los salvan de sus debacles.
Carrió descarriada
El discurso de Elisa Carrió, la gran maquinaria de judicialización de la oposición, se mueve hoy sin dirección, en zig-zag, descarriado, desenfocado del kirchnerismo.
Lo sabemos: ese discurso es inescindible de la operación insistente sobre el cuerpo rebelde del populismo. Abandonado al vacío, sin la referencia a una Cristina autoinvisibilizada, se desborda y se desliza hacia modos violentos muy poco republicanos. 
En pocos días dio el aval para “matar” a Jaime Durán Barba, acusó de hijos de puta a dirigentes de la Unión Industrial Argentina y se atascó en una confusa denuncia sobre un supuesto golpe cambiario. 
El discurso descarriado de Carrió es el estado superior de la pospolítica: allí donde ya no está en primer plano el kirchnerismo lo único disponible son la violencia y los insultos. 
La judicialización es la última –o única– instancia de relación con la oposición anti neoliberal en la que se mantiene la apariencia institucional. Más allá de ella, se corre el riesgo de que desaparezcan hasta las apariencias. 
La gestión de la comunicación a través de las denuncias, las estigmatizaciones y la movilización de estados anímicos es suplantada, en la crisis, por la desorganización de esa estrategia. No hay una nueva estrategia: lo que aparece es el estallido de la existente.
El lanzamiento de la campaña audiovisual de 26 spots para mostrar las obras realizadas por el gobierno, anunciada en la primera semana de mayo, fue un intento de profundizar la tercerización de la comunicación: en ellos la palabra es ficcionalmente entregada a los ciudadanos.
 La campaña, según el oficialismo, fue realizada con videos que los argentinos subieron espontáneamente a las redes. El gobierno no tiene nada para decir. Habla directamente la sociedad. 
Es la representación de la máxima utopía pospolítica: el oficialismo hace y la sociedad habla. 
En esa dinámica, el gobierno renuncia a la palabra -porque es pura acción- y los ciudadanos abandonan las denuncias para relatar las obras que les mejoran sus vidas. Es la superación final de la separación histórica entre políticos emisores y habitantes receptores. La pura acción televisiva -en vivo- es reforzada con el tiempo continuo: eso que vemos “está pasando”. 

De política a la psicología social
Pero, en una muestra extrema de las contradicciones entre política y comunicación, el gobierno construye esa ficción publicitaria a través de la que le traslada el uso de la palabra a la ciudadanía al mismo tiempo que le transfiere aumentos siderales en tarifas y precios. 
Es decir: el oficialismo terceriza ficcionalmente la palabra para que la sociedad hable de sus obras mientras esa misma sociedad, irritada, recibe los aumentos tarifarios, es testigo de los aumentos del dólar y del acuerdo con el FMI sin explicaciones convincentes.
Se trata de una crisis que se atraviesa con discursos contradictorios o con una estrategia desordenada.  
Es esta contradicción, este funcionamiento disociado entre política y comunicación, lo que comienzan a cuestionar algunos sectores del gobierno y de los periodistas tercerizados.  
A ello se agrega el modo de vincular lo público con lo privado de la comunicación gubernamental. 
En la modernidad, lo público fue el lugar de la argumentación racional; lo privado, la esfera de las emociones y los estados anímicos. 
Esa rígida separación fue cediendo con el tiempo y las esferas públicas fueron alojando épicas emotivas, prolongadas y de alta intensidad. Siguiendo esta última tendencia, los gurúes nacionales e internacionales del oficialismo hacen circular públicamente algunos argumentos racionales –dirigidos a estigmatizar el pasado y a construirlo como fuente de todos los males– y muchas referencias a estados anímicos, emociones, optimismo e historias personales. Pero lo hacen de un modo específico: disociando ambos niveles, de tal modo que los mundos emocionales promovidos no aparecen articulados a sus políticas sino distanciados de ellas, incluso enfrentados, como si las emociones fueran una esfera escindida de sus prácticas de gestión concretas.
Así, han reproducido –ahora en el interior de la esfera pública- la separación tajante entre decisiones políticas y gestión de los estados anímicos. 
De allí que, durante algún tiempo, lograron edificar un mundo cotidiano de optimismo y expectativas positivas mientras aplicaban políticas que conducían silenciosamente al ajuste y la exclusión. 
Es esta separación entre gestión pública de los sentimientos y despliegue silencioso de políticas regresivas lo que estalló con la  crisis.

