“Mi esposa y su familia casi mueren de tristeza por esa porquería”

domingo 24 de julio de 2016 | 6:00hs.
“Mi esposa y su familia casi mueren de tristeza por esa porquería”
“Mi esposa y su familia casi mueren de tristeza por esa porquería”

Sergio trabaja y vive de la chacra. Es dueño de varios lotes en Colonia Paraíso. Es padre de ocho hijos, a quienes les inculcó el camino de Dios y les enseño que para ganarse la vida hay que sudar todas las madrugadas en el campo. Sin embargo, hoy uno de ellos está preso, porque intentó emprender el camino de un nuevo cultivo. Un cultivo ilegal, peligroso y penado.
Sergio es padre de Luis Carlos D. R. (27), quien a principios de marzo fue detenido por la Policía de El Soberbio, tras ser denunciado por tener plantaciones de marihuana en su propiedad. Pero eso no fue todo en aquella oportunidad, ya que cuando los uniformados irrumpieron en el lugar se dieron cuenta de algo mucho más preocupante. El implicado tenía instalado un secadero, una prensa y 20 kilogramos de picadura de marihuana ya procesada y lista para la venta.
La situación puso en alerta a todos, ya que marcaba a las claras que la región ya no sólo era un lugar de tráfico de droga hacia el Brasil, sino que aparecían ahora colonos o hijos de colonos, como en este caso, que comenzaban a inclinarse en la cosecha y producción de marihuana.
De acuerdo a lo indicado por fuentes policiales, el implicado tenía un pedido de captura proveniente de la Justicia brasileña, aunque hasta el momento no se supo determinar con precisión desde qué momento el sujeto desempeñaba estas labores fuera de ley.
Al hombre lo terminaron delatando sus vecinos -escasos, por cierto- en una zona donde los agricultores tienen propiedades bastante alejadas entre sí y sólo salen de la colonia cuando necesitan algo de extrema urgencia.
Por aquellos días, la Policía realizó tareas preventivas en la ruta costera 2 y de esa forma llegó a la vivienda de una mujer en cuya huerta encontraron cuatro plantas maduras de marihuana. “Yo no sabía nada de eso, un sobrino mío las trajo y las plantó acá. Me había dicho que era un remedio muy bueno y que no la toque. Yo me enteré de todo recién cuando vino la Policía”, recordó la señora en diálogo con El Territorio.
“Yo después de eso no entré más a esa huerta maldita. No quiero ni una semilla más de esa planta que me trajo tantos problemas. Mi sobrino quién sabe por dónde anda ahora, después de eso no apareció más, pero los problemas quedaron en mí. Yo tuve que vender un chancho a 800 pesos para poder ir a Oberá a hablar con los jueces”, añadió con más palabras en portugués que en español. 
Su relato parece increíble. Su inocencia se vio contrastada por la avivada de un joven muchacho que vino del “exterior”, como le llaman ellos, con “locas ideas nuevas”. 
Justamente, mientras la Policía estaba ahí fue que un vecino se acercó a los uniformados y denunció: “Allá atrás hay uno que de verdad tiene una plantación grande”. Para ese entonces, en las noticias ya había sido publicado un operativo de la Gendarmería Nacional Argentina (GNA) en paraje Guaviroba, pocos kilómetros antes, donde se habían encontrado 115 plantas de marihuana de unos tres metros de alto cada una.
Para llegar al lugar denunciado, hay que viajar unos quince kilómetros desde El Soberbio por la ruta costera 2 y adentrarse en sinuosos caminos de tierra que van en sentido hacia el río Uruguay durante unos quince o 20 minutos.
La propiedad donde encontraron la cocina de marihuana es la última de un camino habilitado para automóviles, aunque para recorrer los últimos metros se necesita una camioneta todo terreno o una buena preparación de física propia de una travesía. A partir de ahí, comienzan los trillos que conducen directamente hacia el río Uruguay y por el cual tranquilamente se puede llegar a Brasil sin necesidad de hacer cola, presentar documentos y sin siquiera ser controlados.
La fertilidad de la tierra y las condiciones climáticas son favorables para el crecimiento de las plantas. Los pesquisas involucrados concluyeron que, en su gran mayoría, los sujetos cultivan la marihuana entre medio de plantas de mandioca, para disimularlas.
Además, en la zona, la señal de teléfonos es nula, las comunicaciones son imposibles y la ubicación alejada de visitantes sorpresivos constituyen un combo perfecto para que la cocina funcione con tranquilidad.

