Captiva, una isla que atrapa a los que la visitan

Viernes 22 de julio de 2016 | 04:00hs.
Captiva, una isla que atrapa a los que la visitan

La historia cuenta que José Gaspar, un famoso pirata de la costa del Golfo de México, dejaba a sus prisioneras en una isla solitaria para luego pedir rescate. La llamaban La isla de las Captivas, y según dicen, también fue el lugar elegido por el filibustero para esconder sus tesoros. Doscientos años después, Captiva atrae por sus riquezas, pero no las enterradas. El encanto está en su minúsculo centro de colores caribeños, el paisaje agreste, el clima descontracturado, la amabilidad de su gente, la buena cocina y los atardeceres sobre el mar.

 

Ubicada a casi tres horas de Miami sobre la costa oeste de la Florida, Captiva está enlazada por un pequeño puente a su hermana mayor, la isla de Sanibel, y desde allí parte el viaducto de casi 5 km que las une al continente, a la ciudad de Fort Myers. El acceso vehicular se construyó en 1963, y desde entonces los nativos se propusieron que el desarrollo no cambiara el encanto del lugar. Por eso, más de las dos terceras partes conserva su estado natural, con vegetación agreste y manglares. Además, ninguna construcción puede superar la altura de la palmera más alta.

 

La ruta que une ambas islas se llama Sanibel-Captiva Road, o San-Cap, en la jerga local. Juntas suman 26 kilómetros de playa, 250 tipos de conchas, 230 tipos de pájaros, y ningún semáforo.

 

El pequeño puente Blind Pass anuncia oficialmente la llegada a Captiva, donde nos reciben casas a ambos lados de la ruta. Son costosas pero no ostentosas. Algunas incluso hay que encontrarlas detrás de una vegetación verde brillante. Descansan silenciosas mirando la playa o la bahía.

 

Mi GPS conduce directo al Captiva Island Inn, el hotel que reservé online mirando la columna derecha, la del precio. Allí me encuentro con dos sorpresas: que la ubicación es inmejorable, sobre Andy Rosse Lane, la callecita principal y más pintoresca de esta isla; y que en vez de una habitación de hotel me entregan la llave de mi cabaña, una de las 18 que componen esta pintoresca villa colorida. Cada una tiene nombre propio (Jasmin, Daisy, Hibiscus?) y ninguna es igual a otra, salvo por sus fachadas que combinan rosa, fucsia, celeste y lila. Parecen casitas de muñecas, con techos bajos e interiores coloridos. Yo, fascinada, me siento una niña.

 

"Estas cabañas son una joyita, sólo necesitan un poco de amor", dispara Terry, manager del lugar, que desde hace un mes está enfocada en mejorar las instalaciones. Su objetivo es identificar pequeños detalles, como reemplazar televisores por pantallas planas o renovar las pérgolas donde haya avanzado demasiado la vegetación.

 

A pie, sin apuro
El auto se estaciona hasta el día del check out. Lo más fácil es moverse a pie, aunque se pueden alquilar bicicletas o carritos de golf para recorrer este pedazo de tierra de 3 km cuadrados.

 

La vida aquí transcurre sin prisa. Con sólo 275 habitantes, todos los locales se conocen. Se encuentran en el correo (nadie recibe correspondencia en su casa) o en The Island Store, el mercadito para conseguir desde leche hasta licor, pan o pescado fresco.

 

Terry nos enseña dónde están las sillas de playa. Los huéspedes pueden escogerlas a su gusto y trasladarlas los 300 metros que separan el hospedaje del mar. La playa es la vedete, destino famoso y buscado por su costa alfombrada de conchas marinas. Allí vamos.

 

Todos llegan caminando, con su silla y su sombrilla, incluso con inflables. Dado que casi no hay estacionamientos públicos (hay sólo dos y muy pequeños, uno al ingresar en la isla y otro al final de Captiva Dr), la playa es prácticamente privada. Para aumentar la sensación de estar aislado, la señal de Internet es baja, y a veces nula.

 

Además de la arena blanca y el agua verde -algunos días esmeralda; otros, verde opaco-, uno de los mayores atractivos es la seguridad. Al igual que nuestros compañeros de playa, dejamos la sombrilla con nuestras pertenencias cuando volvemos al centro a almorzar, o a la cabaña a descansar del calor unas horas.