Felicidad artificial
En síntesis: lo que hoy está expuesta a la crítica es una política de comunicación disociada de las iniciativas reales ejecutadas por el oficialismo, que creó optimismo y estados de felicidad artificiales que sólo podían durar mientras no aparecieran los efectos de su gestión regresiva. 
Con matices, es lo que afirmó Melconian: “Boludeaste dos años con las buenas ondas y ahora vas a recoger inflación”.
Debido a esta lógica, tanto el Presidente como su jefe de Gabinete tienden a aparecer como operadores emocionales: distribuyendo optimismo, tranquilidad o confianza. 
Esta gestión de los estados anímicos se profundiza en una coyuntura en la que la política económica pasó a ser administrada por el Fondo Monetario Internacional. El macrismo se desplaza, de este modo, desde la política a la psicología social.
A través de esa disociación entre gestión regresiva y comunicación optimista se crean burbujas de expectativas, que al romperse producen grados crecientes de decepción. Es esa ruptura entre comunicación y política la que genera el pasaje automático y vertiginoso desde la producción comunicacional del buen humor a la generación política del malestar. 
Los ansiolíticos comunicacionales no alcanzan cuando es la política la que produce intranquilidades y angustias. 
En el camino, han logrado desordenar las estructuras psíquicas de sus propios operadores mediáticos: Mirtha Legrand, por ejemplo, ha confesado que nunca toma tranquilizantes, pero que ahora tuvo que recurrir a una pastilla para su sistema nervioso alterado.

Comunicación versus política
Quizás haya un mensaje misterioso en aquellos que se van.
Emilio Monzó anunció recientemente que no renovará su banca y que, por lo tanto, dejará la presidencia de la Cámara de Diputados de la Nación; y Jaime Durán Barba acaba de viajar a México donde estará un tiempo trabajando. 
El primero es uno de los que ha insistido en acumular fuerzas y alianzas para aumentar la sustentabilidad política del gobierno. El segundo defendió siempre lo contrario: mantener la nitidez de la propuesta y la identidad gubernamental, proteger su novedad y dotarla de apoyo directo de la opinión pública, aún a costa de no ampliar el campo de alianzas gubernamentales. Es el debate entre dos estilos: el que privilegia a la opinión pública y el que continúa dándole relevancia a la amplitud de la sustentabilidad política.
Sin embargo, el acuerdo con el FMI es el colapso de la estrategia comunicacional de Durán Barba: para conservar su nitidez aconsejó al gobierno mantenerse distante de los actores políticos con “mala imagen”, pero termina asociado al FMI, la marca pública que sintetiza la historia de las desgracias argentinas. 
Huyendo de las malas imágenes, el macrismo terminó asociado a la peor de ellas.
Es sobre la crisis que Macri decide reincorporar a Monzó y sumar a Frigerio a la mesa de decisiones: quizás una señal de que ha percibido que el modelo sostenido en la política escindida de la comunicación lo conduce al precipicio. 
En el diseño gubernamental, la comunicación busca su alianza natural con la opinión pública y para lograrla debe diferenciarse de otros actores -kirchnerismo, populismo o peronismo- que le sirven como contraste. 
Es manteniendo esa distancia que adquiere sustentabilidad en la opinión pública. Para que haya nitidez del oficialismo debe haber nitidez de la oposición. 
Entonces, el primer problema de Cambiemos es la intermitencia de Cristina: cuando ella desaparece se evapora la fuente de contraste del gobierno. Hay un segundo problema: para la actual administración la comunicación es, en buena medida, exterior a sus políticas. 
Entonces, mientras estas últimas no despliegan sus efectos destructivos sobre las mayorías sociales, la comunicación logra cumplir con su rol de movilización de estados de ánimo optimistas. 
Pero cuando se producen tarifazos, disparadas del dólar, inflación creciente y acuerdo con el FMI, la política gubernamental se expresa en paralelo y en oposición al relato comunicacional del gobierno. 
En esos casos, Christine es más nítida que Cristina. Quizás por ello, sobre el pico de la crisis, se vuelve a procesar a la ex presidenta. Es el intento de que Cristina sea más nítida que Christine. 
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