Legado de un estadista cimentado en el desarrollismo

Sábado 24 de febrero de 2018
Aupado por su enorme prestigio político y el apoyo de votos peronistas, Arturo Frondizi se impuso a Ricardo Balbín en las elecciones presidenciales del 23 de febrero de 1958. Ayer se cumplieron 60 años de ello. Asumió la Presidencia el 1 de mayo contra la opinión de un sector de las Fuerzas Armadas que no logró imponer su intención de desconocer el resultado electoral. El general Aramburu cumplió su palabra y entregó los atributos del poder, pero el acoso golpista acompañaría los cuatro años del gobierno desarrollista, hasta su derrocamiento el 29 de marzo de 1962, cuando ya daban frutos las medidas de una gestión que se propuso modernizar la Argentina. Frondizi fue encarcelado un año en la isla Martín García y luego confinado en el Sur, hasta fines de julio de 1963, en el hotel Tunquelén de Bariloche, cercano al Llao Llao, donde se había reunido, en febrero de 1960, con el presidente norteamericano Dwight Eisenhower.
La coincidencia histórica y geográfica llevó a la Legislatura de Río Negro a designar Presidente Arturo Frondizi al Circuito Chico y hoy se realizarán en esa localidad patagónica actos para recordar a la figura del estadista que el paso del tiempo eleva en la consideración de sus compatriotas.    
Es interesante preguntarse por qué el prestigio de Frondizi ha aumentado con los años. Para representar ese fenómeno, parafraseando lo que se dice de Gardel, Juan José Llach suele señalar que “Frondizi cada vez gobierna mejor”.
La explicación de este infrecuente proceso de sinceramiento colectivo con el pasado (recuperando una visión que en su momento fue muy resistida, un equipo de gobierno altamente eficaz y con una conducta ejemplar) la darán sin duda los historiadores con investigaciones que todavía son incipientes. La academia argentina estuvo muchos años divorciada de Frondizi (paradójicamente, el único presidente del siglo XX a quien se reconoce como un intelectual, además de un político) y las razones de tal desencuentro probablemente pertenezcan más al campo de la psicología que de la ideología y la mera lucha por el poder.
Observada desde el presente, la gestión de Frondizi, de la que es infaltable inspirador y coejecutor Rogelio Frigerio, puede resumirse diciendo que en base a un diagnóstico del mundo de entonces, signado por la Guerra Fría y el equilibrio nuclear entre las superpotencias, concibió y aplicó un fuerte programa de transformación económicosocial que apuntaba a enriquecer el perfil cultural de la Argentina, tanto en lo material como en lo espiritual. 
Ambos estadistas no se amilanaron, antes bien previeron, que la resistencia al cambio sería amplia, a derecha e izquierda, y apostaron a una velocidad de acción que no diese tiempo a que la coalición de intereses que se nutrían de un país agroimportador, con industria incipiente, cerrara el cerco e impidiese lo que entonces se llamó “el cambio de estructuras”. 
Más allá de los índices extraordinarios alcanzados en materia energética, industrial, de tecnificación agraria e integración geográfica, con alto desempeño en materia científico-técnica, que hizo “vivir de rentas” a varios gobiernos posteriores, lo que se logró entonces fue introducir una cuña en la visión restringida sobre cómo debía generarse la riqueza y su distribución entre los argentinos. Una sociedad de bienestar es posible.
La palanca educativa fue el complemento necesario de esas transformaciones en la economía y la sociedad. Al mismo tiempo que se abrió la perspectiva de que la iniciativa privada participara de la educación superior, se fortaleció a las universidades estatales, que iniciaron una era de grandes realizaciones clausurada con la intervención militar de 1967 y el desmantelamiento de equipos y éxodo de científicos que se registró a partir de la Noche de los Bastones Largos.  
Con frecuencia se habla de los 60 como muy fértiles en materia cultural y científica, pero pocos lo relacionan con su fuente de impulso en la gestión desarrollista, otra prueba de esquizofrenia analítica.
Seis décadas después, el legado de aquellos visionarios no es propiedad de ningún grupo o sector, pertenece a todos, es un verdadero patrimonio nacional y debe servir de inspiración para construir el futuro. 

Guillermo Ariza
Integrante de la Fundación Frondizi 
Para el diario La Nación