Informe de domingo: Las costumbres funerarias en la cultura de las misiones jesuíticas

Domingo 9 de julio de 2017 | 12:15hs.
Trinidad es una misión inmensa y bien conservada

La cultura que nació del encuentro de guaraníes y jesuitas que vivieron hace 400 años en lo que hoy es la provincia de Misiones -como también en Brasil y Paraguay- es una fuente inagotable de conocimientos que sigue siendo noticia con cada investigación histórica encaminada a conocer un poco más de esa experiencia vivida muros adentro de las reducciones jesuíticas.

 

“La obra que lograron crear los padres jesuitas y los guaraníes durante los 157 años en que estuvieron juntos, antes de la expulsión de la Compañía de Jesús,  fue tan rica que, luego de cuatro siglos de esa vivencia, nos seguimos emocionando ante semejante emprendimiento, donde cada acción tenía un sentido porque todo allí fue parte de un sistema bien programado”, explicó el cineasta Sergio Raczko, dedicado desde hace 30 años a la producción de documentales sobre las misiones jesuíticas.

 

Raczko es un periodista y cineasta que  trabaja junto al padre Ignacio García Matta en el estudio de video Roque González de Santa Cruz, que funciona en el Colegio del  Salvador en el barrio porteño de Balvanera.

 

El Territorio dialogó con Raczko para averiguar el destino de los restos mortales de los sacerdotes jesuitas que fundaron y vivieron en algunos de los 30 pueblos creados en el norte de Argentina, Paraguay y sur de Brasil.

 

La entrevista  se realizó luego de la inauguración de la exposición La Compañía de Jesús en las misiones jesuíticas, en el Pabellón de las Bellas Artes de la Universidad Católica Argentina (UCA), donde se muestran dos documentales realizados por Raczko bajo el título de Paraquaria.

 

“Se sabe bastante. Comprobado casi nada. Es parte de la leyenda”, expresó Raczko al ser consultado sobre hasta dónde llega el conocimiento referido al destino final de los restos mortales de los sacerdotes jesuitas que fundaron los 30 pueblos de ‘Paraquaria’, que es el nombre en latín con el que se denominaba a la Provincia Jesuítica del Paraguay.

 

El documentalista especializado en esta cultura explicó que “el deseo de los sacerdotes jesuitas era que sus restos fueran sepultados en los propios pueblos que fundaron. Así, por ejemplo, sucedió con Antonio Ruiz de Montoya, que murió en Lima en el año 1652 y cuyos restos fueron traídos hasta Loreto por parte de los propios guaraníes”.

 

Según explicó Raczko, “el pueblo de Loreto  fue hasta Lima a buscar los restos de Antonio Ruiz de Montoya y volvieron en procesión, rindiéndole homenaje en cada uno de los pueblos, hasta depositarlos en el templo de esa misión en un lugar cercano a la sacristía. Pero luego ese sector fue remodelado por problemas de desmoronamiento y la zona de la sacristía fue achicada”.

 

“No permitan que mis huesos queden entre españoles, aunque muera entre ellos, procuren que vayan donde están los indios, mis queridos hijos, que allí donde trabajaron y se molieron han de descansar” fue el pedido de este sacerdote jesuita  que falleció a los 67 años en su ciudad natal y cuyos  restos, según Raczko, descansan bajo lo que fue el templo de Nuestra Señora de Loreto en la provincia de Misiones, en coincidencia con lo que había solicitado en vida.

 

Aunque también hay otros historiadores que señalan que los restos de Ruiz de Montoya  están en la Iglesia San Pedro de la capital peruana.

 

Seguidamente, Raczko señaló que en Concepción de la Sierra están los restos de los tres mártires: San Roque González de Santa Cruz,  Juan del Castillo y Alfonso Rodríguez. Fueron traídos hasta allí después de que los mataran en Caaró (Brasil) a manos del cacique Ñezú.

 

El padre Juan Romero fue a buscar los cuerpos de estos tres mártires, que hay que destacar que eran restos prácticamente desintegrados porque fueron quemados, pero no obstante fueron traídos a la misión de Concepción de la Sierra. En ese lugar, hay una lápida que advierte que allí descansan parte de los restos de estos tres jesuitas.

 

Luego destacó que “se trata de los primeros mártires de las misiones jesuíticas. Roque González, de 52 años, y su compañero Alfonso Rodríguez murieron en la reducción de Todos los Santos del Caaró, el 15 de noviembre de 1658, y Juan del Castillo, dos días después en el pueblo de Asunción de Ijuhí. Los tres mártires fueron canonizados en 1988 por Juan Pablo II durante su visita apostólica al Paraguay.”

