Demuelen casas en Candelaria por el avance de la autovía

Miércoles 14 de marzo de 2018
Doña Estanislada Núñez (76) se sienta al lado de los escombros que quedaron de su distribuidora de bebidas, la que debió demoler por el nuevo trazado de la autovía en Candelaria. Mira con nostalgia y ve en esos escombros cómo todos los sueños de su familia se hicieron añicos de un día para el otro.
La de ella es una de las tantas familias que fueron afectadas por la construcción de la nueva autopista que por estos días se ejecuta en esta ciudad. “Mi nieto cerró el local y decidió que lo mejor era irse al centro del pueblo. Acá ya habíamos perdido a toda la clientela que teníamos”, dice desde las puertas de su nueva casa, la que construyó a partir de la indemnización que recibió. No se queja de eso porque “tampoco podíamos hacer nada. La decisión ya estaba tomada y hacer un juicio no tenía sentido, estar cinco años esperando para que nos den unos pesos más”, señala.
Ahora su nueva casa quedó a unos cinco metros de donde estaba antes, pero varios de sus vecinos debieron mudarse y la fisonomía del lugar cambió por completo.
Frente a sus ojos pasan autos a gran velocidad y la construcción de la autovía la aisló por completo del resto de la localidad. “Para tomar un colectivo e ir a Posadas tengo que caminar más de 500 metros, los más jóvenes se arriesgan, cruzan la ruta y saltan el muro, pero yo soy vieja, no puedo hacer eso. Ahora empezaron a hacer un puente peatonal, pero no sé si voy a animarme a subir”, apunta.
Con la traza de la ruta, que se encuentra en plena ejecución, Candelaria quedó dividida en dos. El Ejecutivo comunal había pedido ante la Nación que se revea el trazado para que eso no suceda, pero no prosperó. Así las cosas, yendo desde Posadas hacia Iguazú, a la mano derecha, el pueblo presenta una imagen casi desoladora. Casas que ayer estaban en plena demolición, otros mudándose y algunos comenzando la nueva construcción.
“Se sabía que esto en algún momento iba a pasar, pero nadie nos quería decir cuándo. Lamentablemente fue de un día para el otro, a nosotros nos llegó orden de expropiación en agosto pasado y de ahí tuvimos que demoler la casa”, dice Marcelo Monzón. La que era su casa ahora es parte de lo que será la colectora de la ruta y con el dinero de la indemnización edifica por estos días su nuevo hogar. Sobre el cambio repentino, cuenta que lo viven como un “verdadero trastorno. El cambio es total”.
Ante la falta de lluvias de los últimos días, el lugar ayer presentaba una polvareda roja permanente por el constante transitar de autos, camiones y motos. “Para ir al pueblo tenemos que caminar unos 150 metros y cruzar la ruta. Hicieron un túnel, pero apenas caen unas gotas se inunda y de noche esto es una boca de lobo. No hay nada de iluminación, eso es lo que más necesitamos”, relata.
“Vendo todo”, “cerrado” o “nos trasladamos” son los carteles que se ven en toda la cuadra lindante a uno de los ingresos a la ciudad frente al enorme paredón de hormigón. Las imágenes remiten a un pueblo fantasma, con polvareda y casas abandonadas o derruidas.
En tanto, otra de las familias afectadas son los Vega, quienes tuvieron que mudar la boletería de venta de pasajes de larga distancia al lado de una estación de servicios y cerrar la carnicería que les dio sustento durante 40 años. La imposibilidad de seguir adelante y la orden de expropiación los fundió financiera y emocionalmente. Tal es el caso que los vecinos relataron que ambos cayeron en un estado depresivo.
El estrecho paso que a futuro será colectora ahora es terrado y se espera que se llegue a un acuerdo lo antes posible con los últimos propietarios que aún no firmaron su salida para demoler sus casas.


Opinión Por Mariano D. Bachiller
interior@elterritorio.com.ar
Al final, la gente es lo que importa Los sacrificios individuales y familiares en pos de un bien superior son argumentos infaltables cuando el ‘progreso’ transforma pueblos en ciudades o costas en costaneras. Justo o injusto no es materia de esta columna, pero relocalizaciones y expropiaciones (y de eso hay mucho en la historia reciente de Misiones) deben dejar de tratarse como un simple acto administrativo para entender que en el fondo hay gente, seres humanos a los que cambiar de casa, de vecinos, de horizonte les resulta traumático. Incorporar acompañamiento psicológico parece apropiado. No considerar los trastornos de quienes cruzaron toda la vida de un lado al otro de la ruta como si nada y hoy padecen interminables desvíos es poco feliz. Tener con el corazón en la boca a quien será arrancado de cuajo de su hábitat es peor. Detrás de las paredes hay gente.