Los fantasmas de un hotel top en ruinas

Lunes 25 de julio de 2016 | 05:00hs.
El cuarto más intrigante del Gran Viena Hotel, de Miramar, provincia de Córdoba: ¿encierra el fantasma de la jefa de seguridad?

El diario Crónica publicó en su página una fotoreportaje sobre la historia del Gran Hotel Viena, de Miramar, provincia de Córdoba, que fue construido entre 1940 y 1945 por una familia alemana. Tenía los mayores lujos de la época. Una inundación de las aguas saladas de la laguna de Mar Chiquita lo destruyó. Un fotógrafo de Viva capturó en imágenes su aura de misterio.

 

Iba derecho hacia un destino, pero el misterio me hizo doblar. Pensaba ir a la laguna de Mar Chiquita, ideal para fotografiar el descanso de los flamencos, el pico aplanado de las espátulas rosadas y el despegar de las garzas, que deja en el agua una aureola. Pero no, algo me hizo desviar. Un edificio fantasma, de apariencia cuadrada y aburrida, pero de interior magnético, de pasado difuso, de belleza atrapante. Apenas entré al Gran Hotel Viena, las guías me contaron que nadie se anima a pasar la noche allí, que el sonido de la laguna cercana es lo único que se escucha y que Discovery Channel había ido a filmar allí un documental sobre actividad paranormal. Ahí me quedé, saqué la cámara y, sabiendo que le quitaba tiempo a la observación de “bichos” de la laguna, una de mis pasiones, esperando.

 

Había turistas que desafiaban el mito y se sacaban fotos tirados en la cama de “Doña Ana”, habitante de las leyendas de un lugar deshabitado desde que el agua salada de la inundación se llevó la vida del lugar.

 

Paredes descascaradas, claroscuros, un tanque de agua que parecía el atalaya, un tiempo de construcción paralelo a la Segunda Guerra Mundial y cuentos de visitas misteriosas a ese lugar inaugurado por alemanes cuando el conflicto terminó. Todo me parecía intenso. Iluminamos con linterna, no estaba preparado para retratar interiores, porque yo iba hacia la laguna.

 

Vi una proyección de fotos históricas y me sorprendió la de un hombre que leía el diario flotando horizontal sobre las aguas, tan salinas como las del Mar Muerto. Fabián Grillo, el amigo que me acompañó en el viaje, me inquietaba con sus apariciones repentinas desde las habitaciones vacías. Y el anochecer agregó la atmósfera que necesitaba para disparar mi cámara.