La rebeldía de un pueblo con esperanza

Domingo 10 de junio de 2007

“Cuando empecé a escribir sobre estos países, donde la mayoría de la población vive en la pobreza, me di cuenta de que aquel era el tema al que quería dedicarme. Escribía, por otro lado, también por algunas razones éticas; sobre todo porque los pobres suelen ser silenciosos. La pobreza no llora, la pobreza no tiene voz. La pobreza sufre, pero sufre en silencio. La pobreza no se revela. Encontraréis situaciones de rebeldía solo cuando la gente pobre alberga alguna esperanza. Entonces se rebela, porque espera mejorar algo. En la mayor parte de los casos se equivoca, pero el componente de la esperanza es fundamental para que la gente reaccione. En las situaciones de pobreza perenne, la característica principal es la falta de esperanza. Si eres  un pobre agricultor de un pueblo perdido de la India, para ti no hay esperanza. La gente lo sabe perfectamente. Lo sabe desde tiempo inmemoriales”.
“Esta gente no se rebelará nunca. Así que necesita que alguien hable por ellos. Esta es una de las obligaciones morales que tenemos cuando escribimos sobre esa parte infeliz de la familia humana. Porque todos ellos son nuestros hermanos y hermanas pobres. Que no tienen voz”.
Las ideas de Ryszard Kapuscinski plasmadas en el libro “Los cínicos no sirven para este oficio”, entre otras cosas, demuestra su brillante razonamiento sobre la relación entre esperanza y rebeldía en la evolución de los pueblos pobres.
Si hubiera que basarse en las consideraciones del escritor y periodista polaco, que dedicó toda su vida a conocer y transmitir la situación de los países denominados del tercer mundo (América del Sur, Asia y África), y compararlas con la situación actual de los colonos misioneros que protestan en la ruta y frente a la Casa de Gobierno, puede decirse que aquí “hay esperanza”. Que saben lo que quieren y cómo lograrlo, que mastican bronca día a día pero la convierten en fuerza y que, en cada palabra, tras conversar unos pocos minutos con ellos, se nota que la esperanza les crece adentro, que les infla el pecho hasta querer reventar, que grita desde los pulmones y se esparce en cada aliento como un enjambre de abejas tras golpear una colmena.
Alejados de sus familias, de sus vecinos, de sus afectos, sus tierras, animales y plantaciones. Y sobre todo, de los amaneceres en la chacra, el fresquito de la mañana, el canto del gallo, la pava negra de agua caliente y la torta frita, también conocida como chipa, hoy acampan frente a la Casa de Gobierno, ocupada por políticos que hace tiempo se olvidaron de sus necesidades y sólo los visitan, con falsas promesas, cuando se acercan las fechas electorales. Son las segundas y terceras generaciones de las heroicas familias que enriquecieron estas tierras, antes selva virgen, a fuerza del hacha y la azada, y de sus callosas manos.
Desacostumbrados al ruido y el trajín acelerado de la ciudad, las bocinas, el griterío de los chicos y jóvenes que se dirigen al colegio, de dormir a la intemperie y, sobre todo, de ser ignorados en su justa causa. Así están hoy los colonos en Posadas. Llegaron hace una semana desde distintos puntos de la provincia y algunos ya estuvieron y recuerdan el memorable tractorazo del 2001. Con el apoyo de la sociedad pero olvidados por los gobiernos. Convencidos de que su lucha alcanzará el objetivo de dignificar su trabajo, de sol a sol en las duras tierras coloradas, y obtendrá un precio justo para el cultivo trabajado con sus manos y comercializado por empresarios, algunos amigos del poder, que quizá nunca estuvieron, ni en un paseo de excursión, por una plantación de yerba mate, té o tabaco.

