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Milagro de Viernes Santo

domingo 11 de octubre de 2020 | 6:30hs.
Milagro de Viernes Santo

Juan Marcelo Rodríguez

La tarde calurosa y húmeda invitaba a un chapuzón, pero por orden de mi madre los niños debíamos guardar silencio en la chacra. Continuas muecas entre mis 4 primos quebraban la solemnidad del Viernes Santo y breves carcajadas estremecían la pequeña habitación lindante al gallinero.

—¡Quédense quieto ya! —exclamó nerviosa mi abuela, rosario en mano y vestida con extraños atuendos oscuros, similares al de las monjas que visitaban todos los veranos la Capilla San Vladimiro. Para quienes cargábamos tanta energía en años de inocencia la calma terrenal de ese día de respeto era muy difícil de sobrellevar, pues no había juegos, tarefa, escuela ni comida en abundancia, y todo se resumía en dos palabras que expresaba mi tía bajo intensa lectura bíblica: ayuno y abstinencia, términos cuyos significados recién descubrimos en años de madurez.

Pasado el mediodía el aroma de un pescado en cocción en el horno de barro nos devolvió el ánimo y nuestras narices agitadas llenaban los pulmones del exquisito manjar cual previa de un inolvidable banquete, pero toda ilusión de gula se desvanecía a la hora del almuerzo cuando las pequeñas raciones, sin pan casero, eran servidas en la mesa familiar, donde con cierto disgusto volvíamos a escuchar esas dos palabras raras en la boca de mi tía que mirándonos en círculo y repitiendo lentamente decía “ayuno y abstinencia”

—¡Vuelvan al fondo y duerman una buena siesta! —sentenció mi madre mientras se dirigía al aljibe con dos baldes a sacar agua para lavar los platos.

La ardiente siesta incendiaba nuestros pequeños cuerpos y el colchón de chala no tenía oficio de bombero ni era un buen refugio para aliviar tanto fuego, y fue en ese preciso momento, casi en simultáneo, que la idea surgió.

—¿Y si nos escapamos mientras duermen? —dijo mi primo Alejo, mientras las miradas y sonrisas cómplices aprobaban la moción por unanimidad.

De a uno fuimos saltando por la ventana y cual yaguaretés, en silencio y agazapados, entramos al yerbal camino al arroyo Chimiray. Bajo las sombras de mangos centenarios el sol fue testigo de nuestras corridas y caídas libres en las refrescantes aguas, que bajaban turbias debido a las intensas lluvias que se precipitaban en la Serranía Central, peligro imperceptible para una edad donde la prioridad del juego y la travesura desafiaban cualquier temor, inclusive al mismísimo Yasí Yateré. Y fue con este ímpetu que mis primos Waldemar y Ari nadaron hacia aguas profundas, y en cuestión de segundos, fueron arrastrados por un gran remolino. Nuestros corazones se aceleraron, una inyección de nervios produjo adrenalina al por mayor y en una explosión de angustia nuestras gargantas vibraron con potencia implorando auxilio. Con las esperanzas agotadas solo lográbamos divisar las manos de quienes ya, por más de 50 segundos sumergidos, peleaban por sus vidas.

Fue entonces cuando de repente, corriendo desde el yerbal y como un clavadista olímpico, el Tío Peter se arrojó al arroyo y tomando a mis primos, ya en las profundidades, pudo llevarlos a la orilla y devolverles el aliento.

—¡Ahora van a ver ustedes! —exclamó mi madre enojada minutos después del rescate mientras cortaba unas varas de durazno para penar nuestras culpas y la desobediencia.

—¡Eso porque no hicieron ayuno y abstinencia “che”! —murmuró mi tía.

Pero mi abuela, mirando al cielo con las manos extendidas, oró diciendo:

—¡Gracias Señor por este Milagro de Viernes Santo!

Desde aquel acontecimiento, los primos nos juntamos en familia para celebrar con mucha alegría y devoción las Pascuas de Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, quien con amor inmensurable, se entregó por nosotros y venció a la muerte y al pecado, pero también le devolvió la vida a mis dos primos. Waldemar es hoy padre de nueve hijos, y Ari es padre de siete retoños. Ambos rememoran esta historia en Semana Santa todos los años y agradecen al Altísimo por su misericordia, experiencia de vida que la abuela sintetizara con sabias palabras en su oración: un verdadero “Milagro de Viernes Santo’

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