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Doña Doralina, anecdotario de la bisabuela del barrio Cainguás

martes 17 de julio de 2018 | 5:30hs.
Nació en San Javier, vivió en Oberá y ahora está en Campo Grande.
Doralina Prestes ostenta orgullosa sus 94 años de vida. Con semejante carga de vivencias sobre sus espaldas, la bisabuela del barrio Cainguás representa una institución humana que accionó la mitad de su existencia en favor de los desposeídos. Memoriosa y protagonista de su familia, del vecindario, de la comunidad creyente a la que pertenece, se ganó merecida reverencia por ese sigiloso trabajo en favor de los que menos tienen.

Con 50 años sirviendo en Cáritas junto a otras amigas y vecinas, esta alma caritativa todavía confiesa “con gran dolor ver cómo están hoy muchas familias humildes, sin trabajo, sin qué comer, con poca ropa. Ahora ya anciana veo nuevamente mucha miseria que pensé que había quedado atrás. Y me duele estar impedida de poder hacer algo por ellos, trabajar para sacarlos del dolor y las necesidades”.

Tal consigna de vida marcó su larga existencia, aún hoy latente, porque en estas vacaciones de invierno la están visitando su hermana Ester de La Plata, cuñados y nietos y ella interpela: “¿Trajeron algo para los que no tienen nada? Ropa usada, abrigos, utensilios, hilos y lana para tejer, todo vale para cubrir a los niños carenciados. Me duele la pobreza que se extiende como marginación y miseria”.

Ella vivió para los demás -sus doce hijos, sus nietos, sus vecinos- y por eso, y por las distancias que la separaban de la escuela, apenas concurrió a clases pocas semanas.

“Aprendí a leer y escribir después de grande; la hermana Ágata me alfabetizó. Pero con mi esposo Floriano hicimos todo para que nuestros hijos cumplan la escuela y se formen en alguna carrera. Yo, a través de ellos, fui aprendiendo a defender valores de la ciencia y la tecnología. Me preocupa entonces la naturaleza que se pierde. La falta de trabajo en un territorio con mucha riqueza. Con mis amigas de Cáritas soñábamos y contribuíamos a crear un nuevo mundo, transformando el presente y el futuro para nuestros hijos. Hoy nuevamente la realidad nos golpea la cara y el corazón”.

La dama nació en San Javier en 1924, luego con sus abuelos se trasladó a Oberá -barrio Troncho- “en busca de mejor vida”, en una chacra más grande y mejor suelo. Después mudaron a Campo Grande. “Para buscar carne y provistas íbamos a pie a Oberá, imagine esas largas caminatas para ir y volver con las mercaderías al hombro. Mucho después apareció Martín Fontana con el primer colectivo, por caminos horribles y peligrosos. Mis padres fueron Julio Alvez y Laudelina Prestes. La chacra que hicimos en La Novena con lotes comprados a la familia Lanziani, nos tuvo de chicos todos trabajando la siembra, carpida, cosecha, picado leña con hacha, acarreando y replantando la huerta, fuimos once hermanos, todos ayudando a parar la olla, adolescentes y jóvenes”.

La selva rodeaba todo, los animales silvestres aparecían en momentos y lugares inesperados. Enormes víboras defendían sus territorios y había que tener cuidado carpiendo o macheteando: “Recuerdo cómo una hermana mató a hachazos una serpiente enorme y cual trofeo la alzó sobre el caballo, llevó a casa y mostró a los abuelos. También tenía fama un alto cerro de las inmediaciones habitado por tigres. Soy la mayor de tantos hermanos, Dios y mi esposo también me dieron muchos hijos".
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