Las enigmáticas fotografías de Horacio Quiroga en 1903

Miércoles 7 de julio de 2010
1904. | El Imperio Jesuítico, base de la investigación del primer viaje de Quiroga.

Horacio Quiroga aprendió los secretos de la toma y el revelado fotográfico en la Escuela Politécnica a la que asistió durante su adolescencia en Salto, su ciudad natal. Esos conocimientos serían el argumento de Leopoldo Lugones para invitarlo a que lo acompañara en misión oficial a las ruinas de las reducciones jesuíticas, en junio de 1903. Ese viaje, considerado iniciático en el vínculo del cuentista con la selva, guarda aspectos pocos conocidos de su paso por Misiones.
Para esta investigación Letras consultó en la Biblioteca Popular Posadas, el ejemplar de edición princeps, en perfecto estado.

 

De Memoria a Ensayo
El Imperio Jesuítico es un ensayo histórico de 300 páginas publicado en mayo de 1904 por la Compañía Sudamericana de Billetes de Banco, en Buenos Aires. 

Un año antes, se le había encargado a Lugones, por decreto,   la redacción de una Memoria, pero los datos recogidos sobre el terreno y la bibliografía consultada ampliaron el proyecto, y como en todo ensayo concurren en el mismo, descripciones geográficas y arqueológicas, seguidas de una apreciación crítica del fenómeno jesuítico.

 

Contexto de un amistad
Según cronología de Masotta y Laforgue la relación Lugones-Quiroga databa de 1898, se visitaron en el 99. En el 1900 Quiroga viajó a París. En 1901 le dedica Arrecifes de coral y se encuentran en Montevideo. En 1903 viajan a Misiones, y al año siguiente Quiroga se insatala en el Chaco. Durante 1905 frecuenta a Lugones, quien en 1906 lo propone como profesor de Castellano y Literatura en la Escuela Normal 8.
Ese año Quiroga compraría 185 hectáreas en San Ignacio.

 

Algo más que dos fotos
“En cuanto a las ilustraciones, se excusa Lugones en la Introducción, he optado por concretarme a lo pertinente, aunque resulte de apariencia menos lúcida que esa vaga profusión, cuyo abuso constituye una enfermedad pública; pero este no es un libro de viajes ni una disertación amena.
Los dibujos y los planos que presento - entre los cuales sólo hay dos fotografías - tienden realmente el “ilustrar” el texto, sin esperar que el lector se divierta; por lo demás, los datos incluidos en él sobran hasta para guiar a los “turistas”, si su intrépida ubicuidad llega a derramarse por aquellos escombros...”

 

¿La selva o el río?
La expedición no se limitó a la parte argentina sino que abarcó las reducciones del Uruguay y el Paraguay. De los agradecimientos puede confeccionarse un mapa del recorrido seguido por Lugones, Quiroga y sus colaboradores.
Figuran el gobernador de Misiones, el Juez letrado del Territorio, el administrador de Aduana, el jefe de Policía y los comisarios Silva, Rodríguez y Verón, de San José, Apóstoles y Concepción; el Juez de Paz de San Carlos, el administrador de Apóstoles, vecinos de Concepción, Saracura, Trinidad, Santo Tomé; comerciantes de Santa María, el cónsul argentino en Encarnación, una maestra de Jesús, y los cuidadores de las ruinas de San Ignacio.
Se describen en detalle las ruinas del Norte de Corrientes, las del Sur de Misiones y las del Paraguay y con menos extensión, las de Mártires, Santa María la Mayor, San Javier y San Ignacio.

 

Por qué no San Ignacio
“De las reducciones argentinas tan maltratadas por la guerra, escribe Lugones en la página 268, apenas queda otra cosa que paredes y como resto ornamental el pórtico de San Ignacio, popularizado por la fotografía y las descripciones de viajeros. Si se quiere hallar algo menos informe, es necesario internarse al Brasil y al Paraguay realizando fastidiosos viajes en que hasta la comida puede escasear. Los puntos más cercanos son San Nicolás y Trinidad.”
Se le planteó a la expedición la disyuntiva en función de las complicaciones. Eran 70 kilómetros a lomo de caballo para llegar desde Posadas a Concepción, 60 por tierra para llegar a Trinidad, o por agua cruzando el Paraná a la altura de Corpus y de allí 15 kilómetros hasta las ruinas.
En la página 269 Lugones explica otras razones por las que excluyó San Ignacio:
“San Carlos y Apóstoles son más sencillas; San Ignacio es la más visitada, ya existen decripciones y planos de Queirel y tiene un guardián de Estado”

 

El equipo fotográfico de Quiroga
El equipo transportado por Quiroga debió incluir una cámara de madera con fuelle, porta-placas, algunas cubetas, los reveladores químicos, los negativos, y tal vez una prensa para hacer el papel, lo que constituye un sacrificado esfuerzo de desplazamiento entre la densa vegetación. Súmese además las cambiantes condiciones climáticas que alteran los químicos, y la pobreza lumínica dentro del follaje selvático que perturbaría el momento de la toma “a ojo”, sin que se contase entonces con los favores de un fotómetro.
No había emulsiones fotográficas sensibles a todos los colores y por ello, el proceso de revelado se hacía inspeccionando constantemente en la cubeta lo que iba sucediendo en la imagen sumergida. Las emulsiones ortocromáticas de principio de siglo XX no eran sensibles ni al verde ni al rojo, por ello, muchas veces las fotografías resultaban borrosas y  sólo servían como base para realizar posteriores grabados, que fue el destino que corrieron las fotos que Quiroga produjo desde la expedición.
Hacia principios de 1900 una tradición cultural postulaba más aceptable el grabado que la fotografía, probablemente por el proceso artesanal que tenía parte en su creación, y porque se apartaba de lo seriado e industrial propio de las fotos, para llegar a la imnortalidad de la imprenta.
El Imperio Jesuítico incluye dibujos de columnas, una puerta decorada (de E. Escalante) planos de las reducciones visitadas y dos fotografías de santos tallados en madera, de buena resolución. Una muestra del trabajo del primer  Quiroga.

 

La selva siempre de fondo
La captura tecnológica de la selva con el artefacto fotográfico y el descubrimiento a través del lente de la cámara de un espacio, y del tema insoslayable que poco más tarde se leería en sus relatos con profuso uso de descripciones, metáforas e imágenes visuales, ensambles atractivos se adiciona a la literatura. Con los años Quiroga retornaría a la fotografía en su casa de San Ignacio.
Aquel viaje de 1903 , con sus molestias y suplicios, quedaba grabado en la memoria del cuentista.