 

 “En San Ignacio yacen los restos de Simón Maceta y José Cataldino. Sus lapidas están detrás de unas rejas dentro de lo que fue la zona del templo”, señaló el investigador. Así también destacó que “esta reducción jesuítica fue fundada en el año 1610 en el Guayrá por los sacerdotes Cataldino y Maceta y se la denominó San Ignacio Miní para distinguirla de la de San Ignacio Guazú, fundada con anterioridad”.

 

En cuanto al jesuita Antonio Sepp, que fue un  niño cantor de Viena que luego se hizo sacerdote y desarrolló una profunda tarea evangelizadora en las misiones, según Raczko, sus restos están en la capilla del Instituto Gentilini, donde hay una urna que lo identifica.

 

“Antonio Sepp falleció el 13 de enero de 1733, en la reducción de San José, rodeado de cariño y admiración. Tenía 77 años, 42 de los cuales pasó como misionero entre los guaraníes”, agregó el entrevistado.

 

El ritual de la muerte
Según coincidieron los investigadores, “cuando fallecía un indígena, su cuerpo desnudo era envuelto con un lienzo de algodón blanco de doce metros de largo, de modo que ninguna parte de su cuerpo quedara al descubierto. Luego era colocado en un féretro de uso comunitario que normalmente se depositaba en la iglesia y servía únicamente para el ritual fúnebre. Por la mañana, al terminar la misa, o por la tarde, después del rosario, el ataúd, cubierto con un paño negro, era conducido desde su casa por sus parientes y amigos hasta el frente del pórtico principal del templo, donde los músicos esperaban el cortejo. Allí salía el sacerdote, con capa negra y la cruz alta en la mano, seguido de los niños monaguillos. Mientras los músicos ejecutaban con sus instrumentos los responsos y los llantos y lamentos se hacían sentir, el cortejo entraba al templo siguiendo al sacerdote, para desde allí ingresar por una de las puertas laterales al cementerio luego de dos o tres paradas para las oraciones.

 

En ese momento, el cadáver era sacado del ataúd y puesto en una fosa. Mientras era cubierto con tierra se cantaban los oficios de sepultura, al tiempo que las mujeres traían cántaros con agua y rociaban la tierra que se arrojaba sobre el difunto, hasta formar un espeso barro. Una cruz y una pequeña lápida eran colocadas luego en el lugar, recordando el día, mes, año y nombre del difunto”.

 

“Después de la expulsión de los jesuitas aparecen otros entierros”
El fundador del Centro de Documentación de Arquitectura Latinoamericana, (Cedodal), el arquitecto Ramón Gutiérrez, dialogó con El Territorio sobre la arquitectura de las misiones jesuíticas. En ese sentido, destacó que “dentro de los templos que eran parte de las construcciones de todas las misiones jesuíticas, había osarios, que eran lugares subterráneos que estaban preparados para sitio de entierro de los religiosos y sabemos que muchos de ellos fueron sepultados allí”.

 

Seguidamente, explicó que en las misiones jesuíticas también  había cementerios y dijo que “esta cuestión es muy importante porque empezaron a usarse acá antes que en España. El rey de España recién obligó a crear cementerios a partir de 1778, cuando los jesuitas ya habían sido expulsados de esta parte de América”.

 

El arquitecto Gutiérrez destacó que “los reyes europeos empezaron a ordenar la construcción de cementerios  a raíz de la cantidad de entierros que empezaron a haber en las iglesias que trajeron consigo fuertes epidemias”. Resaltó que “también hay que tener en cuenta que algunas de las iglesias en sus comienzos tenían pisos de tierra por lo que los entierros en esos sitios eran muy permeables al contagio de diversas enfermedades”.

 

Además, el fundador del Cedodal explicó que la costumbre de esa época era que los religiosos fueran inhumados en el interior de las iglesias, en fosas acondicionadas frente al altar o en criptas y que el resto del pueblo de las misiones era sepultado en los cementerios.

 

Luego destacó que “hay dibujos y material que sugiere que esos cementerios estaban divididos en sectores  separados para hombres, mujeres, niños y niñas”.

 

Según explicó el arquitecto investigador , “después de la expulsión de los jesuitas aparecen otros tipos de entierros dentro de las iglesias. Por ejemplo, en la iglesia de Trinidad en Paraguay, han aparecido algunas lápidas de caciques, es decir, que en el período posjesuítico se autorizó el entierro de jefes guaraníes dentro de la nave de los templos”.