El precio: primero legal y después justo
Alpargatas gastadas y deshilachadas, al igual que sus pantalones y abrigos. Rostros eternamente bronceados por las horas bajo el sol, curtidos por la vida. Pero con razonamientos tan simples como justos a la hora de proponer un sistema económico que incluya a todos los sectores de la cadena productiva y que cumpla y contenga con las necesidades de cada integrante.Hasta escuchándolos, se tiene la sensación de que alguno de ellos podría desempeñarse perfectamente como ministro de Hacienda o director de Rentas de la Provincia.
Como cuando Julio Petterson (21), hijo de uno de los primeros colonizadores de Andresito, explica con simpleza pero con detalles técnicos y precisos, por qué reclaman de manera urgente la creación e implementación de un Mercado Consignatario y por qué rechazan el proyecto de Trazabilidad Informática de la yerba mate que impulsa el gobierno a través del Ministerio del Agro y la Producción, al que consideran direccionado, sin termino medio, al “fracaso total”.
O cuando José Yakuz, de Campo Grande, señala que tuvo que vender la cosecha de té de este verano a 15 centavos el kilo, o a 18 centavos negociando el pago en forma escalonada a 15, 30 y 45 días con uno de los molinos de la zona. Siendo que el precio oficial pactado por ley está fijado en los 22 centavos.
Cuando Julio y José explicaban esto, irrumpe Mario López, también de Andresito, que visiblemente indignado recuerda los 30 centavos que recibió de un molino de la zona por el kilo de yerba, establecido por el Estado provincial en 48.
El proyecto de Mercado Consignatario prevé un centro acopiador de la producción que reciba la mercancía de los colonos, paga al contado y luego vende a las industrias el producto, con precios fijados por ley. No hay forma de evadir  ni de pagar menos porque los números se deben rendir. Este sistema se aplicó hasta 1991 cuando se dejó sin efecto la Comisión Reguladora de la Yerba Mate (Crym) y empezó la debacle del sector. “Es un sistema conocido, aplicable y beneficioso para todos, solamente que los grandes industriales y los políticos que tienen intereses en el sector no van a poder sobornar a los colonos y pagar menos por los productos como sucede ahora. Solamente hace falta voluntad política para ponerlo en práctica, que al parecer no la hay”, sostuvo otro yerbatero de Andresito que acampa en la Plaza 9 de Julio.
En su razonamiento, simple y alejado de las burocráticas decisiones políticas de los funcionarios dominantes, no encuentran explicación a la actitud del gobierno renovador de darle las espaldas. Haber recorrido alrededor de 300 kilómetros algunos, poco menos otros, dispuestos al diálogo, para no ser atendidos y dejados de lado, librados a la caridad ajena, los indigna hasta las ganas de llorar.
Pero la realidad es esta. No reciben los precios pactados por ley, pero además explican que si así fuera, tampoco alcanzaría para cubrir los gastos que les demanda el trabajo en la chacra, los impuestos fiscales y las cargas sociales.
Un reclamo tan simple como genuino. Precios justos por un trabajo digno.

La escuela o la chacra
Julio Petterson, a pesar de su corta edad, 21 años, es claramente identificable como uno de los líderes de la movilización agraria que retumba en la Capital misionera. Fue atacado la semana pasada por un grupo de personas que responden a los intereses de industriales de la zona norte y con complicidad de la policía, mientras frenaba la salida de yerba mate en la intersección de las rutas nacional 101 y la provincial 19.
Su padre, uno de los pioneros de Andresito, junto a uno de sus hermanos se quedaron con otro grupo en ese punto estratégico, mientras él vino junto a la marcha que primero se instaló en el puesto fiscal de los Cuay, sobre la ruta nacional 14 entre Virasoro y Santo Tomé, y ahora acampa en el centro de Posadas. Se enorgullece al contar que obtuvo el promedio de 9,98 en el trabajo sobre un secadero realizado para recibirse en la escuela secundaria de su pueblo y que su objetivo es recibirse de contador público, carrera para la que se inscribió y aprobó el curso ingreso en la facultad pública de Posadas, pero que tuvo que dejar momentáneamente por el trabajo en la chacra.
“Mi sueño es ser contador pero tuve que dejar para trabajar. Igual tengo tiempo para hacer otra carrera”, sostuvo con esperanza al momento en que se abrillantaban sus ojos. Contó que además, por orden de su padre, tuvo que dejar durante tres años la secundaria en una época de crisis después del 2001.
Julio tiene como único familiar en Posadas a su tío Mario Petterson, un polaco delgado que supera el metro ochenta de altura y que sonríe con facilidad. Siempre está de buen humor y es el que sostiene los ánimos del grupo cuando se empieza a escuchar el “ya no me hallo” entre los acampantes. En su dura vida de productor agropecuario habrá pasado infinitas situaciones difíciles y eso se nota en sus ojos pequeños, brillosos, sabios y llenos de esperanza.
Tanto Julio como Mario, son símbolos y semejantes de una familia agraria misionera que lucha por su bienestar, por la igualdad, el cumplimiento de la ley y por lo que creen justo. Luchan porque tienen esperanza y buscan la justicia, ese término tan maltratado y manipulado en los últimos tiempos. Luchan porque tienen voz para gritar y sus espaldas han recibido los azotes, y también las caricias, de la vida y saben que, siempre, tras la penumbra, la bastarda política que nos domina y aflige, sucumbirá. Pero no sin luchar.

Luis Huls

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