 

Como contrapunto a tanto relax está YOLO, la empresa de deportes acuáticos para inyectarle adrenalina a la estadía. Ofrece opciones como parasailing, paddleboard, motos de agua, banana boat, y lo más novedoso, flyboard, una patineta que lanza dos chorros de agua que elevan a la persona varios metros por encima del nivel del mar. Es casi en continuado: siempre hay una o dos velas en el cielo.

 

Con el correr del tiempo, los visitantes también empezamos a conocernos. Nos vemos en la playa, en los restaurantes o el minimercado. Algunos son vecinos de cabaña. La parejita joven, la familia con trillizos, el señor que gentilmente me ayudó a clavar la sombrilla en la arena? Nos cruzamos y nos sonreímos.

 

El sol marca el ritmo del día. Por la mañana da luz verde a los deportes de agua y convoca a las familias. Por la tarde, reúne en la costa a la comunidad, que espera casi como una celebración que se oculte detrás del mar. Es el momento de las fotos familiares, de las parejitas enamoradas, y también de algunos vestidos largos. The Mucky Duck, un pub y restaurante con música en vivo casi sobre la playa, convoca a todo aquel que quiera mirar el horizonte rojizo con un trago en la mano. Captiva está considerado uno de los lugares con la puesta de sol más lindos de esta costa.

 

Cuando el sol se va, este escondite brilla por su renombrada cocina. Los coloridos restaurantes suelen ofrecer una amplia oferta de mariscos, entre otros platos. No hay fast food ni tiendas de cadena, a excepción de un Starbucks.

 

Key Lime Bistro y RC Otters convocan por los guitarristas en vivo y el atrayente colorido de sus fachadas, con farolitos colgantes y mesas sobre la calle. Cantina Captiva se destaca por la comida mexicana y buenos tragos, aunque el principal atractivo está en las paredes empapeladas con billetes de un dólar que dejan sus comensales como souvenir. The Bubble Room es una antigua casa de familia convertida en restaurante, ambientado como museo de juguetes antiguos. La moza -vestida como chica scout- me explica que puedo recorrer la casa entera, y mientras saboreo una enorme porción de torta de chocolate, un trencito de juguete pasa a mi lado recorriendo toda la sala.

 

Las distancias son cortas y caminar bajo un telón de estrellas por las calles silenciosas puede ser romántico y hasta digestivo. Pero siempre está la opción de montarse en el "S Car Go", un trencito gratuito que une en pocas paradas todos los puntos turísticos y cuya locomotora tiene forma de caracol.

 

Sanibel, la vecina
Al salir de Captiva, todos los caminos conducen a Sanibel. Se puede llegar en bicicleta y aprovechar sus más de 20 kilómetros de bicisenda. Casi pegada a Captiva, de similares características pero mayor en tamaño, ofrece además algunas atracciones relacionadas con la naturaleza local, incluso para tener en cuenta en días de lluvia. El Bailey-Matthews Shell Museum tiene increíbles surtidos de conchas marinas, y el refugio de vida silvestre Ding Darling, la Fundación de Conservación y la Clínica de Rehabilitación de Vida Silvestre ofrecen una mirada más cercana de las criaturas que se esconden en la vegetación.

 

En el extremo sur está el faro color óxido que corona la playa pública. Tiene un centro colorido, con tiendas y restaurantes, y un supermercado bien equipado, si bien su fama radica en la playa alfombrada de conchas marinas. A toda hora se ve a la gente agachándose en la arena buscando el souvenir para llevarse. En 2012, durante la celebración de la feria de conchas, Sanibel sentó el récord mundial de Guinness en cantidad de gente buscando sus tesoros en la arena, lo que da una dimensión de la obsesión que tienen algunos por las conchas de este lugar. Bowman's Beach es considerada, por su ubicación, la que tiene mejores ejemplares.

 

Datos útiles

Cómo llegar. Está a tres horas de auto de Miami sobre la costa oeste de Florida, cerca de la ciudad de Fort Myers. Junto con su vecina Sanibel está unida al continente por un viaducto de 5 km.

 

Dónde dormir. Tween Waters Inn Island Resort &Spa: abarca cinco hectáreas sobre la playa. Inaugurado en 1931, incluye 137 habitaciones y cabañas que van desde monoambientes hasta suites de tres dormitorios. Desde 150 dólares por noche. Tween-waters.com

 

South Seas Island Resort: habitaciones y casas de hasta seis dormitorios, es un refugio natural frente a la playa y con tres piletas. Ofrece excursiones en kayak, cruceros en familia y salidas de pesca. Desde 170 dólares por noche. www.southseas.com