Comunicación y corrupción

Lunes 4 de julio de 2016
En estos días, hablar de corrupción es casi un lugar común. Pero lo que no es un lugar común es la compleja relación que tienen los medios con la corrupción.
Esta relación podría analizarse desde, por lo menos, dos puntos de vista: la corrupción en los medios de comunicación y, además, los medios como comunicadores de hechos de corrupción.
Hace años se decía que los medios eran el cuarto poder o que ser periodista era un sacerdocio y no una profesión. Sin embargo, el periodismo es una profesión que ha de realizarse basada en un código de ética claro y firme, como cualquier otro trabajo. Pero no es cualquier otro trabajo.
El periodista puede mostrar la verdad de lo que ocurre y de lo que se intenta ocultar, mediante relatos construidos con fuerza de mito. Ellos poseen un acceso privilegiado a la información “de primera mano”, ejercen la mediación con los que no tenemos- como diría el sociólogo Pierre Bourdieu-, el capital simbólico suficiente para que nos escuchen o para informarnos directamente.
Hay corrupción en los medios cuando se autoproclaman jueces y producen la sanción social, antes de que lo realicen, imperfectos y humanos, los jueces correspondientes; hay corrupción cuando se generan operaciones de prensa a favor o en contra de algún político o funcionario, cuyos intereses coinciden o no con los del medio; hay corrupción cuando no se chequean suficientemente las diversas fuentes, antes de publicar una noticia, y se limitan a comunicar lo primero que llega o lo primero que vende. Sólo buscando una primicia o un mayor rating o mejorar las ventas. Hay corrupción cuando no se permite el derecho a réplica; hay corrupción en los medios cuando comunican sobre la vida privada de las personas, sin que lo que nos cuentan, interese, en lo más mínimo, al pueblo y el único objetivo sea la morbosidad o el amarillismo.
Desde el otro punto de vista, los medios de comunicación han sido y son fundamentales para luchar contra la corrupción de políticos, de funcionarios de todo nivel, de empresarios, de las llamadas “fuerzas del orden”. Llevan a cabo, entonces, una función que no les es propia esencialmente (les correspondería a los organismos pertinentes del Estado) pero que deben salir a cumplir aun a riesgo de perder su trabajo, del exilio o de sus propias vidas. Muchos de esos casos nos son tristemente conocidos.
A los periodistas recurre el pueblo cuando no es escuchado por los gobernantes a los que votaron. Porque ellos canalizan la voz del que sufre, del que es víctima de un atropello, del que es marginado o invisibilizado. Los medios de comunicación en la Argentina han contribuido notablemente a que los propios argentinos vayamos tomando conciencia de que somos ciudadanos que pagamos nuestros impuestos y de que tenemos derecho a exigir cuentas claras a las autoridades. Transparencia, le dicen ahora. Coherencia, también, es una palabra adecuada. Coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Unidad en los principios morales, sin dobles estándares.
Los periodistas que a diario nos cuentan qué pasa a los que no sabemos, a los que no podríamos enterarnos de otro modo, luchan en su quehacer cotidiano contra la censura externa e interna, contra la mentira y la barbarie que asolan nuestra sociedad. Garantizar la libertad de expresión y el acceso a la información pública no son palabras vanas. Significa contribuir a mejorar fuertemente la vida democrática, que tanto nos cuesta mantener.

Por Patricia Nigro
Doctora en Comunicación Social