“Esa inmundicia”
El Territorio recorrió esos caminos de tierra colorada, con el único vestigio de tránsito de bueyes, de vegetación y de paisajes alucinantes, inmersos en el medio de Colonia Paraíso. Después de un gran bajadón, está la casa de Sergio, el padre del detenido.
La primera en atender fue su esposa, quien desde una ventana solamente indicó otro camino un poco más angosto por el cual había que ir para encontrarse con su marido.
Luego apareció un adolescente, quien atajó a los perros furiosos y saludó en portugués. Sergio estaba trabajando más al fondo todavía y al cabo de unos quince minutos llegó.
“Yo de las plantaciones no sé nada. Yo soy padre de ocho hijos. Uno les cría, les cuida cuando son chicos y les enseña lo que está bien, pero cuando ya son grandes uno no puede saber qué es lo que están haciendo”, dijo Sergio, con un cierto grado de vergüenza por el tema de conversación.
“Yo acá planto de todo. Vivo de lo que me da chacra, pero nunca iba a permitir esa otra cosa, que para mí es una inmundicia, una porquería. Yo le había regalado a mi hijo una chacra para que viva con su mujer y mi nieto, se ve que ahí él comenzó a hacer todo eso pero yo no sé por qué, de dónde fue que aprendió eso”, agregó.
Sergio vivió un tiempo en Colonia Aurora y luego se mudó a El Soberbio, cuando encontró varias chacras a precios accesibles en Colonia Paraíso. Con el paso del tiempo, sus hijos fueron creciendo y, a medida que ellos iban cumpliendo, la mayoría de edad les iba entregando algunas chacras para que vivan solos.
“Mi hijo me dijo que no hacía nada malo, pero al otro día vino toda la Policía, eran muchos de verdad y encontró toda esa puerqueza. A él lo llevaron preso y eso sí que fue feo de verdad, mi esposa y su familia casi mueren de tristeza por culpa de esa porquería. Pero si lo que hizo está mal, yo no me puedo oponer. Si yo sabía lo que hacía, no lo iba a permitir. Yo me convertí al evangelio y soy amigo de la ley, si yo permitía eso iba a ser un enemigo de la ley”, narró con los brazos cruzados, las manos sucias y la frente sudada de tanto trabajar.

Los “vivos de afuera”
Fuentes policiales de El Soberbio aseguraron que la proliferación de esta clase de plantaciones está comenzando a ser una preocupación latente para las autoridades locales.
Los voceros consultados por este diario indicaron que en muchas oportunidades se encontraron con plantaciones que estaban destinadas al consumo personal, pero cultivos tan grandes ya comienzan a dar cuenta de organizaciones detrás o de colonos que pretenden “ampliar” sus producciones.
“La droga fue traída desde afuera. Los que están detrás de todo esto siempre son los vivos que se aprovechan de la gente y de la gurisada de las colonias que en cierto punto son muy inocentes. No conocen, no saben lo que están haciendo”, graficó una de las fuentes.
Según estimaciones, el fenómeno de las plantaciones de marihuana en El Soberbio habría comenzado hace unos cinco años, luego de un encuentro de hippies y los primeros en traer las semillas fueron unos turistas israelíes. Sin embargo, la situación ahora es bien diferente, ya que algunos aseguran que hay delincuentes brasileños que engañan y aportan todo lo necesario a los agricultores para que cultiven la marihuana.
En base a las averiguaciones recabadas por la Policía en esta localidad limítrofe con el Brasil, al menos cinco plantas maduras y de gran tamaño podrían dar una producción de aproximadamente un kilogramo de picadura de marihuana que en territorio argentino tendría un valor cercano a los 10 mil pesos, pero al otro lado del río los dividendos podrían llegar hasta el doble.
Sin embargo, también añadieron que en muchas ocasiones una pequeña cantidad de droga ya es utilizada en las transacciones costa a costa, a cambio de automóviles o camionetas, todos robados, que son necesidades latentes para los pobladores locales, significando así un riesgo mayor.

Por Jorge Posdeley
fojacero@elterritorio.com.ar