El mensú según un informe oficial de 1914

Domingo 6 de diciembre de 2015
Apartir de lo que se denominó el frente extractivo, (extracción de la yerba mate y la madera en el alto Paraná, principales producciones de la economía misionera de fines del siglo XIX), se montaron verdaderos monopolios industriales que concentraban esa actividad. Ese sistema se apoyaba en la explotación del peón o mensú, como se conoce a los obreros de la yerba, apelativo que deriva del término “mensual”, que definía el tiempo de contratación del peón.
En Posadas se concentraban las principales firmas industriales como así los establecimientos comerciales mayoristas y minoristas y aquellos dedicados a la navegación fluvial de personas y de carga hacia el alto Paraná y al resto de los puertos del Litoral. El territorio poseía entonces una precaria infraestructura en medios de transportes y de comunicaciones.
La madera era transportada en jangadas -balsas de troncos que recorrían las aguas río abajo-, mientras que por medio de grandes vapores, se trasladaba la yerba acopiada traída del Paraguay, Brasil y del norte misionero. Esta actividad posibilitó el establecimiento de puertos sobre las costas del Paraná. A partir de 1912, el ferrocarril constituyó una importante alternativa para la carga de los productos que tenían como destino otros puntos del país.
La mayoría de las empresas capitalistas dedicadas a estos rubros concentraban más de una actividad, como las firmas Domingo Barthez S.A., Núñez y Gibaja, Compañía Mihanovich, J.B. Mola y Cia., entre otras, constituyendo verdaderos monopolios industriales y mercantiles.
Para tener una aproximación del caudal económico de estas empresas, la firma Domingo Barthez, que dejó de operar en la década de 1930, llegó a contar con una flota de 25 buques, que sumaban en su conjunto una capacidad de carga de 5.000 toneladas.
José Elías Niklison, un agente del Departamento Nacional del Trabajo, enviado para informar sobre las condiciones laborales en Misiones, en 1914 señalaba que la “Bajada Vieja”, que enlazaba el centro de Posadas con el puerto, “se trataba de una fatigosa e interminable sucesión de construcciones de madera, mezquinas y sucias que sirven de asiento a tabernas y burdeles”. A su alrededor se movía una masa de peones, conchabadores, patrones e industriales, que pintaban un paisaje social dinámico y pintoresco.
En las riberas de Posadas se asentaban no sólo los principales negocios comerciales de la yerba, sino también los centros de conchabo de mano de obra (en su mayoría de origen criollo, brasileño y paraguayo), comitivas que reclutaban a los hombres para las actividades en el Alto Paraná. Ambos se encontraban directamente ligados a las empresas extractivas.
La relación laboral entre la empresa y el “mensú” no estaba dada por un salario fijo, sino que los peones eran contratados mediante un adelanto en dinero que inmediatamente era gastado en los negocios, bares clandestinos y burdeles del puerto, quedando atados a un sistema de endeudamiento permanente. El “mensú” debía proveerse de todo lo necesario para su estadía en el obraje, y lo hacía abasteciéndose en los comercios que les vendían los productos a precios dos o tres veces mayor al habitual. De esta manera, el poco dinero ganado por su trabajo no le alcanzaba para saldar sus compromisos monetarios, es decir, el adelanto gastado y la deuda contraída con los comerciantes.
Estos negocios por lo general eran las mismas casas de aprovisionamiento de las comitivas yerbateras y sus dueños estaban directamente vinculados a los grandes capitales industriales del sector.
Una vez llegados a los campamentos, los “mensú” eran sometidos a inhumanas condiciones de trabajo, sin límites de horas y bajo la estricta vigilancia de los patrones y capangas (término con el que se denomina a los capataces de los yerbales) que les infligían todo tipo de maltratos y abusos. Niklison en su Informe alude al exigente trabajo de los “mensú” indicando que:
“…no he encontrado un solo tarifero (sic) que después de diez años de tan bestiales tareas haya permanecido en condiciones de acometer cualquier empeño que demande el menor empleo de energías. Físicamente deformados, consumidos, lastimados, como ellos dicen con acento y miradas impregnadas de profunda tristeza, quedan reducidos, en la flor de la edad, a ruinas vivientes, a verdaderos andrajos sociales. A tal altura de la vida, al tarifero no le queda otro recurso, si no quiere mendigar el sustento o morir de hambre, que establecerse como bolichero en los centros de conchabo o enrolarse como cocinero en las cuadrillas obreras de su procedencia”.
Los escasos reglamentos que contemplaban la situación de los peones, no eran cumplidos porque no existían mecanismos administrativos locales que los pusieran en práctica y ello otorgaba libertad para que se cometieran todo tipo de excesos por parte de los contratistas y patrones.
Este sistema de extracción estaba sustentado además por un peculiar modo de apropiación de los terrenos, basado en la adquisición de grandes extensiones de tierras facilitadas por el estado a particulares con buenas relaciones con la clase dirigente local. Tal mecanismo condicionó en el futuro la oportunidad de adquisición y tenencia de la tierra a otros sectores de la población.
El saqueo sistemático en la extracción de la yerba agotó las plantaciones silvestres y derivó en su extinción, que juntamente con el desarrollo de la modalidad de cultivo, ayudaron al ocaso de este tipo de economía.


Por Alfredo Poenitz
Historiador